Nos recibe un perrito muy chiquito que no para de ladrar. Al lado, acostado sin inmutarse, un rottweiler. Y allí nomás está ella, sentada en el patio, con la mirada perdida y los ojos brillosos de la emoción.
Es Martha García (54) en el décimo día sin su hijo Joel Solá, quien murió el miércoles 12 de noviembre en confusas circunstancias mientras era trasladado por la Policía de Villa María de un lado al otro en Córdoba bajo las órdenes de la jueza Cecilia Fernández.
Estamos en la vivienda de Estados Unidos casi esquina Arenales, en barrio La Calera, donde el pibe de 16 años vivió hasta hace un mes, cuando su madre le sugirió que se radicara junto a su padre en un hospedaje de avenida Yrigoyen al 200, para correrlo -según contó ayer- del hostigamiento policial: “En este sector robaban todos los días y para la Policía era más fácil siempre buscarlo a él. A veces fue el autor (de los robos), otras veces no, pero nunca usó armas y siempre se entregó”.
Allá, en la pensión céntrica donde transcurrieron sus últimas jornadas, fue detenido en la madrugada del martes 11 acusado de tentativa de robo de un automóvil estacionado en las inmediaciones.
Martha dialogó con EL DIARIO durante una hora. Y estas son sus declaraciones centrales.
-“No sé qué pasó. Horas antes lo tuve en mis brazos. La Policía nunca me dejó llegar a él. Fui al Juzgado cuando me informaron que estaba detenido. Antes me habían llamado desde la pensión para contarme que Joel había tomado un montón de pastillas. El estaba perdido, se fue a dormir al auto, no a robar, no sabía lo que hacía. Supe que los policías llegaron a ese edificio con el dueño del auto, ingresaron y lo sacaron a golpes y puñetes. ‘Caminá, que para robar podés caminar’, le decían”.
-“A mí no me avisaron de la detención, sino al padre. Llegué al Juzgado y luego fuimos con la prosecretaria Tepre a la Departamental, donde lo vi en una celda chiquita frente a la guardia, con sobredosis de pastillas. Lo abracé a través de las rejas, me miraba perdido y le cayeron dos lágrimas. Era cerca de las 13 del martes”.
-“Alrededor de las 14 me comentaron que quería comer. Le compré dos sándwiches y una Coca Cola. Media hora después escuché ‘pegale, pegale’, abrí la puerta y me metí y vi a una policía mujer rubia que le decía al policía hombre, un morocho grandote, que le pegara. El estaba con una cachiporra justo para seguir pegándole y se lo reproché a gritos, me sacaron a los empujones y un comisario me dijo que no lo amenazara. No los amenacé, pedí que dejen de hacerle eso. Ingresaron bomberos corriendo y yo no sabía por quién, y al rato vi que sacaron a mi hijo en ambulancia”.
-“Ante mis preguntas, Brancatto, sargento de Menores, me reveló que se había tragado una tapita de gaseosa. No me dejaron ir al Hospital en ambulancia con él y fui en remís detrás del móvil en el que iban Lucas Dagatti y José Brancatto. En el Pasteur, Brancatto no me dejó pasar. Mi hijo estuvo cinco minutos en la Guardia, lo llevaron en sillas de ruedas a Rayos y tampoco me dejaron pasar. Al ratito ya no estaba más”.
-“En la madrugada del miércoles le avisaron al padre que había muerto, él preguntó si me habían avisado y le respondieron que no porque yo hacía quilombo. A las 2 de la tarde viajamos a Córdoba”.
Martha interrumpe la descripción y convoca a una de sus hijas, Rebeca Solá, a sumarse a la charla periodística.
“Me llamó una tal Ivana y me notificó que teníamos que ir a Tribunales II de Córdoba a buscar el cuerpo (…). Allá, el hombre de la casa de sepelios nos dijo que escuchó que murió por la tapita. Cuando empezamos a velarlo, ya en Villa María, vimos sus marcas en la frente, moretones en la cara y los brazos raspados. Se notaba que estaba todo golpeado”, señala la joven.
Su pareja, Maximiliano Iriarte, añade: “Ya muerto, vimos a Joel con todos los brazos raspados, como si lo hubiesen arrastrado”.
El, que asegura haber tenido una relación de fraternidad y compañerismo con su cuñado, no puede olvidar que en la madrugada en que falleció fue a la Policía y se encontró con la confirmación de la noticia y con un “mucho más no podemos informarle”.
Con Rebeca se habían cansado de llamar al 101, “pero no nos atendían porque veían nuestro número; nos dimos cuenta de esto cuando llamamos desde otro teléfono y nos respondieron”.
Cara a cara con la jueza. Martha fue recibida el lunes pasado por Cecilia Fernández. “Me dio un paquete de pañuelos para que llorara. Cuando le pregunté qué pasó, me contestó que no es médica. Yo tampoco lo soy, pero en las condiciones en la que Joel estaba no podía viajar hasta Córdoba como habían hecho. Mi hijo había tenido este problema dos veces, en esas ocasiones le pusieron un suero, le hicieron un lavaje de estómago y despertó a los dos o tres días. La jueza me dijo que se lo planteara al médico Zanetti, quien firmó la autorización para viajar y también me respondió que vaya a Córdoba a la SENAF. Y sostuvo que las marcas eran a causa del paro cardiorrespiratorio, pero en la Policía yo ya lo había visto hinchado, todo marcado”.
El abuso. Días atrás, la familia reveló que anteriormente Joel había sido violado en el Complejo Esperanza, precisamente a donde lo llevaron la noche fatal. El jueves pasado, la jueza de Niñez le aseguró a EL DIARIO que los padres del adolescente no quisieron denunciar ese episodio.
Martha dice que esto ocurrió en septiembre y que luego del hecho no se podía contactar con su hijo porque en Esperanza le argumentaban que las comunicaciones no estaban permitidas.
Revela que en el Juzgado de Niñez fue informada de lo sucedido en una audiencia en la que estuvo presente la jueza y las funcionarias Osés, Tepre, Díaz y Domínguez. Confiesa que, en ese contexto, le reprochó a la magistrada: “¿Vos me hablás de resguardo del chico en un lugar así?”. “Fernández me respondió que en estos institutos esas cosas pasan. Le respondí que a mí nunca me pasó con él, yo vivía las 24 horas arriba suyo. Ahí nos expresaron que nosotros éramos dueños de denunciar o no, pero que si retornaba al Esperanza iba a transformarse, por represalia, en la nena del pabellón. Yo lloraba. La abogada Díaz me pidió que no le cuente a nadie, ni a los hermanos (llora). Joel me había confiado las cosas que pasaban ahí, pero no pensé que le iba a ocurrir lo mismo. Su padre, que estuvo en la cárcel, me sugirió que no denunciáramos porque él conoce que es peor y le enrostré que yo no estuve en la droga ni en la cárcel ni nunca tomé nada y que no podía quedarme callada ante semejante barbaridad. Estuve mal y me callé. Mi hija me preguntaba qué me pasaba porque estuve días llorando, fue terrible callar ese secreto”.
“Mi hijo fue abusado por tres o cuatro compañeros, así me lo contó la jueza. Joel me había dicho que tenía muchísimo miedo porque no sabía defenderse. El aprendió a drogarse, pero no sabía defenderse. A un chico lo habían violado con un palo de escoba”.
Martha, Rebeca y Maximiliano cuestionan distintas decisiones estatales. A él no lo dejaban verse con el chico, “porque decían que era mala influencia”. Los tres niegan que lo fuera. “Con Maximiliano se abría, se descargaba, iban a jugar al fútbol o a la costanera. El lo trataba de sacar y que hiciera otras cosas”, subraya Rebeca. Y afirman que el adolescente permanentemente pedía verlo.
Los tratamientos. Cuentan que Joel pasó por muchos tratamientos para salir de la adicción a las drogas, sin suerte: estuvo en Por un mundo mejor, la Casa Nazareth, la Casa de Medio Camino, Nuestra Señora de Luján. “Todas las internaciones fueron por corto lapso. A los 20 días decían que ya estaba desintoxicado”.
“A la jueza le conté que en Nuevo Sol vi a una madre dándole un paquete de pastillas al hijo. Ese día Joel me sacó rápidamente hacia el baño y me pidió que me lo callara porque se la iban a agarrar con él. A todo esto ella lo sabe”.
“Siempre vi mal a Joel, extrañando, llorando, no aguantaba estos lugares. Joel acá dormía conmigo, con el dedo en la boca porque era un nene. Le podés preguntar a mis vecinos: él vivía para él, para estar limpio y después terminó robando porque la droga es cara”, relata.
“Un día estaba bien y otro mal. Yo busqué a la jueza para que intervenga porque no sabía qué hacer con él, estaba metido en la droga y necesitaba ayuda, pero lo que me dieron fue horroroso”, cerró.
Diego Bengoa
Fotos: Osvaldo Carballo.