Escribe: Rubén Rüedi

 

En 1977, la Asamblea General de las Naciones Unidas determinó que el 29 de noviembre fuera considerado Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino. Ese día, pero en 1947, la misma Asamblea había resuelto la partición de Palestina, territorio de una Nación existente desde tiempos inmemoriales que hasta la Primera Guerra Mundial estuvo bajo el dominio del Imperio Otomano y luego quedara en manos de Gran Bretaña, con el expreso y callado mandato de preparar el terreno para crear en el mismo un Estado sionista sobre el pueblo árabe originario.

En 1947, Palestina tenía una población de aproximadamente dos millones de habitantes, la mayoría árabe. Los habitantes de religión judía, que a fines de la Gran Guerra (1918) significaban el 10% de la población y que desde entonces habían comenzado a llegar en forma abrumadora de distintos países del mundo, principalmente de Europa, tan sólo poseían algo más del 5% de la tierra.

En ese contexto, la ONU decide la división de Palestina. La Resolución 181 efectivamente consideró un plan de partición con unión económica para el territorio de Palestina bajo mandato de Gran Bretaña. Pero de la simple lectura del texto surge que la Asamblea de las Naciones Unidas “recomienda” al Reino Unido y a los demás miembros la aprobación y aplicación de dicho plan e invita a los habitantes de Palestina a hacer lo propio. Los árabes no aceptan la “invitación” que pretende partir su país en dos. El sionismo, liderado por David Ben Gurión, aceptó la partición pero no sus límites, ni las condiciones jurídicas y económicas que se proponían, desatando en consecuencia una guerra de conquista para apoderarse de la mayor cantidad de territorio posible y a la vez llevó adelante un proceso de limpieza étnica contra la mayoría palestina para que el futuro Estado de Israel contara con un predominio de población judía indiscutible. Es decir, para construir un Estado étnico en el que la mayoría profesara la religión judía.

Cabe acotar que hace pocos días el Consejo de Ministros del Gobierno israelí, que preside Benjamin Netanyahu, votó el primer borrador de un proyecto de ley para definir a Israel como Estado judío. “En el Estado de Israel hay igualdad individual para todos los ciudadanos, pero el derecho nacional está reservado sólo para el pueblo judío”, dijo el primer ministro en la apertura de la sesión del Consejo.

Aquella decisión de la ONU, que se vio coronada con la proclamación de la independencia del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948, quedó aprobada por 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones.

El Gobierno de Estados Unidos presidido por Henry Truman y fuertemente influenciado por el sionismo, hizo posible esta resolución sobornando y presionando a representantes de otros estados. Exembajadores en la ONU de países como Liberia, Filipinas y Guatemala han admitido en sus memorias las extorsiones recibidas, tanto ellos como otros diplomáticos, para que votasen a favor de la resolución.

Al día siguiente de establecido el Estado de Israel, los sionistas comenzaron con las masacres sistemáticas contra el pueblo palestino y la supresión étnica. En pocas semanas destruyeron más de 500 aldeas árabes. El terrorismo israelí continúa hasta el día de hoy y no cesará hasta que la comunidad internacional le ponga fin.

A más de sesenta años de aquella ignominiosa resolución de la ONU, los palestinos siguen viviendo como parias en su propia tierra o como refugiados en países vecinos sin derecho a volver a su Patria, mientras Israel continúa colonizando a fuerza de terrorismo.

Por eso, la solidaridad con el pueblo palestino tiene un profundo sentido humanista. La paz sólo se construye con justicia. Y en este caso, también con memoria.