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30 de Noviembre de 2014
José Carli: el hombre que vestía de traje las canciones
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Carli junto a su esposa, la cantante Romana Farrés, y la profesora de piano villamariense Susana Hostar

 

Nació en Italia en 1930 y a los 4 meses llegó a Buenos Aires. Tiene más de 60 años como arreglador, 10 como director del sello CBS y 20 como violinista en la orquesta del Colón. Compuso música para una 
docena de películas y en 1995 obtuvo el Premio Konex por su disco “Piazzolla hoy”. Fue asesor de repertorio de “Mi Buenos Aires querido”, de Daniel Barenboim, y dirigió las sinfónicas de San Juan, Salta y Mendoza. Llegó a Villa María invitado por la UNVM a la cual le dejó algunas de sus “pilchas” para el 
ensamble de vientos, versiones de “Juana Azurduy”, “Don Agustín Bardi”, “Puente Pexoa” y “María va”. Su orgullo es que a sus orquestaciones las interpretan en varias filarmónicas del planeta. 
 
¿Qué es un arreglador? Es como un sastre, querido; un tipo que le pone pilcha a la música para vestirla bien”, me dice el maestro Carli con una conmovedora simpleza, como si efectivamente fuera la frase de un cortador de telas más que la de un director de orquesta. “Este trabajo se parece mucho al suyo… ¿O usted puede decir que no va a entregar una nota porque no se le ocurre nada? Acá es igual: se le ocurre o se le ocurre. Después no importa que sea bueno o malo, importa que venda. Pero ojo, usted tiene que pensar que si hace esto es porque le gusta, porque si no, es una tortura. Gracias a Dios, el 85% de mis arreglos se han vendido. Mi orgullo es que a muchas de mis orquestaciones las tocan en varias filarmónicas del mundo. Por eso una vez un amigo me dijo, la verdad, Pepe, es que sos buen sastre (risas)…”
El “Maestro Pepe”, como le dicen en su Buenos Aires querido, está sentado en una mesa del hotel Howard Johnson junto a su compañera inseparable, la cantante melódica Romana Farrés. Y será ella quien a lo largo de la entrevista lo mime, le sostenga el bastón o le pida el café para todos y (detalle para nada menor) lo pague. Pero también será la que festeje sus chistes permanentes, ya que “Pepe” tiene un sentido del humor más cercano a la “Papa de Hortensia” que a los pasillos del Colón. Y entre nosotros estará en la mesa su “contacto” villamariense, la profesora Susana Hostar, del Conservatorio Felipe Boero, parienta de José. Y así, con ese póker de almas reunidas en una mesa, comienza esta charla alrededor del fuego invisible de la música que todo lo quema.
-¿En qué momento se sintió “arreglador”, José? Porque el suyo no es un oficio que se estudie…
-No, claro; no existía ni creo que exista una carrera de arreglador en Buenos Aires, salvo el curso que estoy dando yo mismo en Sadaic, con dos materias que hacen lo posible para acercarse a la profesión. La mayoría de los arregladores son muy buenos compositores o intérpretes, pero a la vez están en otra. 
-¿Cómo es eso?
-Mirá, no te lo podría explicar mejor que haciéndote escuchar la música que hacen ahora los ingleses para las miniseries. Son un compendio de todo, técnica, oreja, buen gusto, aplicación de métodos de composición… Esos músicos, con dos pesos ya tienen todo hecho, el clima, el suspenso, la muerte, la tormenta… ¡Y a eso hay que hacerlo! Antes se trabajaba diferente, se trabajaba con el pulso… ¿Me entendés?
-No  mucho, pero me interesa todo lo que me diga porque no sé nada del métier…
-Yo tampoco, así que no te hagás problemas (risas)… Te decía del pulso… Bueno, a eso lo creó un compatriota nuestro, Lalo Schiffrin. Es admirable la música que escribió Lalo, no sólo "Misión Imposible", sino "Masada"… Eso es el ABC del arreglo y de la música al servicio de una película…
-A excepción de Schifrin y de algunos consagrados, el músico de series comerciales no es muy reconocido por la academia, ¿no?
-Es cierto. Pero cuando hay un trabajo de años, a la hora de componer la música de una miniserie, los tipos ponen inevitablemente algo de su creatividad y de su vida... Hay temas que tienen dos compases, pero un músico lo desarrolla y son músicas maravillosas y de autor, como en el caso de Henry Mancini con La Pantera Rosa… 
 
Cuando arreglar es 
crear
-Usted dice muy modestamente que un arreglador es un “sastre de la música”. Sin embargo, ese “sastre” puede hacer que un tema suene como nuevo, como sucedió con la versión que Aníbal Troilo hizo de “La Cumparsita” …
-Es que muchas veces el arreglo es una excusa para inventar algo nuevo. ¡Pero mirá de quién me hablás vos, querido! Troilo era un genio! ¡Pero agarraba la goma y borraba todo lo que estaba de más en una canción. A la última palabra siempre la tenía él! Precisamente yo empecé a interesarme en los arreglos gracias a un disco de Troilo…
-¿Cómo fue?
-Yo estaba haciendo la colimba y un día en casa de un amigo escuché una grabación de “Recuerdo de bohemia”, del año 46. Era un disco de 78 revoluciones con el mismo tema de los dos lados. Y en una de las versiones, la orquesta hacía una fantasía de cuerda impresionante. Y yo me dije “quiero saber cómo se hace eso y cómo puede ser que funcione”. Porque en ese tiempo, meter un arreglo así en un tango era casi un suicidio. ¡Pero en ese tango quedaba bien! Me fijé en el disco y el responsable de esa "pilcha" era Argentino Galván… Así que gracias a él me metí al conservatorio. Pero al poco tiempo me echaron. ¡Lo digo con orgullo! (risas)
-¿Y por qué lo echaron, maestro?
-Porque hubo una cosa ofensiva para mí. Al rector les gustaban mucho las chicas y las clasificaba de acuerdo al largo de la pollera. Pero a los varones nos hacían poner un delantal gris horrible como en la ferretería y nos trataban mal. Un día pedí una partitura de Gershwin y me fui a practicarla al piano de la sala. Y entonces entró el rector y me dice: “¿Qué hace acá?”. “Ya ve, toco el piano”. “¿Y por qué no tiene puesto el guardapolvo?”, me preguntó. Muchas veces, el arreglo es una excusa para inventar algo nuevo. “Porque no soy almacenero” le respondí. “¡Usted es un insolente!”. “Y usted un viejo p…”, le dije. Ese fue mi último día y jamás me  reincorporaron...
-O sea que el maestro Carli no tiene título de grado…
-No, ningún título. Soy un atorrante y un autodidacta. Pero, ¿y Astor? ¿Qué título tenía? ¿Y Troilo? ¿Te creés que tenía título? Una vez me llamaron para dirigir una orquesta grande y dije por teléfono: “Pero mire que no tengo título”. Y el hombre que me habló, me dijo: “Menos mal, estoy harto de la gente con título” (risas). Mi único título es que muchos de mis arreglos se tocan en todas partes del mundo. Eso es todo lo que tengo. Yo trabajo siempre y cuando termino algo digo “bueno, ¿y ahora qué viene?”. Acuérdese siempre de esa pregunta, pibe, porque seguro es la más importante del periodismo, ¿no?
-Tiene razón. Y al igual que le ocurre a un periodista, un arreglador muchas veces pasa desapercibido…
 -Sí, pasa desapercibido, pero es fundamental... ¿Usted escuchó a Frank Sinatra alguna vez? El tipo que escribe atrás de él se llama Nelson Riddle y es capo total. El le puso la pilcha a Sinatra sin molestar, sin tomar protagonismo. Hacía música para cuatro, para 10, para 70 músicos. Y lo conocen muy pocos… ¿Y el arreglador de Bárbara Straisand? 
-¿Y usted, José, siempre fue sólo arreglador?
-No, un día me acordé de que además de arreglador era músico. Entonces me fui a tocar el violín a la Orquesta Estable del Teatro Colón. Y allá me pasé 20 años... 
-¿Y no hizo arreglos en esa época?
-Sólo para los amigos, gauchadas no rentables para los músicos de semejante orquesta. No los cobré nunca. Pero cuando yo los necesité, ellos estuvieron; como en 1993 cuando grabamos el disco "Piazzolla hoy"...
-Usted orquestó un disco entero de música de Piazzolla y otro de tangos de Gardel. ¿Hay que tener conocimientos clásicos para el tango?
-No en el sentido del repertorio, pero sí conocimientos de arreglos de la música clásica; teniendo en cuenta que esa música está, a su vez, llena de música popular. Siempre me digo “dejemos de tocar las contradanzas de Mozart en las orquestas argentinas y arreglemos nuestra música folclórica”. Yo soy hincha del chamamé, pero nunca escucho un sólo chamamé en las orquestas de Corrientes. Yo dirigí las orquestas de Mendoza y San Juan y no había ninguna “tonada”. ¿Para qué tenés una orquesta, entonces? ¿Para tocar a Mozart no muy bien? Somos un país con una cantidad de ritmos fabulosos, tenemos una riqueza que pide ser aprovechada…
De “Mi Buenos Aires querido” con Barenboim a “Juana Azurduy” en la Villa
 
-Uno de los hitos de su carrera fueron los arreglos de tango que hizo para Daniel Barenboim. ¿Cómo fue esa experiencia?
-Fue en el año 95; aunque yo a Daniel lo conocía de pibe, de cuando él tenía 8 años. Me acuerdo que habíamos ido con él y su papá a escuchar un concierto y a la vuelta fuimos a un bar. Y en el bar había un músico tocando el piano y Daniel, con 8 años, se le acercó y le dijo: “¿Te puedo decir algo? No me gusta cómo tocás a Mozart” (risas). 
-Y medio siglo después se encuentra con que ese pibe es el director de la Filarmónica de Berlín…
-Sí. Yo estaba escribiendo los arreglos para el disco “Piazzolla hoy”, porque ya me había jubilado y quería hacer algo para mí. Pero me llamó un amigo, el director de EMI, y me dice “che, Pepe, ¿podés venir al hotel Alvear? Está Barenboim y te vamos a nombrar jefe de repertorio de un disco que queremos hacer. Al disco había que hacerlo ese viernes, el sábado y el domingo, porque el lunes Daniel se iba. Estaban Rodolfo Mederos y Héctor Console...
-¿Y fue?
-Me tomé un remís inmediatamente. Cuando lo saludé a Daniel le recordé la anécdota de aquel concierto. Y él, que se acordaba de todo, me dice “¿y qué tocaron esa vez?”. Le dije el repertorio y que por último hubo un concierto de Mozart”. ¿”Y en qué tono estaba ese concierto?”, me preguntó. “No sé, no me acuerdo… creo que en sol”, le dije… “No, estaba en do, pero no importa”, me dijo… Nunca sabré si me bicicleteó con la anécdota...
-¿Y qué escribió para ese disco?
-Hice un arreglo para "Don Agustín Bardi", un tema de Horacio Salgán. Cuando le di el “book” con el pentagrama me dijo, refiriéndose a un pasaje para piano de Salgán, “¿y el autor toca esto?”. Le dije que sí. Me miró sorprendido, se prendió la luz roja y tocó de una sola vez un pasaje dificilísimo, sin haberlo escuchado nunca en su vida. Y lo tocó de manera perfecta... 
-¿Y qué pensó usted?
-Que era una lástima que Daniel fuera argentino (risas). Lo bueno es que vendimos medio millón de copias en el mundo... Luego le pasé otros arreglos que había hecho en el Colón para que los tocara con la Filarmónica de Berlín. Fue en el año 1998. El tipo no quería arriesgar, así que me los pidió. Uno de esos fue “El Firulete”, que pegó un montón. También le arreglé tres danzas de Ginastera…
-Sin embargo, y a pesar de su conocimiento clásico, usted empezó siendo músico de tango…
-Es que no había otra, querido. Para ingresar en una sinfónica tenías que esperar que alguien se muriera. ¡No había lugar! Pero para tocar tango, en la calle Corrientes tenías 40 ó 50 orquestas...
-Los violinistas clásicos dicen que es muy difícil tocar tango, que los yeites no se aprenden en dos días ni en dos años, ¿qué opina?
-Que es verdad. El violín del tango es lo más parecido al violín gitano. Son los mismos arrastres. El tango tiene sus vueltas y hay que aprenderlas…
-¿Y qué me puede decir del violín?
-Que es un instrumento hecho para la raza judía, raza ante la cual me saco el sombrero. Además de ser los mejores del mundo, inventaron maneras de tocar. Una vez le pregunté a Yehudi Menuhin por qué su raza era tan buena para tocar el violín. Y me contestó: “¿Usted vio a algún judío llevar un piano por el desierto?”. Me tomó el pelo con ese humor tan de ellos pero tenía razón... Así que me reí... Y todavía me sigo riendo...
Iván Wielikosielek

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