Por el Peregrino Impertinente
En pleno centro de Praga, República Checa, se levanta el Museo de Inodoros más grande del mundo. El enunciado solito alcanza para esbozar algunas conclusiones interesantes: primero, que la idea ya se le había ocurrido a otros desequilibrados previamente. Y segundo, que este planeta en el que vivimos no tiene absolutamente ningún gollete. Aunque eso el lector lo sabía de antes, cuando viendo la tele se enteró de que Insaurralde es el político del momento.
El emprendimiento, que ocupa dos pisos de un tradicional edificio praguense, se llama “Muzeum nocníku a toalet”, lo que en el idioma vernáculo significaría “Pero qué asco, ¿cómo se atreve a decir esas barbaridades?”, de acuerdo a la traductora checa consultada al respecto. En concreto, alberga alrededor de 300 inodoros de diferentes épocas (antigüedad, medioevo, modernidad), materiales (madera, metal, plástico, cerámica) y tamaños (M, X, XL, Suegra), así como pelelas, bacinicas y otros elementos del rubro. También exhibe distintos tipos de papel higiénico, entre los que se incluye el popular “Lija del 20”: un clásico en tiempos de vacas flacas, que además de limpiar las partes delicadas sirve para alisar paredes y marcos de puerta antes de pintar.
Con todo, el museo ha recibido distintas críticas por parte de los visitantes. La mayoría se queja de que los inodoros se puedan ver, pero no usar. “Me clavé media docena de ciruelas con café para nada”, comenta uno, tembloroso. “No se puede jugar así con las necesidades de la gente. Esto cuando estaban los militares no pasaba”, fustiga otro, nostálgico. “¿Y ahora qué hago con todos estos diarios que compré?”, se pregunta un tercero, que venía bien preparado para el ritual de la sobremesa.