Asimple vista, podría decirse que Esquel es una ciudad más de la Patagonia, de grises, fríos y semblante monocorde. Eso si no fuera por las montañas que se le echan encima en aridez y merced a un espectacular entorno natural que exhibe sus mejores galas fuera de los límites urbanos, encontrando el exponente de oro en el Parque Nacional Los Alerces. Tal acervo, sumado al atractivo que representa el legendario tren La Trochita, hace de la localidad del noroeste de Chubut (1.800 kilómetros al suroeste de Villa María), un destino definitivamente apetecible.  

Con todo, este municipio de 30 mil habitantes también acoge virtudes pegadas a su seno. Al respecto, hay que nombrar a la Reserva Natural Laguna La Zeta. Un rincón ubicado a apenas cuatro kilómetros de la plaza principal, en el que los protagonistas son un espejo de agua de 60 hectáreas, bosques de pinos y la silueta redentora de los cordones montañosos, como el Situación. Allí, además de los paisajes anchos de pastizal, ya se empieza a disfrutar de las casi 100 especies de aves que inundan la región, el cóndor, el pájaro carpintero y el martín pescador por caso.  

Otro baluarte a tiro de piedra del centro es el Cerro La Cruz, que recibe el nombre del crucifijo que lo corona. Para arribar a la cima se necesita recorrer dos kilómetros de caminata en pendiente. Preciosas las panorámicas de la ciudad y el valle que regala el paseo.

Luego del contacto inicial con la naturaleza, el regreso a la médula urbana cuenta de parroquianos tranquilos y parcos y de una historia que involucra a nativos mapuches y tehuelches y a pioneros galeses (cuya traza es muy marcada en el cercano poblado de Trevelin). En ese sentido, interesante resulta la visita al Museo Histórico, que recoge información de los primeros habitantes del valle y de la llegada de los inmigrantes europeos, previo a la fundación del pueblo a principios del Siglo XX.  

 

El tren y el parque más bonito

Sin embargo, no fue hasta 1945 que Esquel comenzó a hacerse conocida en el resto de la provincia y el país. Ese año, quedó oficialmente inaugurada la célebre Trochita, también llamada Viejo Expreso Patagónico. Se trata de uno de los últimos trenes a vapor en funcionamiento del mundo, que en 18 kilómetros y dos horas y media de nostalgias acaricia las estepas chubutenses enmarcadas de cerros. El primer tramo del recorrido (la ida) se inicia en la estación central (donde existe un  museo de este tren de trocha angosta) y finaliza en Nahuel Pan, aldea indígena que a través de su museo y sus artesanías mantiene con vida algunas tradiciones de las comunidades originarias.

Los alrededores convocan nuevamente, ahora con el cerro La Hoya, hogar del Centro de Esquí homónimo y sus pistas de nieve en invierno y circuitos de trekking en verano. Aunque el gran llamador descansa allende, bien pertrechado de los verdes de la cordillera. Es el Parque Nacional Los Alerces, para muchos el más bonito de Argentina. Un sueño hecho de lagos turquesas, playas de piedra, laderas exuberantes en bosque valdiviano (hasta parecen selvas, con sus alerces, sus arrayanes y sus copihues), ríos fecundos y prístinos, cúspides nevadas y sol potente o bruma misteriosa, según los humores del día. El inmenso espacio protegido (260 mil hectáreas aproximadamente) gana piropos a medida que se expande hacia el norte y el lago Futalaufquen conecta con el Verde y éste con el Menéndez y el Rivadavia. Esquel mira desde la distancia, orgullosa de servir de umbral a semejante reliquia.