Urquiza se defendió como pudo, a los tiros, pero ya se sabía el final del cuento antes de que una bala insistente volara hasta darle en el rostro. De precavidos nomás, sus enemigos se empecinaron con la panza y le metieron un refusilo de puñaladas, y ahí quedó, bien muerto el general (1801-1870). Se la tenían bien jurada a quien fuera el primer presidente constitucional de los argentinos, al que salió triunfal de la Batalla de Caseros (ante Rosas), al que como director de la Confederación Argentina declaró la Constitución Nacional, en 1853.
Los que le sellaron la sentencia eran los montoneros de Ricardo López Jordán, gauchos bravos que lo habían caratulado de traidor desde hacía mucho. Porque no apoyó los levantamientos federales de Felipe Varela y Chacho Peñaloza, porque retrocedió en la decisiva Batalla de Pavón (la que tuvo primero a Buenos Aires de rodillas y al interior victorioso, y después hizo invertir los roles), porque hizo amistad con Sarmiento, el supuesto autor intelectual de la muerte de Peñaloza. Así que una noche entraron en tropilla a su residencia privada y adiós.
Aquel acontecimiento terrible tuvo lugar en el Palacio San José, el que Urquiza había mandado a levantar a mediados del Siglo XIX y en el que residió los últimos 20 años de su vida. El mismo se mantiene intacto en la actualidad, corporizando una de las obras arquitectónicas mejor conservadas del país.
Estructura solemne
El Palacio, también denominado Museo Justo José de Urquiza (ya que incluye varios objetos pertenecientes al político, militar y productor agropecuario), está ubicado 25 kilómetros al oeste de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Respira entre los matices del campo, esos que tanto le gustaban al general, experto en negocios de hacienda él. Más allá de la riqueza de su línea de vida, lo que realmente resplandece en este Monumento Histórico Nacional es el exquisito diseño de la estructura. El estilo que luce es el llamado “italianizante”, más precisamente de la región de Toscana. De ahí la fachada solemne, de columnas y torres, mármol, de rosado en los muros, jardines con estatuas y fuentes, pletóricos de plantas y arbustos.
En tal sentido, destacan los frutales de la entrada y las palmeras, el Parque Exótico (denominado así por lo extravagante de las especies vegetales allí dispuestas) y el Jardín Francés, todos en fila y en ese orden precediendo el ingreso. Del otro lado del inmueble, se encuentra el Jardín Posterior, lindero a una pequeña capilla.
Pero lo más atractivo de la mansión es sin dudas el interior. Entre los muros, se encuentran lugares como la cochera, la pulpería, la panadería y la cocina, espacios comunes que exhiben mobiliario original de la época. Igual que el recinto estrella de la casa, conocida con el nombre de “Sala de los Espejos”. Con sus alfombras, sillones, piano y elegancia, supo ser el área de recepción. Otros puntos elementales de la visita los componen los dos patios interiores: el de Honor y el del Parral. El primero brilla con galerías de arcos y columnas, y el segundo a partir de parras posadas sobre arcos de hierro. Asimismo, cabe subrayar el acopio artístico del Palacio, que incluye una decena de pinturas dedicadas a Urquiza.
