Escribe Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Oculto en los escondrijos de Calamuchita, El Durazno es uno de esos lugares a los que el rótulo de paraíso les sienta perfecto. Rincón apenas mechado de habitantes (un cálculo a toda enjundia diría 70) y dueño de tres atractivos irresistibles: laderas que siguen órdenes de las Sierras Grandes (corpulentas en el fondo), río abundante que también baja de las alturas y bosques de pinos que aportan el rasgo característico de los fondos del valle. Es la naturaleza, en fin, disfrutando que por aquí el hombre casi ni asoma las narices.
La llegada al caserío (habrán 10, 15, 20 construcciones desparramadas por los senderos), se da tras pasar Villa Yacanto de Calamuchita (30 kilómetros al oeste de Santa Rosa de Calamuchita, 200 kilómetros desde Villa María) y surcar 7 kilómetros de tierra y desniveles, desolados pastizales y vistas a las montañas. Hay una especie de curva final y una bajada, y entonces el río que da nombre a El Durazno hace su primer acto. Vado y puente colgante son las estrellas de un cañadón que ya alcanza para justificar el viaje.
Después de atravesar la corriente, el camino saluda a la Máquina Abandonada que quedó ahí, testigo mudo del ingreso de la modernidad a los pagos profundos de Córdoba (muy lento se dio: la luz eléctrica aterrizó oficialmente recién el año pasado). Y al instante, subiendo un poco, empiezan el follaje, la escuela rural, el manojo de restaurantes, almacenes y posadas, el par de campings, balcón a la pureza, el respirar en verde, amarillo, celeste.
Lo mejor, no obstante, está del otro lado de la tenue colina, en el sector donde El Durazno es más El Durazno que en cualquier parte. Una maravilla, con el agua cayendo generosa y fría (el curso nace en el cercano Champaquí), entre cajones formados por rocas inmensas, repletos de cascadas, la mirada siempre atenta de los cerros, y la imponente figura de los pinos. Hay que cruzar hacia el bosque y palpar lo frondoso, lo alto, lo vital que anda. Algunos árboles pierden la guerra de la supervivencia y yacen caídos, en un suelo difícil de caminar, de tanto tronco adormecido. De regreso al chapuzón, toca treparse a una piedra y saltar de palomita, zambullirse en ollas profundas y sentirse pleno.
Escapadas por la zona
Ya fusionado con el paisaje, el viajero podrá aprovechar y realizar diversas escapadas por la zona. Al respecto, la más conocida es la que lleva a Pinar de los Ríos (5 kilómetros al sur de El Durazno), esquina en la que la espesura potencia su estela y brilla el casco de estancia de La Florida. Pegado, el río Grande sigue con lo de refrescar los cuerpos y trae truchas para el que tenga ganas de tirar la caña (la devolución es obligatoria).
Otra excursión de peso la materializa el cerro Los Linderos, al que se arriba en auto tras retornar a Yacanto (50 kilómetros en total). Desde allí, parte un sendero que en una hora de empinada subida, conecta con la mismísima cima del Champaquí y sus casi 2.900 metros de altura. Qué decir de las vistas que se obtienen en los techos de Córdoba, el valle de Traslasierra a un costado y el de Calamuchita al otro.
Menos célebre, la travesía que ensambla con la Capilla del Carmen (construida en 1945), demanda 10 kilómetros de marcha en dirección suroeste desde El Durazno (también se puede ir en auto), en compañía de corrales de piedras, cielos anchísimos e impecable serranía.