Un gesto que aviva esperanzas

En diciembre de 2013, durante el funeral de Nelson Mandela, Barack Obama y Raúl Castro estrecharon sus manos en un saludo que duró segundos. La Casa Blanca aseguró que no estaba planificado y el presidente de Cuba declaró que era un saludo propio de gente civilizada. Recuerdo haber percibido entonces que algo importante estaba pasando. Ese apretón de manos era histórico y muchos de mis colegas coincidían conmigo. ¿Sería, acaso, el preámbulo de un acercamiento entre ambos países? Desde hace tres días, sabemos que sí. ¿Pero por qué ahora? ¿Qué cambió?

En principio, el contexto histórico. El origen de la rivalidad entre Estados Unidos y Cuba es, en esencia, un producto de la Guerra Fría - y la Guerra Fría se enseña hoy en las cátedras de Historia. Pero el cambio se ha dado, fundamentalmente, en las circunstancias de política doméstica y exterior de los actores involucrados. Veamos.

La Cuba de 1959, construida en función de esperanzas revolucionarias, subsiste hoy sobre promesas discursivas que ya no puede garantizar. Por ello, y más allá de las justificaciones ideológicas que cualquiera pueda argüir, la gran pregunta no sólo sin responder sino también sin preguntar, es sobre qué base de legitimidad se estructura hoy la Revolución Cubana. Las fallas del mercado son evidentes y visibles, pero más de 50 años después, ¿pudo el Estado cubano limitar los daños y perjuicios perpetrados por el libre juego de las fuerzas del capital? Y si es evidente que no pudo, porque la desigualdad social en la isla está a la orden del día, ¿a cambio de qué exige a los cubanos obediencia y acatamiento? La fórmula del poder político radica, en última instancia, en un acuerdo legítimo entre gobernantes y gobernados.

Estados Unidos, por su parte, ha fracasado. Pero ha fracasado en algo más profundo que en su intento de debilitar al régimen castrista con un embargo económico. Estados Unidos ha fracasado en su narrativa de política exterior en, al menos, un punto crucial: el discurso de la democracia y del respeto al libre mercado que han proclamado por el mundo -y que se complementa con la idea de que los pueblos siempre ambicionan y merecen la libertad a pesar de estar gobernados por líderes autoritarios- es irreconciliable con los efectos nefastos que ha tenido -y tiene- el embargo económico sobre la población cubana. Intuyo, sin embargo, que hay algo más. La administración Obama ha tenido años difíciles en materia de política exterior. Un rápido repaso: la Primavera árabe, Benghazi, el caso Snowden, la Guerra en Siria, el conflicto palestino-israelí y, recientemente, la escalada de tensiones con Rusia a raíz de la Península de Crimea, cuestión que ha tenido innegables ribetes de Guerra Fría -a pesar de que la Guerra Fría se enseñe hoy en las cátedras de Historia-. En este contexto, poner fin a un conflicto que ya lleva casi 55 años, ¿no sería un gran triunfo para la golpeada diplomacia americana?

Veo en Castro y Obama un intento (¿desesperado?) por cerrar brechas. La brecha entre las promesas y los hechos que amenazan la legitimidad del gobierno en Cuba, y la brecha entre la narrativa y la realidad que tanto ha desprestigiado la política exterior de Estados Unidos. Mientras ellos lidian con sus brechas, a nosotros latinoamericanos, nos queda abrigar la esperanza de que nuestra región quede finalmente libre de muros simbólicos de otros siglos que tanto han dividido y que tanto han matado.

 

María Lasa

doctora en Ciencias Políticas