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27 de Diciembre de 2014
Entrevista - El joven bailarín villamariense Nicolás Maneiro recorre Sudamérica con la enseñanza de nuestra danza
“El tango es mi familia, mis viejos, mi infancia y mi forma de vida”
Visitó seis países en 21 meses de viaje puramente nómade. Vivió en hostels, carpas, casas prestadas, en comunidades indígenas y hasta en la playa. Al llegar a Ecuador su proyecto de enseñanza se formalizó bajo el título de “Ameritango”
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Un buen día, Nicolás David Maneiro Cazarre, dijo basta. Dejó de lado la vida rutinaria y emprendió un viaje, a su juicio “mágico”, que lo ha llevado a recorrer distintos países del continente con el tango en sus pies como única carta de presentación. 
A continuación, el bailarín (actualmente de 30 años), cuenta a EL DIARIO las anécdotas y recuerdos de su tour por las entrañas latinoamericanas. 
-¿Desde siempre tuviste inclinación hacia el baile? 
-Sí, siempre me gustó bailar, pero nunca me había dedicado a aprenderlo correctamente. Desde pequeño me gustaba bailar todo lo que se cruzara en el camino. Después de adolescente era el que en el boliche le encantaba bailar toda la noche. Mi casa no es de bailarines, pero sí de artistas, aunque todo siempre fue mitad hobbie mitad salida laboral. Mi abuela hacía manualidades, artesanías en mates y tejidos. Mi madre es escritora, gran dibujante y tiene una pasión por las artes plásticas. Mi hermana menor también tiene una gran habilidad para las artes plásticas, pero nunca nadie se profesionalizó.
-¿Fuiste a academias o talleres en Villa María? 
-Sí, en Villa María fue donde empecé. Allá fui a varios lugares, no eran todas academias, sino más bien clases abiertas. Por un tiempo muy cortito pasé por Flor de Ceibo, después tuve de profe a Darío Falco y luego con mi gran maestra Silvia Roggia. Al enamorarme del tango  empecé a buscar clases en la ciudad de Córdoba donde iba a talleres y seminarios y a milonguear muchísimo que es donde más se aprende. También hice varios talleres en ballet folclórico como el de Carina Bonoris y de Andrea Orellano en Villa Nueva. Y aún viajando sigo tomando clases con profesores que encuentro. El aprendizaje es infinito.
-¿En qué momento pensaste y decidiste recorrer Sudamérica con la enseñanza del tango?
-A principios de 2012 decidí romper un poco con mi vida estructurada,  la vida “normal” (apartamento, auto, trabajo de ocho horas, vacaciones, tarjetas de crédito, el sistema) y decidí irme a recorrer Latinoamérica, conocer el mundo. Nunca pensé en salir a recorrer con el tango ya que soy un bailarín joven (en tiempos de baile). Sí, lo pensé para ir a conocer milongas y compartirlo en otros lados. Al llegar al primer país vecino, Bolivia, sucedió la magia: me empezaron a pedir clases en los lugares de tango, que bailara en ellas y en otros espacios. Así empezó a cobrar vida “Ameritango”. 
-¿Conocías de alguien que haya hecho proyectos similares anteriormente?
-Me enteré de una pareja de cordobeses que andaba haciendo lo mismo. Por Internet me contacté con Ariadna Amuchástegui y Martín Cagliero, que ellos habían salido unos meses antes que yo y me pasaron unos datos de lugares de tango y milongas. Pero siempre fui de la idea de que el camino me encontrara a mí.
 
El viaje
-¿Cómo armaste tu primer itinerario?
-El itinerario es un mix de lugares que quiero recorrer, turísticos y no tanto, y donde esté el tango. Entonces me fui armando la ruta de esa forma. Mi viaje empezó en La Quiaca, de ahí crucé la frontera a Bolivia y fui al Salar de Uyuni, Potosí hasta Sucre, donde ya tenía una escuela de tango que me esperaba.
-¿Qué anécdotas rescatás de tus viajes? 
-Anécdotas tengo muchísimas, ya que ya llevo 21 meses y seis países visitados. Ya del primer paso en un camión rumbo al norte argentino con mi mochila y mi par de zapatos de tango. La verdad que me han pasado muchas cosas, divertidas y muy buenas. De encontrarme con nostálgicos argentinos que se han largado a llorar al verme bailar en la calle, gente que te invita a sus casas o que te ofrece ayuda. Anécdotas de conocer lugares increíbles, atardeceres o cielos estrellados sin ninguna luz artificial cerca. Probar comidas muy raras y conocer muchas danzas. Cosas negativas, por suerte, no he vivido; siempre por el buen camino las cosas buenas aparecen. Una gran anécdota fue ir al Mundial de fútbol de Brasil con dos amigos, una bailarina y un bandoneonista de Córdoba. Bailamos y tocamos por todos lados, fue una experiencia increíble, una verdadera fiesta. Otra fue cruzar el río Amazonas en barco por 12 días y sin cama (se duerme en hamacas). Así que la primera noche cuesta acostumbrarse ya que dormís bajo el mismo techo con más de cien personas una al lado de la otra. Al principio parece raro, pero después terminás hablando con todo el mundo y compartiendo vivencias.
-¿De qué manera se vive como artista nómade? ¿O cómo es lidiar con las costumbres y la vida cotidiana en otros lugares?
-Depende de lo que para uno sea vivir, eso es muy relativo. Para mí es excelente, se vive en libertad y de una buena manera. Vivo de lo que amo hacer. Sé que es una vida austera, con pocas cosas materiales, ya que sólo llevo un mochila, pero llena de otras cosas mucho más enriquecedoras, aquellas que te llenan el cuerpo, el alma y el corazón. A veces se gana más dinero y otras menos, pero el suficiente para el techo y la comida. Ya con el hecho de ser nómade uno acepta esa realidad, viviendo el movimiento. En cuanto a las costumbres y la vida de otros lugares uno se acostumbra rápido. Mientras más tiempo pasa uno en el viaje más canchero te ponés y le agarrás la mano rápido. Sudamérica está hermanada, así que muchas cosas son similares también.
 
Un proyecto autosustentable
-¿Cuándo tu proyecto se convierte en algo más formal? 
-Se convierte más formal al llegar a Ecuador donde una bailarina ecuatoriana me invita a abrir una escuela de tango allí, la cual todavía está en funcionamiento. El nombre “Ameritango” fue instantáneo cuando planeaba el viaje y bromeaba que me iba a recorrer el continente americano bailando tango y ahí quedó. Gracias a Dios hoy es un hecho que vivo del tango. Y mi proyecto es autosustentable. Nunca he recibido ningún fomento ni ayuda de ningún gobierno.
-¿Actualmente dónde estás parando y con quién vivís?
-He vivido en hostels, en carpa, en casas, en la playa, en comunidades  indígenas. Actualmente estoy en Santiago de Cali, Colombia, la capital mundial de la salsa. Utilizo una comunidad de viajeros que se llama “couchsurfing”, donde te hospedan en sus casas y es un intercambio cultural. Ahora estoy en un apartamento de una caleña que me ha recibido.
-¿Tenés planeado regresar pronto?
-Mirá, en estos 21 meses viajé durante ocho meses por Bolivia, Perú y Ecuador. En octubre de 2013 volví a Villa María. Me quedé unos meses y en abril de 2014 volví a salir por Uruguay, Brasil, el norte de Perú, Ecuador y Colombia. La idea es llegar al Caribe y ver la posibilidad de volver de visita a Argentina. Tal vez en dos o tres meses. 
-Por último ¿qué significa el tango para vos? ¿Desde lo espiritual, lo emocional o desde la práctica?
-El tango para mí significa mi familia, mi infancia, mis viejos, mi modo de vida, mi pasión, mi profesión, mi libertad. El tango se convirtió en un todo para mí.
Juan Ramón Seia
 
Fotografías: 1) Momento “gastronómico” y artesanal en su periplo por Perú, Colombia y Brasil
 
2) En pleno Mundial de fútbol, Maneiro viajó a Brasil junto a una bailarina y un bandoneonista de Córdoba
 
3) El villamariense bailando junto a Laura María Melendez, en Santiago de Cali, Colombia

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