Edicion: 2015-07-01
Hoy en Tapa de Papel | Ediciones Anteriores
NOTICIAS SUPLEMENTOS SERVICIOS CONTACTO QUIENES SOMOS
Portada  »  El Diario Cultura  »  Marta Mansutti y la fábrica de hornear actores
28 de Diciembre de 2014
Marta Mansutti y la fábrica de hornear actores
Es una de las actrices más prestigiosas de la ciudad y acaba de cumplir 50 años como docente de teatro. Directora del Profesorado “La Panadería” (único que entrega título oficial en el interior de la provincia)
Compartir Compartir Imprimir
1- Marta Mansutti. 2- Rosa Gallo y su esposo Hugo en la inauguración de La Panadería, año 1991. 3- Con Virginia Lagos

Marta repasó su carrera y explicó el significado que para ella tiene el escenario, ese “ámbito sagrado” al que le consagró buena parte de su vida

 

En una tarde de fin de año vacía y sin alumnos, Marta me espera en la sala de danzas de su escuela. Y pienso que no es casualidad que haya elegido ese lugar, porque esa “puesta” es un modo de vivir “el teatro y su doble”.

Ha de ser por eso que una vez adentro los espejos la multiplican en todas las direcciones. Y entonces la soledad se vuelve multitud, los meses se vuelven años (y alcanzan el medio siglo) y esa mujer es todas las mujeres que alguna vez subieron a un escenario. Es la adolescente que a los 14 años hacía su primera obra “rebelándose” contra sus padres que no la dejaban salir (corrían los años 60) en la sala de “La Casa de la Familia”, o la señora que se enfrenta a una crisis familiar en “También las mujeres han perdido la guerra” de Curzio Malaparte en los 70, o  missis Van Daan en “El diario de Ana Frank” de los 80, o acaso “La Gallega” (al fin y al cabo así es como le dicen) que, con una flor en el pelo, recita romances españoles porque la poesía (sobre todo la de Federico García Lorca) es su otra pasión. Pero los espejos no sólo multiplican a la mujer y a la actriz, sino también a toda su descendencia: a los tres hijos criados entre coronas de cartón y caballos de utilería, a su marido con quien se puso de novia en una obra, a sus cinco nietos que ya son parte indisoluble del “ballet de niños” y acaso a los bisnietos que en pocos años vendrán y “heredarán el viento”, pero no cualquier viento, sino ése que envuelve al Rey Lear en la intemperie, o el que se escucha a lo lejos en Romeo y Julieta antecediendo la tragedia, o el que alguna vez levantó la mítica pollera de Marilyn en un subte de celuloide. Y por eso pienso que no es una casualidad que Marta me reciba en una sala llena de espejos para hablar de sus cincuenta años en escena. Porque no se puede entender todo ese tiempo sin recurrir a la multiplicación del presente. Y porque de sus manos los actores siguen saliendo al tablado como bizcochos recién horneados, un milagro de panes y peces para quienes tienen hambre de teatro, esa cena maravillosa por cuya tarjeta algunos pagan con los años de toda una vida.
 
Familia en escena
-Acabás de cumplir 50 años en la docencia del teatro, pero también de la danza. ¿Te definís como actriz o como bailarina?
-Yo vengo de los dos mundos y siempre fueron paralelos en mi vida. No podría aferrarme a uno y dejar de lado el otro. Te puedo decir que hace 50 años me inicié en General Cabrera remplazando a una profesora de danza y que luego seguí en Deheza, Las Perdices, Arroyo Cabral, Carnerillo, Luca, Dalmacio Vélez, Bengolea, Ucacha, La Laguna, Etruria, Tío Pujio, Oliva… Pero en General Cabrera ese mismo año dicté mi primer curso de teatro y un año después empecé a actuar acá en la Asociación Teatral Independiente (ATI), en el grupo que después fundó el Teatro Estable. 
-¿Y de cuándo data tu primera actuación?
-De muy chica. Siempre hacía alguna obrita o un recitado en presentaciones de libros de la SADE, en el colegio o en el canal. Lo de la SADE se lo debo a mi abuelo que era escritor (José Enrique Torres) y fue quien me hizo incursionar en el mundo de la declamación con la profesora María Emilia de Rueda. Como él fue secretario de la Asociación Española me llevó de Susana Soria Arch, donde aprendí danza española. 
-¿Y cómo llegás a ser parte de la ATI?
-Fue a los 14 años, convocada por Pilar Monesterolo. El me llama a mí y a Puqui Charras, la amiga que me acompañó toda la vida. Y entonces nos junta con los alumnos del Colegio Nacional para una obra que querían hacer para el Movimiento Familiar Cristiano. Era la historia de una chica que se rebelaba porque los padres no la dejaban salir un sábado a la noche. La chica era yo y de papá hacía Sponer. Esas obras trajeron a mucha gente, así que le pedimos al padre José María la sala del colegio Trinitarios…
-Se había agrandado el elenco…
-Claro. Por eso fue que Pilar dijo después “voy a traer más gente del Nacional para esta noche”. Y en esa primera noche fue que lo conocí a Hugo, mi marido... Bueno, todavía no era mi marido, pero me lo acuerdo patente... Tenía una camisa blanca y un chaleco bordó. Me acuerdo que lo miré y le dije a Puqui: “¿Quién es ese muchacho?”. Y ella me dijo “Es el Fuguito Mansutti, ha hecho muchísimo teatro en el colegio”. Ahí empezamos a armar la ATI, reformando toda la sala de Los Trinitarios. Debutamos con “Deja que los perros ladren” de Sergio Vodanovic, donde yo hacía de la esposa de Hugo. Y así nos empezamos a poner de novios en la vida también, arriba del escenario. 
-Y así nacía el Teatro Estable…
-Sí, y ése es nuestro orgullo, porque en el año 72 conseguimos la sala en los altos del Club Sarmiento y ahí empezó todo. Eramos muchos. Estaba Helena Masetti, Raúl Zuin, Sponer, Pilar… Con estas manos (y Marta me las enseña como una nena que se acaba de lavar para sentarse a la mesa) pintamos el teatro entero y mi marido con Raúl fueron a buscar las butacas a un cine de Río Tercero y las hicieron tapizar. Después pusimos las maderas de la pared y entonces inauguramos. 
-¿Y había por esos tiempos un “público de teatro” en la ciudad?
-Sí, porque a ese público lo habíamos construido nosotros en los Trinitarios y luego lo terminamos de formar desde el Estable. Invitábamos a los conocidos y a los familiares uno por uno. Mi marido, que trabajaba en el Banco Italia, traía gente de ahí, y yo a docentes. Hicimos un grupo que asistía permanentemente. A veces venían ochenta, cien personas; hasta que de a poco empezó el “boca en boca”. Nunca me voy a olvidar cuando hicimos “Qué lindo es estar casado y tener la suegra al lado” de Juan Carlos Muello y ver en la boletería el cartelito que decía “Entradas agotadas”. 
-¿Qué significó para vos el Teatro Estable?
-La mejor época de mi vida. Estuve con un grupo humano espectacular e irrepetible; con Puqui, con Pilar, con Lola... A tal punto que cuando formamos “La Panadería” no nos terminamos de desvincular nunca y lo seguimos apoyando. Incluso los nuevos actores del Estable vinieron varias veces a actuar acá, como Raúl Martínez el día que inauguramos la sala en 1991 con “El centrofoward murió al amanecer”. El grupo aquel era nuestra familia y nuestra familia era también parte del grupo. Ya estábamos casados con Hugo y nuestros hijos y los de Lola y, en vez de estar un sábado a la tarde en la calesita, nos ayudaban con la utilería o pintaban los ladrillos de un castillo. Esa es la gran satisfacción de uno, decir que nuestras familias se hicieron en el teatro.
-El Teatro Estable, además, trascendió ampliamente los límites de la ciudad…
-Sí, porque en el 75 presentamos “El conventillo de la paloma” en la sala mayor del Teatro San Martín de Córdoba, y en los 80 llevamos obras más chicas a la sala Luis de Tejeda de la capital, o al Comedia. Y acá fuimos a todas las salas que te puedas imaginar, desde el Verdi y la de Luz y Fuerza hasta el teatrito García Lorca que estaba en el Salón de los Deportes. Hicimos “La valija”, “También las mujeres han perdido la guerra”, “Réquiem para un viernes a la noche”, “Teatro cosi cose”, “Historia de mi esquina”, “Heredarás el viento”, “El diario de Ana Frank”… 
 
“La Panadería”, una fábrica de actores
-Y entonces llega tu “fábrica de actores”…
-No sé si una fábrica (dice Marta entre risas) pero sí te puedo decir que por acá han pasado jóvenes muy talentosos, como los hermanos Trento que ahora están teniendo mucho éxito en Buenos Aires y también otros que tienen su propia sala como Roxana Sella. En once años de profesorado tuvimos 40 egresados, que no es poco.
-Tanto en las escuelas de la región como en tu instituto trabajaste con jóvenes. ¿Qué les transmitís en las clases?
-Que vivan el hecho teatral y conozcan los autores clásicos, principalmente los argentinos. También que se formen en la parte física y en la voz junto a las técnicas de actuación. Trabajamos mucho el compromiso y la solidaridad para hacer del grupo una familia en escena; que fue nuestro lema en el Estable. Creo que hemos hecho un trabajo muy completo con las escuelas porque muchas veces las obras que llevamos a los colegios han despertado vocaciones. Y cuando esos chicos han venido acá, las madres nos decían: “¡Pero este no es mi hijo, no era así de suelto!” . 
-También hacían “turismo teatral”…
-Todos los años para Semana Santa hacemos viajes culturales a Buenos Aires para ver teatro y asistir a escuelas para ver cómo trabajan. Hemos ido a clases con Alejandra Boero y hemos visto hasta cinco obras por día en el Teatro San Martín o en el Cervantes, que ya son nuestra casa…
-¿Cuál es el mayor desafío que tiene un actor en escena?
-Hacerle creer al público el personaje que encarna. Y eso no es fácil, porque más de una vez tenés que dejar de ser vos para convertirte en ese personaje. 
-¿Hay personajes que caben mejor a un actor que a otro?
-Sí, y nosotros trabajamos mucho con improvisaciones y creaciones colectivas para entender mejor qué personaje le va a cada uno. Pero ojo que también es necesaria la experiencia. Hay papeles que no se pueden hacer si no viviste determinadas cosas. 
-¿Cómo es esto?
-En mi caso, el hecho de haber sido mamá o de haber sufrido una pérdida como me pasó de joven con mi madre, hizo que puedas interpretar mucho mejor un Lorca o un Shakespeare. El escenario es sagrado y no se pueden apurar procesos internos para llegar. La gran satisfacción que tiene el actor es producir sentimientos en el espectador. Cuando lograste una lágrima o una sonrisa, el hecho teatral ya está transmitido. Y la felicidad que eso te da no tiene precio.
-¿Como actriz te sentiste más cómoda con el drama que con la comedia?
-Absolutamente. Cuando hice el protagónico en “También las mujeres han perdido la guerra” me dio mucha satisfacción. Fue un desafío muy grande porque tuve que hacer de una persona que sufría mucho y lo pude transmitir a pesar de mi corta edad. También me acuerdo en “Los prójimos”, una mujer con mucho temperamento, con problemas familiares. Y en “El diario de Ana Frank”, estaba embarazada pero fue muy conmovedor. Y por cierto cada vez que recité poemas de Lorca, que son una forma de drama.
-¿Cómo llega María Rosa Gallo a ser madrina de “La Panadería”?
-Gracias a Puqui que viajaba todas las semanas a Buenos Aires como delegada del Fondo Nacional de las Artes y salía con Ulyses Petit de Murat. Por ese tiempo, Ulyses nos invita a la presentación de un disco de María Rosa. Y cuando la vi se me presentó mi mamá. Fue algo muy fuerte, ante lo cual aún no tengo palabras. Cuando terminó la función ella se acercó y fue tan amable conmigo que la invité a Villa María. No pudo, pero me contactó con Perla Santalla y luego con Virginia Lago, y las trajimos a las dos. Hasta que cuando inauguramos en el 91 le propuse ser madrina del espacio y aceptó. Mirá, acá están las fotos… 
-¿Y cómo es que pasás de dar clases en tu casa a inaugurar este espacio?
-Fue cuando cerró el Banco Italia, en el 88. Mi marido quedó despedido y mi casa no daba para más porque era un escenario en todos lados, en la pieza, en la cocina... Hasta que una noche vimos en esta esquina el cartel de “se vende”. Era una expanadería derruida y Hugo la compró con la plata de la indemnización. La refaccionamos en tres años, desarmamos el horno y armamos la salita, hicimos la parte nueva y de dos pisos con salas para danza… Y siempre trabajamos bajo el lema: “El arte es el pan del espíritu, en tus manos está el amasarlo”… 
-Por “La Panadería” pasaron obras y actores de primera línea…
-Sí, la lista es muy larga… Por acá pasaron Rita Terranova con el “Diario de una camarera”, Ingrid Pellicori con las “Conversaciones en la casa de Stein”, Virginia Lago con su unipersonal, Claudia Dapasano… 
-Y también Marta Mansutti, una actriz que ya es una leyenda y a quien el 26 de octubre homenajearon en el Verdi…
-Sí, fue algo maravilloso porque vino gente de todos lados. Me pareció demasiado, pero también sé que una dio mucho por las escuelas de la zona; no porque me hayan obligado, sino de pura vocación. Porque lo mío es una pasión que es más fuerte que yo… Hubo teatro de niños, de adultos, de adolescentes, hubo danza, obras del profesorado… Y hasta mis hijos me hicieron un homenaje... Las dos chicas bailaron español y actuó mi hijo que es veterinario y hacía mucho que no se subía a un escenario. También mis cinco nietos, Valentina, Alina, Paulina, Isabela y Teo. Ellos son mi vida, el último retoño de esta familia que siempre fue y será una familia en escena…
Y entonces le tomo las primeras fotografías a Marta, y como en un cuadro cubista la veo multiplicada en el visor digital por los espejos de su sala, por las paredes de esa otra realidad que es tan intensa como la del teatro o la de los sueños. Y Marta me sonríe desde ese mundo paralelo donde también tiene ciudadanía, una familia en escena y una pasión fuerte y conmovedora. Más fuerte y conmovedora que la mitad de un siglo.
Iván Wielikosielek

Otras notas de la seccion El Diario Cultura
  • La literatura cordobesa está de luto
  • Viaje al país de la percepción
  • Casa de tolerancia, "pupilas" y etiquetamiento
  • Un siglo de cultura en la misma esquina
  • Surgimiento del municipio local


  • Humor
    Noticias » Locales » Regionales » Policiales y Judiciales » Deportes » Culturales » Especiales » Opiniones
    Suplementos » Tiempo de Salud » Arquitectura » Horas Libres » Rural » Cultura » Viajes »
    Archivo formato anterior » 2001 » 2002 » 2003 » 2004 » 2005 » 2006 » 2007 » 2008
    Servicios » Fúnebres » Clima »
    REPORTÁ UNA NOTICIA

    Si tenés una noticia comunicate
    E-mail: lector.escribe@eldiariocba.com.ar
    Teléfono: 0353-4523976 (Redacción)
    PUBLICIDAD

    E-mail: publicidad@eldiariocba.com.ar
    Teléfono: 0353-4523976 (Publicidad)
    Celular: 0353-154199702
    NUESTROS DATOS

    El Diario del Centro del País es editado por la Cooperativa Comunicar en Periodistas Argentinos 466/474, ciudad de Villa María, República Argentina
    Teléfonos: 0353-4523976 y 0353-4613126
    E-mail: eldiario@eldiariocba.com.ar

    Copyright 2008-2024 Cooperativa Comunicar.   WfxGroup - Administracion de publicidad para sitios de alto trafico - Villa Maria - Cordoba WfxGroup - Diseño y programacion Web - Villa Maria - Cordoba