Escribe: Pepo Garay (ESPECIAL PARA EL DIARIO)
"Sí, Villa María es linda. El tema es el río, muy chiquito… mirá lo que es esto”, apunta Diego, un parroquiano que trabajó un par de años en nuestra ciudad y que señalando al río más importante de Argentina desde la barra del bar, explicita de qué habla cuando dice que como su suelo no hay. Desfila el Paraná, colosal, pariendo con su traza postales de agua, vegetación y playas de arena dorada. Las de Ituzaingó, una localidad de 20 mil habitantes y alma de pueblo estacionada en el noreste de Corrientes (a 1.080 kilómetros de Villa María), pletórica en esencia del Litoral.
Pero no se queda ahí, en los danzares de la correntada, sus islas y sus balnearios, la capital del departamento homónimo. Al patrimonio le agregan la sabia de los vecinos Esteros del Iberá y lo magno del Emprendimiento Hidroeléctrico Yaciretá, una de las obras de ingeniería más destacables de Sudamérica. El resto sí, es pura naturaleza.
Bien de verano
Los paradores son varios y lucen bien equipados de infraestructura veraniega (bares y comedores, alquiler de sombrillas, reposeras y elementos para el agua, canchas de vóley, sanitarios y servicios de bañero), porque la gente viene a montones (mayoría los de las grandes ciudades de la zona, Corrientes, Posadas y Resistencia por caso), sabedora de que en los 15 kilómetros de costa del área, residen las mejores playas de la Mesopotamia. Stella Maris, Soró, Marcelina, Punta Norte y Paranaguá son algunas de ellas.
Allí, los disfrutes de un sol implacable y unos chapuzones redentores vienen con vistas a los islotes y a la vegetación tupida: hasta palmeras acicalan las jornadas de calor. Cuanta vida dando vuelta, lo aseguran el batallón de mojarras gordas que merodean los tobillos, y los dorados, los surubíes, los pacúes, los sábalos, las corvinas que saltan por encima de la superficie. Estos bichos también protagonizan los manjares que en el atardecer, todo el entorno a favor, hacen feliz al viajero.
Con semejante abundancia, imposible que Ituzaingó no sea favorito de los pescadores, que aquí alquilan botes, lanchas e incluso los servicios de un guía especializado. Asimismo, se pueden contratar excursiones por las islas del frente, Apipé Chico, Apipé Grande y San Martín, por ejemplo. Gambeteando las orillas, las lanchas se internan y se pierden en el horizonte. Más inmenso se aprecia el Paraná en el cronómetro: llegar al otro extremo, en Paraguay, demanda 40 minutos de viaje.
Humedales y la mano del hombre
En las afueras, convocan los Esteros del Iberá. Un milagro correntino de 13 mil kilómetros cuadrados de lagunas, bañados y cañadas, refugio de casi 350 especies de aves e infinidad de carpinchos, ciervos, monos carayás y yacarés, entre otros animales emblemáticos. La ciudad corporiza el acceso norte de éste, el segundo humedal más grande del mundo. Para saborearle lo salvaje, hace falta recorrer 24 kilómetros de ripio, estancias rurales, rancheríos y gauchos locos de chamamé, hasta arribar con rumbo sur al Portal Cambyretá.
Tras el baño de pureza, el imperdible se llama Yaciretá, central hidroeléctrica que genera buena parte de la electricidad que se consume en el país. Un emprendimiento tan interesante como polémico (las denuncias de corrupción en torno a su construcción y en cómo afecta al medio ambiente son múltiples), que invita a la excursión a partir de tours guiados y gratuitos.
Para el final, toca caminar la costanera de Ituzaingó, inhalar los aires de carnaval (de los cardinales del Litoral), y en suspirar adormecido por los Paseos Simón Bolívar y Merceditas, o las plazoletas Mercosur y del Docente, admirar una vez más la impronta del Paraná, y desearla.