Tal vez fue una serie de acontecimientos desafortunados o quizás se trata de inversión en salud pública mal dirigida, pero el hecho es que ayer, en pleno centro de Villa María, una joven con discapacidad que se descompuso en la vía pública no pudo recibir atención médica.

El hecho ocurrió en la calle Entre Ríos al 1000 cuando la joven, N.B., quien suele vender distintos artículos en la calle, se sintió mareada y a punto de caer. Otra joven que pasaba por allí la socorrió y la ayudó a sentarse en las sillas de un bar que hay en la cuadra.

Acto seguido, llamó al 107, el servicio municipal de emergencias. Eran las 11.25 de la mañana. “Dispensario”, le contesta la voz en el teléfono. Tras explicar la situación, el hombre le indica que debería buscar a un chofer para que vaya en ambulancia hasta el lugar, por lo que iba a demorar bastante. “¿Tengo otra alternativa?”, le pregunta la joven, a lo que el señor del dispensario le contesta que no.

Pasaron 11 minutos y como N.B. empeoraba decidió llamar al 100, que es el teléfono para pedir auxilio a los Bomberos Voluntarios. Atiende la Policía de Ticino, pero le indica que espere, que él se iba a encargar de convocar a los servidores públicos.

Inmediatamente, vuelve a comunicarse con el 107 para suspender el servicio que había solicitado antes. En esta ocasión, atiende otra persona, quien le dice que no tenía registrado ningún pedido para esa calle. “Se deben haber cruzado las líneas”, justificó.

El tiempo transcurría y como los bomberos no llegaban, decidió volver a llamar al 100. Ya eran las 11.51, según mostró la joven en el registro de su teléfono celular. Vuelve a atender el amable agente de la Policía de Ticino, quien le explica que tampoco él podía comunicarse con Bomberos de Villa María. “Probá con el 911”, le dijo. Así lo hizo, pero no pudo entablar ninguna comunicación.

En el medio, N.B. comenzó a llorar. Sólo quería ir a su casa y acostarse. Fue por eso que la joven, que a esta altura no sabía que hacer, pidió ayuda a una agente municipal que estaba controlando que los coches hayan abonado el estacionamiento medido. “Hay poca gente en la calle, no te puedo ayudar”, le dijo la servidora pública.

A las 12 en punto y tras haber transcurrido más de media hora sin respuesta alguna, decidió llamar a un remís y llevarla a su casa, para coordinar con la madre de N.B., que era lo mejor.

Así lo hizo. N.B. quedó a resguardo de su familia en el barrio La Calera y la joven tuvo que gastar los 50 pesos que tenía para abonar el trayecto en el coche de alquiler. 

“Menos mal que tenía plata, si no, me iba a quedar con la impotencia de no poder ayudar”, dijo a EL DIARIO, cuando relató la historia de líneas cruzadas y falta de atención en casos de emergencia.