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El Peregrino Impertinente
Al viajero no se le caen las medias cuando llega a Brasilia. Primero porque se las ata con una soga, y así evita gastar en soquetes nuevos. Y segundo porque la metrópoli no despierta su fascinación al primer golpe de vista. Hasta que empieza a descubrir las particularidades de ésta, una de las ciudades planificadas más importantes del mundo, que fue creada específicamente para ser la capital del vecino país. Una hazaña urbanística que el hombre de calle difícilmente pueda apreciar en su totalidad, pero que los arquitectos disfrutan casi tanto como cobrar su comisión del 10% por cualquier proyecto de morondanga que hacen.
Ubicado en el corazón del “País tropical”, del “bonito por natureza, que beleza, que beleza”, Brasilia es un referente mundial a la hora de hablar de urbanismo. Se empezó a construir en 1956 (los trabajos duraron tres años y poco), con el fin de instalar en medio de la nada la cabecera política de una de las naciones llamadas a ser potencia mundial. Otra que proeza. Así que el empresario inmobiliario que se creía mucho por levantar un edificio de cuatro pisos con vista al río, que se vaya sacando el traje de héroe y probándose el de piringundín, que es súper cómodo y combina mucho mejor con las tonalidades ocres de la vida.
En realidad, los planes de hacer Brasilia ya habían surgido a principios del Siglo XVIII, en la época de la colonia portuguesa, y promulgados en la primera constitución republicana (1891).El objetivo cardinal era federalizar la patria, abrirla hacia el interior. “¿Federalizar?¿interior?¿Patria?¿Qué?”, responde sumamente extraviado un funcionario argentino, tras ser consultado sobre la posibilidad de adoptar esa idea en nuestro gaucho suelo.
Hoy, la capital y sus 2,5 millones de habitantes gozan de un diseño exquisito, moderno y armonioso, y de edificios emblemáticos como el Palacio do Planalto (sede del Poder Ejecutivo), el Congreso Nacional, la sede del Supremo Tribunal Federal y la sede del Banco Central. Aunque nada de ese brillo reside en las inmensas favelas, que preñan los alrededores metropolitanos de pobreza y exclusión. “¿Eso también era parte del diseño? Que mal gusto eh”, dice uno de por ahí, y pide mano dura contra los encargados del proyecto.