Especial para
EL DIARIO
Villa del Dique reposa en una punta del Embalse Río Tercero, gigante de más de cinco mil hectáreas, el lago artificial más grande de Córdoba. Así que aprovechan nomás los visitantes, desparramados a lo largo de la extensa costa local. Buscan la frescura, el baño redentor que soluciona el problema del calor.
En el corazón del Valle de Calamuchita la onda es criollaza: familias clase media disfrutando la temporada, reposeras multiplicadas, asadores echando humo. Al rayo del sol o a la sombra de los sauces, los niños correteando, los jóvenes jugando al vóley, los adultos charlando, comiendo, viviendo. Y todos, con el chapuzón en el ojo. A unos 170 kilómetros al noroeste de Villa María (10 al sur de Santa Rosa de Calamuchita), el verano tiene otro gusto.
El cuadro se perfila movido en el Balneario del Camping Municipal, alma del pueblo cuando los días están claros e invitan al baño. Entonces, no hay partido de truco ni charla picante que quede sin usarse, ante la mirada de las carpas y lo amarillo de la jornada ¿Cómo no aprovechar para descansar el alma con vista al agua y a las tenues pero primorosas colinas que se presentan al lado?
En ese sentido, destaca el Cerro Astrada. Enano y premiado de vegetación, es el protagonista de las mejores postales locales, y el rincón por excelencia si el cuerpo anda en plan de parapente. Unos pocos minutos demanda llegar a su cúspide, desde donde se adquieren inspiradoras visuales de la zona. Otra caminata que promete satisfacciones es la que lleva al vecino Villa Rumipal. Una hora de marcha implica el circuito, siempre convidando la cintura del embalse.
Y para los amantes de los deportes acuáticos, se encienden las alternativas: sorprenden la cantidad de lanchas, barcos a remo, tablas de windsurf, canoas, kayaks, motos de agua y veleros que se esparcen en la superficie. La ubicación privilegiada del pueblo, su infraestructura (cantidad de complejos turísticos y hoteles con salida al agua, y emprendedores que alquilan barcazas) y el renombre ganado entre los seguidores de las distintas disciplinas, fundamentan el fenómeno.
Un manojo de callecitas
En el centro, Villa del Dique no ofrece fotografías exuberantes, la verdad. Es apenas un manojo de callecitas barnizadas de negocios de los que hacen uso los locales (los almacenes, mercaditos, carnicerías, tiendas de ropa…), y algunas hosterías y restaurantes.
A cambio, y como consecuencia de esa sabia mundana, lanza unas noches apacibles y cielos estrellados, los mismos que siglos atrás hacían saltar a los comechingones.
Para mayores pistas al respecto, conviene acercarse hasta Amboy (12 kilómetros desde el centro). El poblado, uno de los más antiguos y entrañables de Córdoba, hospeda entre sus ancianas casonas al Museo Dalmacio Vélez Sarsfield. Dedicado al creador del Código Civil Argentino (quien nació aquí en el año 1800), sirve de guarida a una interesante colección de artefactos pertenecientes a los primeros habitantes del valle, como puntas de flecha, lanzas, cerámicas y morteros. Cerquita también se asientan los aleros de piedra repletos de pictografías hechas por los indígenas, y el arroyo que embellece las tardes.
El regreso a Villa del Dique viene con nueva contemplación del lago, nuevas tertulias, nuevas reflexiones, la convicción de que hace falta muy poco para ser feliz. En esas, da hasta para tirar la caña y ver si hay pique, que las carpas y los pejerreyes del lugar tienen buena fama. “Y buen sabor, están un espectáculo”, aseguran unos gordos dichosos al lado de la parrilla, ya cuando el sol se sumerge en el dormir.