Hace unos días recibí un mail de mi amigo francés, Thierry, periodista como yo. Decía así. “Hola, Pibe de oro. Te escribo para desearte un año tremendamente genial y feliz. Quería hacerlo a pesar de tener el corazón y la mente heridas desde esta mañana. Es como entrar en una nueva dimensión en donde el susto estuviera pegado incluso en la risa, en el dibujo, en las palabras. Espero que todo vaya bien en tu vida, un abrazo fuerte, muy fuerte”. Le escribí inmediatamente preguntándole qué le pasaba ya que no entendía su miedo, que le deseaba feliz año y que (él ya lo sabe) mi casa es su casa. Y “gros bisou, mon vieux, à bien tôt”…
Debo confesar que no soy muy afecto a las noticias y que no tenía idea del atentado terrorista que acababa de perpetrarse contra la revista parisina Charlie Hebdo. Pero cuando volví al cyber vi en la tele de un bar las imágenes que todos ya conocen: los enmascarados fusilando a quemarropa a un policía y entrando al edificio al grito de “¡Alá es grande!”. Luego (pero esto no está filmado) ejecutaron a una docena de dibujantes, historietistas, creativos y periodistas; gente que podría haber sido cualquiera de nosotros, los que día a día nos ganamos el pan informando y escribiendo. La plantilla del Charlie Hebdo (todos lo sabían a esa altura menos yo) había sido ejecutada por publicar en 2011 una historieta en donde se caricaturizaba a Mahoma. Y esa “osadía”, que para un francés es sólo un modo de libertad de expresión, para los fundamentalistas musulmanes fue un sacrilegio tan grande como dinamitar una mezquita.
Este humilde obrero de la información debe decir (es absolutamente necesario para que así lo haga que tenga sentido esta nota) que vivió en Francia entre 2006 y 2007 y, luego, varios meses de 2009; que si tuviera que elegir un país en el mundo después de mi amada patria Francia sería (sin lugar a dudas) ese país; que durante mi estadía en Toulouse habité con la que por entonces era mi esposa (francesa también) en Arnaud Bernard, un barrio musulmán, y que todas las mañanas le compraba el pan a una pareja de argelíes que siempre fueron súper amables conmigo. Alguna vez me preguntaron de dónde venía por mi acento y a partir de entonces hablábamos de Argel y de Córdoba, de Maradona y de Belloumi (el “Diego” árabe). También concurrí incontables noches a un bar argelí para ver los partidos codificados y recuerdo muy especialmente una tarde en que la selección local se jugaba una clasificación. Y entonces, los muchachos del bar, gritaron un gol de Thierry Henry como si Argelia fuera campeona del mundo. Por eso cuando vi las imágenes del atentado me pregunté cómo sería “el día después”, el “lendemain”; cómo sería para un francés o para un occidental que va a comprar el pan de un árabe o charla con ellos en una esquina. ¿Habrá una nueva desaconfianza, un resquemor, una súbita distancia? ¿Pedirán perdón los “árabes trabajadores” en nombre de los “árabes terroristas” o estará comenzando una paranoia que no tendrá fin? Y es que una de las características del terrorismo es, precisamente, la de no saber adónde se oculta el enemigo. Porque estoy seguro de que el escuadrón de la muerte que ejecutó a esa docena de periodistas, el día anterior deben haber saludado amablemente a los vecinos o quizás le dieron el asiento a una anciana en el “métro”. A propósito de este ítem, en la tele apareció la foto de una joven magrebí con un cartel que decía “Somos musulmanes, no terroristas. Paz y amor”. Y me pregunto si esa frase de enorme sentido común será suficiente, o si acaso ese “miedo que se pega en la risa, en los dibujos y las palabras” del que me hablaba Thierry ya no podrá leer más ningún cartel desde la inocencia. “Mataron ayer a 12 personas del semanario satírico Charlie Hebdo, -me escribe mi amigo en su segundo mail- dibujantes, periodistas, gente que se reían de todo, gente de libertad, de inteligencia. Es un choque psicológico increíble, no puedes imaginar. A nivel colectivo, es comparable al 11 de septiembre, un drama. No se puede comparar a nada. Cabu era un maestro del dibujo político, un tipo increíble. Wolinski también. Iván, no tengo palabras para describirte lo que ocurrio ayer”. Así de abrupto termina el mensaje de mi amigo.
Y yo me quedé pensando cuánto que nos costó a los argentinos tener “libertad de prensa”. Y me acordé cuando era chico y mi tía me mostraba la “Fierro” y la “Humor” como si fueran “panfletos”; cuando en realidad eran simples revistas de un humor sin concesiones. Algo parecido era el Charlie Hebdo de los parisinos. Y para los franceses (y en eso se parecen tremendamente a nosotros) las historietas son bastante más que “ocio y distracción”, son viñetas de pura inteligencia, humor y pensamiento. Acaso uno de los modos más sublimes y populares de hacer filosofía. Por eso y porque no debemos olvidarnos de la libertad de expresión que supimos conseguir hace ya 40 años, porque no debemos olvidarnos de la carta de Walsh a la junta militar ni la muerte de Conti o la desaparición de Cabezas (los dinosaurios aún no desaparecieron), y porque los franceses son nuestros hermanos en la historieta (sus dos héroes más famosos, Astérix y Obélix, le deben su diseño a nuestros “Patoruzito” y “Upa”, y su creador Gosciny siempre lo dijo con orgullo) pero (y sobre todo) porque los franceses son nuestros hermanos en cultura y religión, es que le damos desde acá todo nuestro apoyo. Al menos es lo que yo propongo desde esta humilde página a todo aquel que se quiera plegar; que no nos olvidemos nunca de que “también nosotros somos Charlie”, porque “el lápiz estará siempre por encima de la barbarie, porque la libertad es un derecho universal y porque ustedes nos sostienen” (dice el portal de la revista). Por eso y porque debemos embanderar el mismo ideal, escribamos periodismo consecuente o juremos con Charlie a morir. Que esa sea, por siempre, la última estrofa de nuestro Himno como trabajadores de la información o creadores de literatura.
Iván Wielikosielek