Tímidamente, como comenzando a expresarle sus romances al mundo, algunos enamorados villamarienses fueron dejando sus candados de amor en el “Puente Viejo”.
Son pocos aún quienes se animaron a atar sus promesas a un candado, abrochando corazones, cintas o simplemente escribiendo sus nombres en un metal, en las oxidadas barandas del puente.
Ese puente, que ha quedado postergado por el progreso, hoy es envidiado por su romanticismo por el nuevo gigante que levantaron a su lado.
No son más de veinte, tal vez menos, las parejas que enlazaron sus palabras de amor un día de sol o una noche de luna llena.
Llevaron un candado al puente, lo unieron a un corazón que dibujaron en una tela, se besaron y guardaron sus secretos escribiendo sus nombres o simplemente sus iniciales.
O tal vez uno de los dos haya ido solo al lugar para escribir “te amo aunque no estemos juntos”, y dejar su amargura en un candadito donde ató sus lágrimas.
No es como en la antigua París, la hoy jaqueada París, donde miles de candados cuelgan de las barandas del Puente de las Artes.
En Villa María apenas unos pocos enamorados se tomaron de la mano y se llegaron a la vieja estructura que une dos románticas ciudades.
Los candados del amor son los custodios de promesas e historias, de engaños y desengaños, de fechas y aniversarios.
Son un signo de lluvia, sol, luna, calor y frío, que contienen en las noches solitarias un poema o una canción.
Los candados del amor son dos novios sin edades, dos voluntades unidas, dos testimonios, dos almas que toman un puente como testigo para poder llegar a viejos y volver al lugar.
Son postales enganchadas en un paseo que mira al río, en una avenida de la costa, en un sector asociado al verano. Los candados del amor son un secreto de a dos que se oxidan por el sol y los temporales, pero que son fieles guardianes de los besos.