Señor director:
Permítame contarle la breve historia de un turista desprevenido que ingresó a nuestra bella ciudad a la hora del ocaso, ese momento del día en el que las imágenes se transforman en un magnífico espectro de colores.
De pronto se encuentra con nuestro Palacio Municipal iluminado, que nada tiene que envidiarle a los importantes edificios gubernamentales de las grandes capitales.
Decide detener su marcha y recorrer a pie una de las arterias más pintorescas de la ciudad, la calle Mendoza, con sus locales de perfumería, alta costura, productos regionales y salón de belleza, entre otros, que le recordaron los “Champs Elysées” de París.
Luego opta, junto a su pareja, tomar un café en una esquina elegantísima, que los transporta al “Café Ciampini” en la vía Fontanella Borghese de Roma.
Entran al casino, juegan unas fichas y, por un momento, se sienten como en Mónaco.
Deciden pernoctar entonces en la ciudad que tan agradablemente los ha sorprendido.
Van a buscar su coche, que dejaron estacionado frente a uno de los elegantísimos locales de la mencionada calle Mendoza, y allí se encuentran con el desastre.
El turista empieza a gritar: “¡¡¡Me cagaron... me cagaron!!!”.
Un transeúnte, al pasar, se preocupa: ¿dónde fue?, ¿en la perfumería?, ¿en la boutique?, ¿en el salón de belleza? ¡No, ya sé, en el casino.
“¡¡¡No, no!!!”, grita el turista. “¡Me cagaron el auto!... ¡esa nube de pájaros me cagó el auto!”.
Efectivamente, como en las mejores películas de Alfred Hichcock, en lugar de cuervos una nube de tordos azotó el auto del turista y éste, en lugar de pasar la noche, huyó despavorido de nuestra ciudad.
Los personajes son de ficción. Pero la historia ocurre a diario y en un número cada vez mayor de cuadras de Villa María.
Marcelo F. Vaca
DNI 16981718
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