Ya de adolescente escribía poesías. Ahora, sin abandonar su acompañamiento a familiares de víctimas de crímenes desde la Presidencia de la Asociación Verdad Real y Justicia para Todos, Mary Amaya prepara el libro con el que homenajeará a la escuela rural Ricardo Gutiérrez, que este año cumple medio siglo y en la que trabajó 16 años, los “más hermosos” de su vida docente.
“Si hubiese sido por mí, no me venía de allá”, dijo en alusión al establecimiento de la zona de Yucat, en jurisdicción de Arroyo Cabral. La salida obedeció a la desaparición de tambos en el inicio de la década del 80 que llevaron al cierre de la institución durante dos años.
Por esa circunstancia, comenzó a trabajar en la Inspección de Zona, se presentó a concurso y se hizo cargo de la Dirección de la Escuela Agustín Alvarez de Villa María, donde permaneció un lustro hasta que se jubiló, con un sabor amargo porque “no me gustó para nada esa parte de mi vida”.
Sus primeros tiempos
Tras una fuerte desilusión con una persona en particular de su amado pueblo (es oriunda de Arroyo Cabral) por un concurso en el que nunca la anotaron, la inspectora le ofreció un lugar “en la creación de una escuelita en el campo”.
“En ese momento estaba separada, tenía los dos chicos y ni pregunté dónde era. ¡Las cosas que pasé para llegar! Pero las hacía con felicidad porque sabía que ahí iba a quedar”, señaló al recibir a EL DIARIO en su casa villamariense.
A los seis meses quedó como titular, en consonancia con la creación formal de la “Escuela Sin Nombre de campo Maurino”.
“Yo quería que la denominaran Juana Arzuduy porque siempre fui una enamorada de ella. Enviamos una terna y un día llegó la resolución con la designación Ricardo Gutiérrez, un médico de niños”, recordó.
Rememoró que la génesis se dio en un cuarto de legua donada por la familia Maurino, lleno de yuyos. Empezó dando clases en el living del hogar de esa familia, con 13 alumnos. Después pasaron a la cocina de la misma residencia mientras la cooperadora levantaba un galponcito, en donde al ser usado debían dejar el portón abierto para poder tener luz al dar clases.
A Mary se le iluminaron los ojos cuando recordó anécdotas de aquellos años, como cuando se habilitó ese galpón y no llegaba más que a la mitad del pizarrón, por lo que la cooperadora debió hacerle un escalón.
Hubo alegrías y también muchas adversidades. La naturaleza hizo de las suyas y, a siete años del inicio, un tornado terminó con ese galpón, donde ella y los chicos moldeaban un futuro mejor. “Se perdió todo, la documentación, la carpeta de los chicos, las mesas, las sillas”.
Entonces, el vecino don José Giusteto ofreció un sector de un amplio galpón donde dormían las bolsas de cereales que cosechaban. “Me cercaron un cuadrado con un mostrador de boliche color marrón y maderas, colgaron dos pizarrones y una repisa y esa era mi nueva aula”, relató la titular de “Verdad Real...”.
Finalmente, llegaron a edificar dos aulas, más tarde se hizo la galería, la sala de Dirección y se generó un amplio patio cercado “que tenía canteros con rosas espectaculares”.
Mary fue la única maestra de aquellos 16 años, desde los albores del establecimiento. Llegó a contar con una matrícula de 42 niños y niñas y los siete grados, siempre sola.
Ya cuando la reabrieron sin ella, tras ese paréntesis de dos años que la trajo a Villa María, nombraron a dos maestras (la directora y una docente).
-¿Qué la lleva a escribir?
-El hecho de no estar inactiva, de mantenerme ágil. Con los años uno va perdiendo la memoria y es una pena que estas anécdotas se pierdan porque hubo mucha gente que colaboró y merece ser recordada. Cuando yo fui había una letrina y con el tiempo quedó una escuela a la que no le faltaba nada.
-Cambió mucho todo para la docencia en general desde entonces
-Absolutamente. En aquella época se respetaba a la maestra, aunque nunca la tarea docente fue reconocida por los gobiernos. Los padres te respetaban, te invitaban a comer a la casa. A mí me buscaron mucho tiempo porque no tenía medios económicos para trasladarme, mi papá había fundido su auto llevándome. Por eso me compré una motoneta, que parecía una langosta, muy usada. Durante 10 años me movilicé en moto hasta allá.
-¿Qué características debe tener una maestra?
-Tiene que tener un ángel especial porque en una escuela rural hay que ser maestra, madre, enfermera, confesora, solidaria con todos los problemas.
-¿Por qué no le gustó conducir la Agustín Alvarez?
-Porque la mía tenía que ser una escuela de puertas abiertas, todo el que llegara tenía que tener una oportunidad. No me iba a preocupar por la fama que los chicos traían, los recibía con todo el amor y la esperanza de conseguir algo bueno, pero no todos opinaban lo mismo, entonces dentro del mismo grupo de docentes tenía gente que no trabajaba como uno esperaba. Cumplí los 50 años, los 25 de servicio y presenté los papeles para jubilarme. Me dolió muchísimo. Siempre extrañé estar en el aula.
En una ocasión recibí un niño que generó mucha irritación en el personal porque estaba excedido en la edad. Si no lo recibía, lo iban a dejar en un instituto. Ocurrió un robo de bandera, hablé con los cuatro alumnos (sospechados de haberlo hecho, entre ellos él) y les pedí que la devolvieran. Fueron y pidieron disculpas (se emociona). Con esto quiero desmostrar la importancia de darles a todos una segunda oportunidad.