Escribe Pepo Garay - ESPECIAL PARA EL DIARIO
Los histris, los bizantinos, los eslavos, los venecianos, los genoveses, los húngaros… muchas civilizaciones caminaron por Pula. Pero ninguna dejó la contundencia de su huella como los romanos. Llegados a los extremos del oeste de la actual Croacia en el Siglo II antes de Cristo, los enviados del imperio se quedaron hasta la caída definitiva de la potencia antigua. Tiempo de sobra tuvieron para repartir alhajas arquitectónicas en la urbe, y convertirla en un referente de las épocas idas.
Pero además, la mayor ciudad de la península apela al viajero con unas playas demasiado atractivas como para decirles que no, demasiado el Mediterráneo azul y quedo que las baña como para pasarlas por alto. Es echarse a beber del sol y de las acuarelas prístinas del mar, y saberse contemplado por monumentos de dos mil años de antigüedad ¿Dónde se ha visto combinación tan disímil y seductora? En Pula pues.
En la doble propuesta del municipio, cuesta decidirse por dónde empezar. Se tira la moneda y cae del lado de la historia. Habrá que decantarse entonces por el máximo ícono local: El Coliseo. Muy parecido al de Roma (aunque de menores dimensiones: acá cabían 25 mil personas), la obra sobresale con su fisonomía cilíndrica, de arcos y tribunas gastadas, de leyenda en el pasado. Fue carnicería de gladiadores y uno de los estadios más importantes del imperio. Lo construyeron en el Siglo I, acaso sabiendo que su impronta se perpetuaría ancha.
Frente al conocido como Arena de Pula, ya se contempla el mar, y los barquitos y yates que lo acicalan, y dan ganas de lanzarse presto a ese espejo que reluce, que mata el calor. No todavía, si lo que hay en el centro es un portfolio de más reliquias romanas. Hacia la Plaza del Forum vamos, y en el rededor le tanteamos la gloria al Templo de Augusto (tradicional palacio de columnas levantado a principios del Siglo I, en homenaje al emperador homónimo), al Arco del Triunfo de los Sergios (hecho en el año .c., en honor a una de las familias más influyentes de la zona),a la Puerta de Hércules, a las Puertas Mellizas y a las extensas murallas que ayer convertían al referente peninsular en un fortín inexpugnable.
Más cercanas en el tiempo son la Catedral (de mediados del Siglo XVII, ubicada en la antigua Vía Flavia que conectaba al fórum con el Coliseo), el gótico Monasterio de San Francisco (Siglo XIV), la Capilla de Santa María de Formosa (y sus mosaicos romanos), el Palacio Comunal (hoy sede del Ayuntamiento, a juzgar por las inscripciones fue erigido en el 1298 para servir de morada a los duques venecianos), y la cantidad de viviendas en tono medieval, de tres o cuatro pisos, techos a dos aguas y tejados terracota. Apenas alejados de casco viejo, el castillo (1630, también obra de los venecianos), y el Teatro Romano, reparten historia en las colinas centrales.
Luego del paseo y de frotarnos los ojos, la promesa: unas playas mansas y redentoras, que a pasitos del centro (es chiquita Pula, 60 mil habitantes que parecen menos, semblante de pueblo), regalan postales de mar sin olas, piedritas en vez de arena, y piedrotas para tirarse de cabeza a las transparencias del Adriático. Llegan los alemanes, los suecos, los rusos, los italianos (Trieste, la localidad más oriental del norte de Italia, por ejemplo, está a 120 kilómetros), y se desparraman por la media docena de balnearios (destacan nombres como Verudela o Stoja). Siguen arribando los foráneos, igual que antes, igual que siempre. Algo debe tener Pula para conquistarlos.