Escribe: Iván Wielikosielek
Empezó a jugar en el año 51 con 11 años en un Campeonato “Evita”, acaso porque ya sabía que el básquet sería su vida. A los 15 debutó en la Primera de Central Argentino, donde jugaría hasta los 37 para luego dedicarse a la formación de chicos, su marca registrada. Como entrenador dirigió todas las categorías de la selección villamariense, al “Expreso Rojo”, a Unión Central y Ameghino. Pero en 2001 Julio desaparece de las canchas: problemas económicos, de salud y el maltrato de algunos dirigentes. Hoy, el torneo de la Liga local lleva su nombre y apellido, como el sello que le imprimió a tantos pibes que hoy ya son hombres y todavía lo veneran.
“No, en los tiempos que empecé a jugar ningún club tenía minibásquet. Mucho menos un técnico que le enseñara a jugar a los chicos y ese era un gran problema -dice Julio Liendo antes de que este grabador empiece a funcionar; antes siquiera de que pidamos dos gaseosas con hielo en un bar céntrico y muestre las fotos que trajo y que comprimen medio siglo de básquet local. Y con esa primera frase, el hombre que ya es leyenda deja sentada la que fue su preocupación excluyente a lo largo de su vida. Entonces prendo el grabador y le pregunto cómo aprendió los fundamentos del básquet si nadie se los enseñó. “Justamente a los fundamentos los aprendí cuando dejé de jugar para mostrárselos a los chicos, porque nunca los supe bien (risas). No, en serio. En mis tiempos no había formadores y cada jugador se las tenía que arreglar como podía. Cuando el técnico venía a la cancha nos daba la pelota y nos decía ‘jueguen’. Eso era todo el entrenamiento”.
-¿De ahí surge su vocación? ¿Por no haber tenido formadores en su niñez?
-Un poco sí. Pero no tuve formadores ni siquiera cuando me retiré. Por suerte hubo un cambio de criterio fundamental en el básquet de Villa María; fue en el año 78 a raíz de un campeonato provincial que se hizo en el Anfiteatro. Para ese entonces trajeron a dirigir a la selección de Villa María a un entrenador cordobés, Luis Rizzi. El cambió el modo de concebir el básquet al priorizar la formación. Daba por sentado que un jugador de selección manejaba a la perfección todos los fundamentos, pero no era así.
-¿Rizzi fue su referente?
-Sí. A tal punto que al año siguiente de ese campeonato provincial el presidente de la Asociación de Básquet, el doctor “Naranja” López, me insistió para que yo siguiera mi carrera como técnico. Y entonces me hizo ir a tomar clases particulares con Rizzi, que por ese entonces dirigía la selección de Río Cuarto. Así que me iba todos los sábados, llegaba a las 2 de la tarde y me quedaba hasta las 8, cuando salía el último colectivo.
-¿Y cómo eran esas clases?
-Eran seis horas hablando de básquet sin parar, desde cómo planificar un entrenamiento hasta la táctica a usar, cosas de las cuales yo no tenía ni idea. Me acuerdo que íbamos a tomar un café y lo primero que él se fijaba era si tenía cinco monedas en el bolsillo. Y cuando llegábamos al bar, las monedas eran los jugadores y el pocillo era el aro.
-Pero esas tácticas eran para la Primera división...
-Es que empecé al revés, dirigiendo la Primera de Central Argentino. Pero después, cuando tomó auge el minibásquet, me metí de lleno. A mí siempre me gustaron los chicos. Y cuando empecé a dirigir minibásquet supe que eso era lo mío, enseñarles a ellos.
-¿Y dónde empieza como entrenador de chicos?
-En Ameghino, en los años 80. Ahí el minibásquet creció un montón porque tuvimos el apoyo de muchos padres. Ibamos a todos los encuentros nacionales en Buenos Aires y los equipos que nos recibían nos devolvían la visita. Al final se juntaban unos 15 mil chicos en las canchas de Boca, River, Independiente, Racing y Huracán. Era una fiesta. Lástima que por la inseguridad se dejaron de hacer...
-Por esos tiempos no todos los clubes locales tenían minibásquet, ¿no?
-No, sólo Ameghino, Unión Central, Central Argentino y luego Sparta. Por suerte la asociación de Villa María, con muy buen criterio, exigió que para intervenir en los campeonatos los clubes debían tener minibásquet. Eso los obligó a trabajar con chicos y fue fundamental en el salto de calidad en la ciudad.
-Sin embargo, la prioridad de los clubes actuales sigue siendo la Primera división...
-Sí. Por eso siempre creí que el minibásquet debía tener una asociación propia, tanto a nivel local como nacional, para no mezclar las cosas. En los clubes de acá siempre se solventó el básquet mayor con los ingresos del minibásquet. En Ameghino llegué a tener 130 chicos entre Mosquitos, Premini y Mini. Eso es mucha plata en cuotas. Y es injusto que no redunde en beneficio de ellos y que todo vaya a parar a los más grandes.
La lección de básquet
-¿Cómo trabaja con un chico que llega al club y nunca agarró una pelota?
-Empiezo con lo elemental y no doy por sentado nada. Le enseño desde cómo recibir la pelota para que no se le escape, que es poniendo los pulgares atrás y con los dedos bien abiertos, hasta cómo picar la pelota, que es acompañándola y no pegándole. Luego pasamos al giro invertido y a trabajar con las dos manos, dribbling y bandejas por los dos costados con el paso cambiado. También fintas, pase y lanzamiento. La idea es lograr que esos movimientos se hagan un hábito.
-¿Y en lo táctico?
-En lo que más hago hincapié es en la responsabilidad de la marca. Siempre les digo a los chicos que no me sirve un jugador que me haga 20 puntos si la marca de él nos hace 40. Trato de hacerles entender la idea del sacrificio y les cuento que los partidos se empiezan ganando en los entrenamientos; por eso no hay que tomarlos como una diversión. A los chicos que suben al básquet competitivo lo primero que les digo es “de ahora en más, los que se quieran divertir vayan al Polideportivo; ahora hay que romperse para estar entre los 12 mejores”.
-¿Qué pasa con los chicos que juegan para el lucimiento personal?
-Son las famosas “estrellitas” y tienen que poner su talento en beneficio del equipo, si no, no sirve. Vos fijate que los jugadores más considerados por los técnicos son aquellos que no se lucen, pero hacen lo que vos pedís a rajatabla. Son tipos que no se la creen y dan todo porque conocen sus limitaciones y tienen mucho carácter.
-¿Tuvo jugadores así?
-Sí, muchos. Pero me acuerdo de un Provincial en Córdoba donde Otton Yakowski jugó todo el campeonato con el tobillo esguinzado. El doctor lo vendaba media hora antes de cada partido y él después se mataba en la cancha. Una vez, en un Provincial en San Francisco, llegamos a la final con los locales y se lesionó. Pero se hizo infiltrar para jugar ese partido. Lo dejé dos minutos en cancha, pero se le caían los lagrimones cuando asentaba el pie. Así que lo saqué y se me enojó. A otros, en cambio, les duele el dedo meñique y no te juegan...
-¿Cómo técnico siempre prefirió la garra?
-Yo buscaba a los mejores, pero si a veces un jugador que no era muy talentoso me rendía o se adaptaba a mi esquema por su entrega, jugaba seguro.
-Villa María ha sido una ciudad que no ha ganado tantos provinciales como debió, ¿a qué se debe?
-A que había muchos chicos que pintaban una barbaridad, pero a los 17 o 18 años se iban a estudiar a Córdoba o a Río Cuarto y ya no volvían más. Ahora, con la Universidad de acá, eso se está revirtiendo. Y vamos a poder tener jugadores en su plenitud.
-Usted empezó a jugar al básquet en canchas de polvo de ladrillo y con una pelota de cascos de banana número seis, sin embargo, se mantuvo vigente como entrenador durante 40 años, pasando por la pelota de goma y de cuero, el tablero de cristal y el triple, hasta llegar al Siglo XXI. ¿Cómo hizo para actualizarse?
-Necesitaba aprender todo el tiempo, así que iba a todas las clínicas o cursos que te puedas imaginar. Y todas con los mejores entrenadores. Estudié con León Najnúdel, con Vecchio, con Fingel... Incluso con un técnico de la NBA que era el entrenador de Portland y fue el inventor de la marca a presión. Yo siempre quería aprender lo nuevo y aplicarlo para dárselo a los chicos.
-Ya que lo menciona, ¿ha cambiado el modo de entrenamiento en las categorías infantiles?
-Sí. Hoy se pone mucho más énfasis en la preparación táctica y física porque entrenadores dan por sentado que el jugador ya tiene incorporado el lanzamiento y entonces no lo trabajan. En mis tiempos, el lanzamiento insumía mucho tiempo en cada práctica. Pero antes entrenábamos tres veces por semana, una hora por vez. Hoy es todos los días doble turno. El básquet infantil se ha profesionalizado mucho, pero ya no lo veo porque no voy más a las canchas...
-¿Por qué, don Julio?
-Porque ando a pie y todas las canchas me quedan lejos. Además, ando mal de un brazo que me tiembla y, para decirte la verdad, de Ameghino me fui muy mal. Me echaron después de que les armé todo el minibásquet, de un día para otro. Me mandaron un tipo que ni conocía a decirme que ya no contaban con mis servicios porque habían traído un técnico de Córdoba. Fue en 2001, en plena crisis. Me costó muchísimo conseguir trabajo con 60 años y 10 de haber sido despedido del ferrocarril por el cierre de Menem. Por suerte conseguí algo en un correo privado y luego me llegó la jubilación, así que con mi esposa tiramos. Pero me hace muy mal volver a una cancha, más a la de Ameghino.
-¿Y su mujer no le dice que salga a ver básquet?
-¡Mi mujer no quiere ni oír hablar de básquet! Incluso ni me deja verlo por la tele. Dice que me hace mal. No sé, a lo mejor tiene razón. Pero cuando ella se acuesta, pongo la tele o Internet y sigo mirando partidos, programas, tácticas. Hay tantas cosas nuevas... Y no puedo dejar de ver partidos, no puedo dejar de aprender para dárselo a los chicos, aunque ya no dirija...
Triple de don Julio
Formación. “Recién a fines de los 90 obtuve el carné de entrenador, a pesar de que llevaba 20 años trabajando de técnico. En el examen final, en Buenos Aires, Germanetto y el Tribunal me pusieron un 10. Hice una exposición sobre presión, recuperación y contragolpe inventando un ejercicio. Creo que sabía más por viejo que por estudioso”.
Referentes. “Siempre les digo a los chicos que busquen a un jugador en su puesto y que lo sigan. Es un espejo que enseña mucho. En mis tiempos, mis referentes fueron los mellizos Gómez, que jugaban en el Club Mitre de acá, en una cancha de polvo de ladrillo que estaba en el ferrocarril. Y después el ‘Negro’ López, que jugó conmigo en Central Argentino. En tiempos en que se tiraba al aro de pecho o estilo escupidera, él sacaba la pelota desde arriba de la cabeza con una mano y de ‘jump’. Era un adelantado”.
Desafío. “En el 97 me llamaron para armar las inferiores de Newell’s Old Boys de Laguna Larga. Cuando llegué, el presidente me dice ‘tengo miedo de lo que te vas a encontrar porque el fin de semana los cadetes perdieron 222 a 16 contra Oliva…’. Tragué saliva y le dije ‘bueno, te puedo prometer trabajo, pero no resultados’. A los dos años, esos mismos chicos le ganaron a Oliva por 20. El secreto fue dedicarme todo un verano a trabajar exclusivamente los fundamentos con ellos. Fue un curso acelerado de minibásquet con chicos de 15, con pibes que eligieron transpirar todo enero y febrero en el gimnasio en vez de irse a la pileta. En el básquet, el sacrificio lo es todo”.
LAS FOTOS
1- Liendo jerarquizaba a sus equipos con conceptos claros. “Siempre me gustó estudiar sobre básquet”, confió
2- Central Argentino del 64: parados: Luque (ADT), Estarás, Denicolai, Sperat, Riguetti, Coletti, García y Lizarriturri. Agachados: Horacio Magrín (mascota), Meynet, Schard, Bompani, Achilli, Liendo y Neyra
3- Hoy Liendo augura un futuro importante para la formación de los chicos, aunque lo mira desde afuera
4-Como jugador, Liendo también mostró lo suyo. Aquí, tirando al aro con la casaca de Central Argentino