Son los encargados de velar por nuestra seguridad. Son los que previenen y aconsejan. Son los que dicen “No te tires de ahí” y “Señora, cuidado con el nene que está solo en el agua”. Son los bañeros, esos hombres y mujeres que se pasan el verano atentos al concierto humano de los días de sol, deseosos, acaso, del chapuzón ajeno.
Villa María contabiliza alrededor de 30, quienes se distribuyen usualmente de a dos en 14 puestos fijos a la vera del Ctalamochita: Barrancas del Río, Santa Ana, bajada del Cristo (paseo Juan Pablo Segundo), bajada Mendoza, bajada Entre Ríos, Lago (en tres posiciones distintas: zonas compuertas, Reloj de Sol y Anfiteatro), bajada Sargento Cabral, bajada Córdoba, bajada Elpidio González, Puerto Madero, Puerto Escondido y El Arenero.
Allí se pasan la temporada estival, que para ellos dura lo que dura el contrato firmado con la Municipalidad cada año. Es decir, del 1 de diciembre hasta el 21 de marzo (aunque en ocasiones se extiende hasta principios de abril, según el clima). Cada día seguirán la misma rutina: a las 13 horas se reúnen todos en el Polideportivo, marcan tarjeta, recogen los elementos de trabajo (salvavidas, botiquín de primeros auxilios, silbato y radio intercomunicador), y se dirigen a sus respectivos puestos (que son fijos, sin rotación). Tras siete horas de vigilar, cuando el reloj da las 20 y el sol ya anda a los bostezos, levantan campamento.
“Es un trabajo tranquilo, sin mayores sobresaltos. Pero eso no significa que sea una labor sencilla. Tenés que estar todo el tiempo atento, muy alerta y previniendo a las personas de las cosas que no pueden hacer. Puede llegar a ser muy desgastante”, comenta Pablo, encargado de cuidar la zona del Cristo, del lado norte del Puente Negro.
Este es uno de los puntos más peligrosos del circuito de balnearios (según los mismos guardavidas, los otros son el Lago y el sector de Barrancas del Río), con aglomeración de gente en poco espacio, fuerte correntada y la presencia del puente, desde el que algunos niños y adolescentes se intentan tirar seguido. “Ha ocurrido que tuvimos que llamar a la Policía para que les impidan saltar, porque a veces no nos hacen caso. Se reniega bastante”, asegura este profesor de educación física. Profesión que comparte con varios de los bañeros durante el resto del año, aunque también hay estudiantes, albañiles y trabajadores independientes. Todos han realizado un curso de rescate y primeros auxilios para poder ejercer.
Gajes del oficio
Consultada sobre si la suya es una labor aburrida, Magalí apunta: “No, yo la verdad es que me divierto. La gente se acerca, nos convida mate, galletitas, charla. Por lo general yo lo paso bien, aunque claro, sin dejar de controlar lo que ocurra a mi alrededor”. Ella vigila la playita Santa Ana, una de las más concurridas, repleta de niños y de mucho trabajo, sobre todo en lo que respecta a la prevención.
Al respecto Francisco (quien cuida el sector del Lago, pero en los días en que se abren las compuertas va rotando de paradores), enfatiza: “En realidad se trata de una tarea comunitaria, en conjunto, y en el que la gente tiene que colaborar, haciéndonos caso y también tomando precauciones por su cuenta”. Magalí agrega: “Por ejemplo, los padres tienen que entender que nosotros no somos niñeros, y que tienen que estar atentos a lo que hagan sus hijos. Esto es un trabajo en equipo, y todos tenemos que colaborar”.