Escribe: Rubén Rüedi HISTORIADOR
Desde la perspectiva minimalista de los hechos, lo ocurrido en Francia no es otra cosa que el asesinato de doce personas por parte de dos personas.
Después aparecen las cabezas de la hidra del suceso. “¡Los muertos representaban la libertad en su mayor expresión y por eso los mataron!”, “¡Los matadores son asesinos motivados por dogmas religiosos!”, “¡Quieren conquistar el mundo!”, etcétera.
Lo cierto es que en el atentado a la revista, hay doce muertos de un lado y dos muertos del otro. A los doce primeros los mató la ira, la locura o el fundamentalismo. A los otros dos, los mató el Estado francés para que no contaran por qué mataron a los otros doce. Es obvio que los dos criminales eran más valiosos vivos que muertos.
La única certeza que tenemos, es que se trata de un hecho horrible. Un hecho terrorista, como las acciones de la OTAN contra países a los que destruye, asesina a sus presidentes y roba sus riquezas. Terrorismo serial. Así de simple como doloroso.
Las fuerzas de seguridad de un país como Francia pueden evitar tanto la vida de un delincuente como su propia muerte. Si están capacitadas para bombardear y masacrar poblaciones enteras en un paseo por el aire, obvio que también lo están para acciones menores.
Antes del terrible suceso, ninguno de los asesinos se definió ideológica, política ni religiosamente. Después tampoco. Estaban muertos. Su composición psicológica, religiosa o ideológica, como así también su pertenencia sectaria, fue construida por quienes, en vez de preservarlos para conocer estos componentes, los mató para que no se conocieran y para que así impactara más la consecuencia y no la causa de lo ocurrido. Cosa juzgada: ¡Yihadistas!
Todo lo que sabemos es producto del relato oficial, de lo que el poder omnívoro, en este caso occidental, quiere que sepamos.
Antes del pacto Sykes- Picot (1916), por el cual Gran Bretaña y Francia se repartían los países árabes bajo el dominio del Imperio Otomano, no existían los yihadistas.
Antes de 1948, cuando el sionismo creó un Estado artificial, Israel, sobre una nación preexistente, Palestina, no existían los yihadistas.
No existían los yihadistas cuando musulmanes, cristianos y judíos convivían en paz y armonía en Palestina, antes de que el fundamentalismo sionista posara sus patas tenebrosas en la antigua Tierra de Canaán.
Marcha burlesca
Doce o veinte muertos en Francia es lo mismo que cuarenta y tres muertos en México o dos mil en Palestina. Cuando la consternación es asimétrica, la vida es humillada.
Y en este caso, vaya si la consternación es asimétrica. Como asimétrica es la valoración de las víctimas de los últimos hechos de violencia que lastiman al mundo.
La marcha contra el terrorismo de líderes políticos en París es una hipocresía y una burda expresión de indolencia ante los motivos de tanto horror que sacude al planeta. No por el hecho en sí, ya que todo repudio a la violencia es un paso hacia la paz, sino por sus principales protagonistas. Ellos avalan el crimen cuando el negocio es bueno. Ellos justifican genocidios cuando la matriz terrorista del imperialismo lo ordena.
Ninguno de ellos movió un dedo mientras el mundo azorado veía en directo lo que el Estado de Israel hacía en la Franja de Gaza.
Al frente de la circunspecta formación que caminó algunas calles parisinas, iba el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, rasgándose las vestiduras por tantas muertes, tomado del brazo por Ibrahim Boubacar Feita, presidente de Mali, excolonia francesa y marioneta del Gobierno galo, que hace tan sólo un par de años intervino en el norte de ese país africano dejando la consabida secuela de muertos, hambruna y desplazados.
A la izquierda de François Hollande, la adusta canciller alemana, Angela Merkel, en representación de uno de los cinco países que más armas distribuye en el mundo. Y en el plano visible David Cameron, entre otros, primer ministro de Gran Bretaña, cuya vocación no es justamente la paz y el fin del terrorismo sino el negocio de las guerras abastecidas por su industria bélica, situada también en el más alto rango de producción de armas, al igual que el país anfitrión de la marcha contra el “terrorismo”.
Lo importante es la vida. Y la vida tiene la misma dimensión y el mismo valor para todos los hombres y mujeres que habitan la faz de la Tierra.
Para saber por qué la vida está salpicada de muertes y miserias humanas, hay que mirar la historia.
La historia echa luz sobre tanta ignominia. Por este lado del sur, hay pueblos que ya lo saben y avanzan hacia un destino de paz. En latitudes lejanas, a pesar de la historia, parece que otros aún no encontraron el camino y siguen tropezando con el dolor.