Escribe Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO
Un poco de envidia, un poco de “yo también quiero” le entran al viajero al contemplarle el día a día a los habitantes de Cabalango. Esas 500 almas apaciguadas que viven hincándole los sentidos a la naturaleza, sabiéndose al alcance fácil de la civilización, la que corporiza Villa Carlos Paz, estacionada a un puñado de kilómetros de allí. ¿Y cómo no anhelarles lo cotidiano, tan bendecido de sierras, de pureza, del trinar de la paz?
Sobre todo en verano, cuando los paisajes son más tupidos y el agua más agua, más generosa, bañando las cinturas del pueblo con un río Los Chorrillos experto en formar ollitas y piletones. Siempre acompañado de piedras panzonas, curiosas y peculiares, que forman hasta suelos, los que sólo se ven acá. El resto es sabia de Córdoba, línea de montañas en lejanía, el descanso esperado.
Extraña calzada al borde del torrente
Las piedras dijimos y hay que volver a pisarlas. Extraña la calzada que materializan al borde del torrente, especie de pasarelas firmadas por la creación y que son sinónimo de Cabalango. Habrá que pasearlas, pues, y empezar a saborear el agua, que baja en tonos oscuros, pero no de mugre, sino de yodo y que muy virgen es, un placer el chapuzón. Y lo dicho: allá una olla, acá un vado que forma pileta... en fin, el refrescar.
Corriente arriba, el visitante podrá husmearle el encanto a la región, con las colinas enanas, una onda a las que pintan las distantes sierras del sur (Achiras, Alpha Corral, Las Albahacas), aunque más verdes que aquellas, menos meditabundas. Entonces, no muy lejos del vado, Los Chorrillos empieza a meter curvas y se arma un cañadón, la roca barnizando los costados en vertical. De un lado está el pueblo, las calles de tierra mechadas de quintas y casas de temporada. Del otro, el pastizal y un sendero que lleva al balneario Los Socavones y a los paradores Los Dos Diquecitos y Las Tres Cascadas. Justamente son pequeñas cascadas las que surgen en el andar del río y siguiendo al norte La Trompa del Elefante. Un rincón perdido, cuya antesala son paredones de correntada furiosa y su seno un piletón natural donde es común ver gente practicando el nudismo (así de libres están esos parajes).
Otra opción es desviar antes por el Arroyo Cristal y sus alfombras de césped vecinas hasta llegar a Villa Flor Serrana, muy cerca de Tanti. Allí cascadas (la del Indio, el Trono del Diablo), postales sin ruidos y el regalo del sol.
De regreso a la comuna, toca volver a disfrutar el diálogo del río con los árboles, léase piquillines, talas, quebrachos blancos, molles, algarrobos, chañares y densidad en general. Así hasta la avenida Costanera, rincón en el que el movimiento es apenas mayor que a la vuelta, restaurantes, feria de artesanías y parador Los Polancos mediante.
Después, por qué no patearle el polvo al mapa desordenado, a las calles enrevesadas de piel rural y baqueana hasta en los nombres (El Arreo, La Doma, El Colibrí, El Palenque, La Taba, El Rastro, Los Mistoles, El Nogal...) y en la plenitud de El Vergel (la principal) visitar la Capilla San Cayetano, joyita en piedra. En piedra, la piedra, la virtud de Cabalango. O apenas una de ellas.
Cómo llegar
El pueblo se ubica seis kilómetros al oeste de Villa Carlos Paz (195 desde Villa María). Desde la ciudad vecina al Dique San Roque hay que tomar la asfaltada ruta provincial 429 (que conecta con Roma, la calle que pasa a dos cuadras del famoso reloj Cucú).
Otra opción es llegar a través de Tanti (cinco kilómetros al norte de Cabalango) o desde Icho Cruz (al suroeste de Carlos Paz), en 15 kilómetros de camino de tierra y deliciosos paisajes serranos.
