Construida a lo largo de diez años (de 1916 y 1926) por el ingeniero Francisco Soldavini, la Capilla del Colegio San Antonio es la única iglesia gótica de Villa María y una de las pocas del interior provincial. De un incalculable valor patrimonial e histórico, sus muros fueron pintados al temple por el artista italiano Giuseppe Bassoli y restaurados entre 2008 y 2011 por el arquitecto Hugo Las Heras. El colegio abrió sus puertas para que turistas y ciudadanos entren a la nave de sus misterios como a una pequeña Notre Dame del Ctalamochita
Como un sueño medieval soñado al costado de las vías, se levanta la única torre-aguja de Villa María. Su punta de piedra dirigida al cielo entre los inofensivos galpones ferroviarios y familiares, es casi una declaración de guerra arquitectónica; una fabulosa reminiscencia del tiempo de las Cruzadas donde toda “ciudad de Dios” que se precie se defendía del ataque musulmán a punta de espada. Pero esa torre-aguja es, también, una declaración de originalidad absoluta en una urbe que a principios de siglo acaso no la necesitaba. O acaso la concreción de un precioso dibujo a la tinta de picos agudos y arcos apuntados; el bosquejo apurado de una pequeña Notre Dame llevada al ladrillo. Pero (y sobre todas las cosas) la Capilla del San Antonio es la invención de una nueva luz para la ciudad; esa que, filtrándose por su roseta de vidrios morados, oscurece la bóveda azul de los techos donde empiezan a brillar botones dorados como estrellas. Y en esa atmósfera de atardecer evanescente empieza el misterio. Porque su atmósfera interior pareciera decirnos que la segunda venida de Cristo se producirá al caer el día en esta parte del mundo. Y para actualizar ese ocaso futuro, ese atardecer esperado y fantástico, su autor construyó esa nave de 7,20 metros por 22 (exactamente la mitad de la Capilla Sixtina) en columnas de un material que hoy parece ingrávido; casi un arca para 280 fieles que al sentarse en sus bancos tendrán la sensación de estar navegando hacia el final de los tiempos. Y entonces se habrán olvidado que embarcaron en una ciudad sin mar a orillas del Ctalamochita; en un muelle impalpable de la existencia a orillas de las vías donde también se conseguían pasajes para el reino de los cielos.
Ciudad gótica
Hace un tiempo, un amigo arquitecto me dijo “si querés saber si una ciudad es importante desde su arquitectura, fijate si tiene, por lo menos, una iglesia gótica”. Y bien, según este curioso parámetro, Villa María es una “ciudad importante” desde hace casi 90 años, fecha en que se terminó de construir la capilla (la segunda de la ciudad tras la Catedral, inaugurada en 1894). Pero nadie mejor que la profesora Blanca Trento para remontarse contra la corriente del tiempo y relatar la historia del San Antonio desde sus inicios, ya que pasó más de medio siglo entre las paredes del colegio como docente, representante y directora; y guarda varias carpetas con fotos y documentos históricos como la guardiana angelical del templo.
“El colegio se funda en 1901y pertenece a la congregación de hermanas Terciarias Franciscanas, cuya casa madre está en Córdoba. Originalmente surge para formar niñas en trabajos manuales y música, ya que en ese tiempo no era un secundario como ahora. La escuela estaba en una casona de calle Corrientes y San Martín, donde ahora hay un banco. Pero dos años después y con la ayuda de la pequeña aldea villamariense se consigue comprar este solar en calle Sabattini 141, que es a donde se traslada la escuela. Entonces, en poco tiempo, empezaron a venir alumnas de toda la región y esto se agrandó. Como las hermanas sólo tenían un pequeño oratorio, el colegio se ve en la necesidad de construir una capilla. Y la emprenden en base a donaciones. La inician en 1916 y la terminan diez años después. El constructor fue el ingeniero Francisco Soldavini, que también hizo el exterior de la Asociación Española. Es muy posible que los planos y el diseño pertenezcan al arquitecto D. Ortolani, ya que figura su nombre en la fachada de la residencia de las hermanas”.
Además de haber restaurado sus murales durante cuatro años junto a su colaborador César “Titina” Bravín, el arquitecto Hugo Las Heras es en la actualidad el director de Patrimonio Histórico y Museos de la ciudad. Y de este modo explica el valor de la capilla.
“Su valor es incalculable ya que se trata de la única iglesia gótica de Villa María y una de las pocas del sudeste junto con la capilla de Cárcano, que es mucho más chica. Esta, en cambio, tiene todo un planteo gótico, desde su torre en forma de aguja hasta su rosetón central y, por supuesto, pasando por sus aberturas y ventanas en forma de arco apuntado. El techo está hecho en material desplegado como una carroza o cascarón para dar la sensación de mayor altura, lo que es propio de su estilo”.
Le pregunto a Hugo sobre los murales, por la técnica usada por Bassoli y si se pintaron para la inauguración del templo. “La capilla se estaban terminando cuando Bassoli ya pintaba los murales; y la técnica usada es el temple a base de huevos y pigmentos, que luego se pueden retocar como si fueran al óleo”.
Sin embargo, tras setenta años de lluvias y humedad ininterrumpidas, tanto la capilla como los murales tuvieron que ser restaurados. Y a este proceso lo narra Blanca con la precisión de un maestro mayor de obras.
“Como en 1991 esta calle lateral todavía era de tierra, había penetrado el agua hasta los cimientos. La pared del sudeste cedía y se iba a caer y los murales se habían descascarado. Como el colegio nunca tuvo dinero para obras, recurrimos a Advenia, que es una institución alemana de ayuda a Sudamérica. Y nos dio una colecta en marcos alemanes con la que hicimos un encadenado en el cimiento, cambiamos los techos y cavamos nuevos desagües. La restauración de los muros va a venir recién en 2008 gracias a la gestión del intendente (Eduardo) Accastello. Lo invitamos a la capilla para pedirle y cuando la vio, lo primero que dijo fue: ‘Vale la pena restaurarla, Blanca, y este es un trabajo para el Hugo’. Y mirá lo que son las cosas, el Hugo había tomado la primera comunión acá, con su hermana… Todavía tengo la foto…”.
La restauración
El arquitecto local Hugo Las Heras se formó como muralista junto al pintor chileno Manuel Gómez Hassan, que a su vez fue discípulo del mexicano David Siqueiros. “Por ese tiempo yo estaba terminando de restaurar los murales de la Asociación Española y Accastello me llamó para que lo acompañara a un acto. Yo no sabía de qué se trataba hasta que él dijo en público: ‘y acá está Hugo, que en breve va a comenzar la restauración de la capilla del San Antonio’. Yo no sabía a dónde meterme, pero acepté. Por suerte, conté con la ayuda de ‘Titina’ Bravín. Sin él no hubiera podido. La restauración me costó una hernia de disco de tanto subir y bajar andamios”.
Respecto a los costos, Las Heras dice que “fue un presupuesto muy económico. Pagó una parte la Municipalidad y otra el colegio. Es como si hoy te dijera diez mil pesos por mes entre los dos, que incluía la mano de obra y los materiales. Para mí siempre fue fantástico meterme en esta capilla. Me dormía la siesta en los bancos y después seguía pintando. Me quedaba acá todo el día. César trabajaba más las guardas y yo los rostros. Todo el templo está adornado con escamas de dos colores, son 7.200 en total y las pintamos a todas de nuevo. Tuvimos que hacer más de 50 pruebas de color hasta dar con el tono de ocre y del beige exactos. En cuanto a los pigmentos usados, me los pasó Nella Bonfiglioli, la hija del pintor. Si bien Fernando Bonfiglioli no participó de esta capilla, manejaba las mismas pinturas que los muralistas de la época”.
Y entonces Hugo me deja picando la pregunta: “¿Qué te gustó más restaurar, las pinturas de Bassoli en el San Antonio o los murales de Bonfiglioli en la Asociación Española?”. A lo que el hombre me responde con una honestidad brutal: “Me gustó más esta capilla porque era más pintura y más imagen; era una iglesia completa y menos repetitiva. Allá, una vez que descubrís el diseño de las guardas es todo igual. Acá, en cambio, cada hoja, cada rostro, cada flor, es diferente. Las dos obras son sumamente importantes para mí y las quiero en partes iguales. Pero con esta me entretuve más”.
Sobre el delicado arte de la restauración, Las Heras agrega que “restaurar es intentar tocar lo menos posible la mano del pintor, porque si no se convierte en una pintura tuya y desaparece el original. Toqué muy poco el rostro de los santos, por ejemplo; lo justo y necesario. Cuando hice la restauración se desconocía el autor de los murales. Hasta que salió una nota en el diario y se me acercó un muchacho, Jorge Mirotti. Y él me dijo ‘a toda esa capilla la pintó mi abuelo. Mi hermana que está en Buenos Aires tiene fotos, te las voy a conseguir’. Y cumplió. A Bassoli se lo conoce poco porque estuvo apenas ocho años en la ciudad y después se fue. Podría decirse que fue el antecesor de Bonfiglioli. Dicen que pintó las cortinas de la Catedral, la farmacia Pinardi, los techos de la Estancia La Negrita y, como ves, fue pionero a la hora de pintar ángeles”.
Y en el aspecto “angélico”, Blanca aporta un dato importantísimo. “Esta es una de las pocas iglesias franciscanas del mundo que tiene representados a los cinco santos de la orden: Santa Margarita de Cortona, Santa Rosa de Viterbo, San Damián, San Francisco de Asís y, por supuesto, San Antonio de Padua”. Y me los señala con devoción a cada uno. Todos están enmarcados en una suerte de arco apuntado fileteado por nubes rosadas del poniente y cintas de la Nueva Alianza. Y en esos momentos y casi como una premonición, la luz que entra por los vitrales del oeste iluminan el rostro al temple de los santos y ponen una luz de atardecer en el mediodía de la ciudad. Quizás para recordar a todos que la segunda venida de Cristo será bajo la tenue luz de un acuario. Y la bóveda celeste un cielo azul y altísimo como el de una carroza. Allí donde seis mil trescientas estrellas como un milagro ya empezaron a brillar.
Iván Wielikosielek
Cómo y cuándo visitarla
Teniendo en cuenta la temporada de verano en la ciudad y algunos eventos tan convocantes como el Festival Internacional de Peñas o el Mundialito de Fútbol, es muy posible que Villa María esté plagada de turistas ávidos por conocer sus joyas patrimoniales. Si alguno de esos turistas (o incluso algún villamariense) leyera esta nota y se interesa en entrar a la capilla, debe acudir a la administración del colegio por calle Rucci de 8 a 13. Allí, al decir de Blanca y Hugo, “los porteros les abrirán la puerta con todo gusto”. También hay que saber que, durante el período escolar, la capilla se abre todos los jueves a las 8, momento en que tiene lugar la misa oficiada por los párrocos de la Catedral.
Por último y para finalizar esta nota, este obrero de la información debe decir (acaso con cierta tristeza) que le hubiera gustado entrevistar al arquitecto Carlos Pajón para tener otra opinión calificada. Pero que esa nota ha quedado clausurada por el resto de la eternidad. Y es que Pajón ha dejado este mundo el pasado jueves. Así que desde esta doble página del suplemento cultural, va el deseo del mejor viaje posible al otro lado de esta existencia, el adiós más sentido para uno de los hombres que con más amor y entereza defendió el patrimonio arquitectónico de las dos Villas.