“No hay mercado;
sólo hay mercaderes”.
Jean-Paul Sartre
La crisis económica mundial iniciada en 2008 está lejos de amainar. Por el contrario, todavía no mostró sus peores rostros: el default de las deudas externas de varios países, la desocupación en gran escala, el descenso de la producción, la caída del precio de las materias primas (petróleo, granos), la retracción del consumo, la pérdida de beneficios sociales, el atraso cultural y tecnológico, la ausencia de esperanza para los jóvenes.
El capitalismo es experto en crisis, aunque no aprendió a tomar precauciones para prevenirlas ni, ya consumadas, para minimizarlas. Cuando en los países del hemisferio norte el Estado ocupaba un rol más importante en la economía, la fórmula keynesiana de reemplazar la inversión privada (en desbande) por inversión pública rendía frutos. Ahora no alcanza con eso.
Ninguna fórmula basada en las ideas del gran economista inglés puede obligar a que la renta financiera retroceda ni -en consecuencia- a que le devuelva a la ganancia industrial (que no es renta) el papel rector que nunca debió haber perdido. Tampoco el "mercado" le repondrá el rol hegemónico a la producción de bienes, pues el propio “mercado” se lo quitó.
Para que la renta financiera retroceda es necesario acumular mucho poder político en el otro plato de la balanza. Empresarios de la industria, sindicatos, clase media y profesionales deben unirse para obligarla a retroceder. Y encontrar formas políticas eficaces para lograrlo.
Hasta el momento no pudo hacerlo la coalición demócrata encabezada por el presidente Barack Obama ni mucho menos podrá el candidato que eventualmente llegue a la Casa Blanca en las próximas elecciones. Tampoco pudo hacerlo la socialdemocracia europea y mucho menos lo harán los neoliberales que hoy ocupan su lugar.
Para que la renta financiera retroceda es necesaria una sucesión de graves pérdidas de la banca prestamista y de los fondos especulativos, la caída generalizada del precio de las acciones, de los títulos de deuda, de los bonos y de los derivados financieros.
Es necesaria una violenta devaluación de los valores formales de la especulación en beneficio de los valores reales de la producción. Metafóricamente hablando, es necesario un incendio forestal que elimine la maleza y permita crecer el pasto nuevo. No hay otra forma de hacerlo.
¿En cuánto tiempo ocurrirá eso, si es que ocurre? En no menos de tres a cinco años, quizá en ocho o en 10. La prolongación de la crisis es una magnífica oportunidad que tienen los países emergentes para acortar distancias con el hemisferio norte.
Para ello deberán avanzar en el objetivo estratégico de consolidar la ciencia y la tecnología nacionales y profundizar los acuerdos comerciales intrazona (el Mercosur, por ejemplo), exportar todo el remanente que deje el consumo interno, reunir y atraer capitales de inversión directa y sustituir la mayor cantidad de importaciones de alto y mediano valor agregado. Todo un desafío.
Asistimos a la guerra franca entre la renta financiera y la ganancia industrial, que dominará el primer cuarto del Siglo XXI. De su devenir dependerá el mundo de nuestros hijos y el futuro de nuestros sueños.