A lo largo del relato, Rubén Rüedi describe a Salomón Deiver como “un hombre que se inventó a sí mismo, de gran esfuerzo personal, con una gran capacidad de superación personal, que apenas podía garabatear algunas letras y que era muy subestimado por sus adversarios políticos”.
Para Rüedi “Deiver fue peronista antes que Perón”, porque la gran mayoría de sus obras tenían “sentido de justicia social”.
“Deiver hizo la primera pileta de natación que tuvo la ciudad. Pública. Tomó un brazo del río y con maderas viejas que estaban en el Corralón desechadas cerró dos brazos en dos extremos, estancó el agua y así hizo la pileta de natación”, recuerda.
También destacó que “construyó puentes criollos y la primera inundación se llevó todo; comenzaron los detractores a burlarse de él y su respuesta fue que eso no costaba nada, estaba hecho con material viejo y desechado, y lo hacía de nuevo”.
“También había dos islas en el río, a una la había iluminado, pero otra permanecía oscura, llegaron las burlas y contestó que esa isla la había dejado a oscuras a propósito, ¿si no dónde iban a hacer el amor los negros?”, recordó.
“Creó el coche fúnebre municipal, no sólo dignificó la vida de los que menos tienen, sino también la muerte”, explica Rüedi sobre el hombre que gobernó la ciudad en dos ocasiones. “Asumió en el 40, en el 43 se produce un golpe de Estado y los intendentes son apartados. En el 58 gana las elecciones nuevamente y a los dos años fue intervenida la provincia de Córdoba y en ese marco también se tuvo que ir”.
Pero, sobre todo, destacó el origen de Salomón Deiver: “Este hombre cuando llega a Villa María, su primer oficio fue el de fotógrafo ambulante, después fue canillita y fue lustrín. Le lustró los zapatos a quienes luego gobernó, y voceaba en las esquinas los diarios que después a él lo tenían en tapa”.