“Bombero no se hace, se nace”, dicen los experimentados en eso de salvar vidas, de sofocar incendios, de prevenir tragedias. Y hay algo de razón en el enunciado, que tácitamente habla de destinos escritos. Sin embargo, la frase también esconde falacias. Porque para ser bombero, en rigor, se necesita mucho más que vocación e instinto. Que lo digan si no los alumnos del Centro de Capacitación y Programación Comisario Juan Carlos Mulinetti, la exigente escuela en la que debe graduarse cada villamariense con deseos de ponerse el casco y treparse a un autobomba.
Dependiente del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Villa María, la institución tiene por sede el mismo cuartel de calle General Paz desde la inauguración del mismo, en 1951. Allí, los jóvenes aspirantes (que deben ser mayores de 16 años al momento de comenzar a cursar), reciben clases los días sábados del período lectivo (entre marzo y diciembre), durante dos años y medio.
Pero no todos se harán acreedores del título habilitante. De hecho, del promedio de 20 inscriptos por promoción, apenas “cinco o seis” culminarán los estudios con éxito, de acuerdo con el primer jefe del Cuerpo, Gustavo Nicola. Según él, las propias exigencias del curso sirven de “colador”, quedando fuera de carrera cualquiera que no esté a la altura de las circunstancias: “Hay chicos que vienen y se creen que esto va a ser como las películas, que todo el aprendizaje se basa en subirse al camión, agarrar la manguera e ir a apagar incendios. Y es completamente diferente: para ser bombero hay que tener una base teórica muy buena, que es la que enseñamos acá, y recién después empezar a aprender los trabajos en el campo”, comenta.
En ese sentido, Nicola destaca que a lo largo del primer año y medio los alumnos sólo reciben clases teóricas, que incluyen materias de lo más variadas. Son cinco unidades temáticas: Organización, Fuego, Materiales Peligrosos, Rescate y Socorrismo. Cada una está dividida en distintos módulos (en total son 60), que van desde Protocolo y Ceremonial, Cartografía, Protección Respiratoria e Inteligencia Emocional en el Campo de las Operaciones; hasta Introducción al Desastre, Explosiones y Fenómenos Físico-Químicos, Rescate Acuático, en Aeronaves, en Edificios de Gran Altura y en Derrumbes y Desmoronamientos.
Recién al promediar el segundo año, los candidatos comienzan con las prácticas, que incluyen incendios, rescate vehicular, acuático y con cuerdas, traslado de víctima, inmovilización y manejo de materiales peligrosos, entre otras actividades. Además, realizan los clásicos simulacros, como para ir experimentando los gajes de la profesión.
“Lo importante para los que quieran ingresar es saber que acá hay que tener mucha dedicación y pasión por lo que se hace. Es como todo en la vida: el recién llegado realiza primero tareas de apoyo, de limpieza, de arreglo de coches, y con el tiempo va aprendiendo y formándose para actuar en los casos más riesgosos”, enfatiza el también comisario mayor, y agrega: “Para ser bombero uno se tiene que capacitar permanentemente”. En concreto, si el bombero raso quiere ascender a suboficial, deberá aprobar un curso de 15 meses de clases (y poseer un mínimo de tres años de servicio), y otro de similar duración para llegar a ser oficial (mínimo de 15 años de servicio).
Actualmente, la fuerza cuenta con 124 integrantes 100% voluntarios, que siguen un orden de estructura piramidal y cadena de mando estricta, aunque no tan rigurosa como la de un régimen militar. “Eso también es fundamental que sepan los aspirantes: que en el Cuerpo se siguen una serie de normas que hay que respetar, porque es la única manera de mantener el orden y actuar de forma efectiva ante las emergencias. Todo sea para cumplir con el deber, la misión final, de salvar vidas y bienes, y evitar que las víctimas sufran”, concluye Nicola.
