Escribe: Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO
Rodeado de montañas gigantes y ambiente seco, Potrerillos hace las veces de oasis. Y no precisamente por sus callecitas polvorientas mechadas de árboles, sino a partir del tremendo embalse que se le sienta al lado y con quien comparte nombre. A 65 kilómetros al suroeste de la ciudad de Mendoza (670 desde Villa María), los espectaculares paisajes del Cuyo cercano a Los Andes tienen aquí el agregado del agua, de mucha agua, de abundancia. Bendito sea el encuentro.
Pero además, el área presenta cantidad de atractivos que a uno se le pierden entre tanto cerro y tanto lago. Están los ríos Mendoza y Blanco, que van a estacionar su desfile con carácter al mismo dique y de paso proponen postales de pureza para las miradas sensibles y rafting para los que se animen a domar corrientes. Están los caseríos de la periferia, con aires baqueanos, caballos dispuestos a la excursión y arroyos para mojar la tarde. Y están las termas de Cacheuta, vecinas y generosas, y las caminatas y escaldas en el Centro de Esquí Vallecitos; y el alma de los Incas, que por aquí dejaron impronta y leyenda. Completísimo el panorama. Y pensar que apenas un puñado de gentes habita la zona.
Después de saborear la aldea (casas de veraneo y cantidad de cabañas para el viajero, puesto de Policía, almacén, siestas gordas), el cuerpo se manda solito a la holgura del lago, 1.300 hectáreas y casi 15 kilómetros de largo los que luce. Ubicado a unos 1.400 metros de altura sobre el nivel del mar, el lugar exhibe belleza al por mayor, en una capa de celeste siempre compañera de los rayos del sol y que se aprecia diáfana ya cuando el auto camina la ruta 7 (la que conecta con el Paso Cristo Redentor y Chile). El contexto es de imponente montaña, claro, merced a la magnificencia que brota de la precordillera y del Cordón del Plata.
Allí, al borde del espejo, queda aprovechar el cuadro. Entonces, tiempo para nadar, para pasear en kayak y en bote, para pescar unas truchas peliagudas. Curioso este embalse, que nació hace poco más de una década con el objeto de acopiar el agua que luego bebe Mendoza y generar electricidad y que, sin embargo, a los ojos, otras son sus obligaciones cardinales.
En los alrededores, villas-barrios se despliegan con más de cabañas y hospedajes de temporada, y la oportunidad de realizar cabalgatas, escaladas en roca y refrescar el cuerpo a lomos del río Blanco y los varios arroyos. En ese sentido, hay que nombrar rincones como Las Vegas, Valle del Sol, Piedras Blancas y El Salto. Este último, por ejemplo, convida con el arroyo homónimo, y excursiones al Rincón de los Oscuros (famoso por la cascada que alberga).
Aventura y divinos piletones
Otra opción es visitar el Centro de Esquí Vallecitos, que de un tiempo a esta parte se fue quedando sin nieve (una vez más el calentamiento global haciendo de las suyas), y que a cambio ofrece rutas de trekking y campo de entrenamiento para los que se le atreven al cercano cerro Aconcagua. De esas cumbres, justamente, baja el río Mendoza, el que a pocos kilómetros de arribar a Potrerillos sugiere aventura de la mano de rápidos de nombres sugerentes, el Laberinto y el Come Hombre por caso. Son las balsas inflables, el rafting en fin, que está de fiesta, con salidas supervisadas y circuitos de hasta 30 kilómetros.
Para el final, la mejor idea se llama Cacheuta. Al otro lado de Potrerillos destacan las termas, rodeadas de paisanos sencillos y puros, parecidos en eso al agua que brota a un promedio de 35 grados de temperatura, en piletones divinos, vigilados por las montañas.