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1 de Febrero de 2015
Personajes de la villa
A los pescadores del puente no les importa que no haya pique
Son una postal de nuestra costanera, están siempre en el mismo lugar. Algunos asisten allí desde hace más de una década. El disfrute del hobby y la posibilidad de vender los pescados es lo que los mantiene en el sector
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Las redes descansan en el puente durante un rato, una postal que, habitualmente, pasa desapercibida-Los pescadores habituales del puente son unos 15 que durante años asisten al mismo lugar con sus cañas

“Cómo será que hace mucho que viene y que se pasa todo el día, que hasta consiguió novia acá, ja ja”, la broma del Gringo señalando a Mario lleva consigo una importante carga descriptiva.
Ellos son las personas que, cuando vamos a la costanera, todos vemos, pero pocos conocen. En realidad, son apenas un puñado de los tantos que suelen pasarse horas sobre el puente de las compuertas con redes y cañas de pescar.
Cada uno está concentrado en lo suyo. Se habla poco, pero las bromas no faltan. Son alrededor de las 19 y no hay pique. “Ayer sacamos bastante, tirábamos y sacábamos, hoy sólo te comen la carnada. Un día saltan y otro día no. O recién sacaron un dientudo que es el que corre a la mojarra, y por eso hoy no pican, quizás”, revela el Gringo, como si se tratase de secretos que sólo los años permiten vislumbrar.
Mario cuenta que hace 10 años que va al puente a pescar, “y sólo con caña”, aclara, “los que venimos somos siempre los mismos, unos 15 viejos que estamos siempre”.
Cada uno sabe tiene un motivo para estar allí. “Yo, porque vengo a relajarme, trabajo desde las 6 de la mañana hasta las 5 de la tarde, salgo y me escapo para acá”, relata Mario, mientras señala al Gringo, que está sobre la pasarela de madera a un lateral del río y asegura “aquel de gorra, con la caña negra, viene siempre”.
“Sí, desde hace mucho tiempo, pero sólo una hora”, aclara el Gringo mientras encarna una lombriz. Sacan dorados, sábalos, mojarrones, bagres, y alguno que otro pejerrey. Dice que está todo el día encerrado y que va a distraerse, “pero hay algunos que viven acá, se pasan todo el día, cómo el flaco aquel”, le tira la pelota a José María.
“Y… hará cuatro años, por lo menos cuatro o cinco veces en la semana, mañana y tarde”, calcula el más joven de los tres. El resto todavía no ha llegado. José María revela que, más allá de que lógicamente le gusta la pesca, también lo hace porque “aprovecho los pescados”.
“Se suelen vender a particulares, gente que se acerca y pregunta si están en venta si ven que sacamos algo o que vienen a preguntar qué hemos sacado hoy para ver si le interesa”, menciona y jura que “algunas veces cuando está crecido el río se pueden sacar hasta 70 sábalos que se pueden llegar a vender todos casi en el momento”.
La gente que compra pescados “suele ser siempre la misma”, aunque “cada tanto aparece alguno nuevo que se acerca porque sabe que tenemos”.
Para quien no conoce, podría imaginar que las redes que cuelgan del puente y caen sobre las compuertas están están colocadas al revés ya que la panza para embolsar al pescado y que quede atrapado está puesta dándole la espalda a la correntada. “Es que el pescado no cae, el pescado siempre sube en contra de la correntada, entonces cuando salta se mete solo ahí”, explica didácticamente Mario.
La mirada parece perdérseles en las amarronadas aguas del Ctalamochita. El ruido del agua golpeando a la salida de las compuertas prácticamente tapa sus voces. Han recorrido muchos rincones del río pero están ahí porque es el mejor lugar.
La Policía y la Municipalidad, cuenta Mario, de vez en cuando les hacen problema y los quieren sacar. “Muchas veces. Me acuerdo cuando sólo estaba el otro puente decían que no dejábamos pasar a la gente, pero el otrodía me sacaron también del nuevo en el que no pasa nadie”.
“Hace 10 años que estoy acá y a veces vienen porque no quieren que pesquemos en las compuertas tampoco, pero, si me sacan la pesca, ¿qué hago?”, planteó Mario, antes de volver a soltar el anzuelo en busca de algún bagre que le alegre la tarde.
 


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