Se puede ver que las cosas no están bien en el entorno al que uno pertenece y lamentarse. O se pueden observar las penas de esa atmósfera que formamos parte y poner manos a la obra para intentar cambiar la realidad. Esa segunda opción fue la que tomó Alberto Margara, quien el pasado sábado recibió por primera vez a unos 35 niños en el comedor que decidió abrir ese día. Lo hizo junto a otras personas que asisten a la iglesia evangélica ubicada en la calle Jujuy de barrio Floresta. A metros de la iglesia, en Jujuy al 13, decidió que abrir un comedor para que los niños asistan cada sábado a recibir un plato de comida sería una buena excusa para ayudar, pero también una pantalla para llegarles más profundamente con la intención de poder ayudarlos “a ver que hay esperanza de una vida mejor que la que están viviendo, llenas de necesidades”, justificó.
Le cuesta resumir a Alberto todos los sueños que tiene puestos en esta iniciativa, como así también los objetivos que se plantea. “Por tratar de sacarlos de la calle, por eso nace esta iniciativa”, explica y prosigue diciendo que buscará “contenerlos un poco” porque “hay muchos padres separados y chicos que en vez de buscar ayuda de la gente buena se juntan en las esquinas a fumar o empiezan a robar”.
Desde la iglesia, Alberto vio que había cosas que los chicos no tenían, más allá de una comida. “La necesidad que tienen de amor, cariño, comprensión, es grande, porque en muchos casos está ausente la cabeza de la casa, o la autoridad moral y eso hace que chicos de 12 ó 13 años ya se estén perdiendo”, explicó.
Para Alberto, “la juventud no respeta a los mayores, a los ancianos, hay mucha burla, no puede ser que les dé lo mismo el insulto que decir buen día” y es eso “lo que vamos a tratar de cambiar, de inculcarles que hay un respeto hacia el prójimo, hacia sus compañeros y enseñarles modales”.
El comedor, al cual llamó “Tu sonrisa me hace feliz”, “es una pantalla para poder ayudarlos, darles un plato de comida que también necesitan, pero para que sea una forma de acercarnos”, y auguró que “perdure, para el bienestar de los chicos de este barrio”.
Alberto contó que, previo al sábado, día en que abrió las puertas del comedor por primera vez, “estuvimos trabajando durante tres semanas, organizándonos y juntando las cosas”. “Esto lo hacemos con el grupo de gente que asiste a la iglesia, hay gente que colabora en la cocina, otros que han donado mercadería, algunos han sacado dinero de su bolsillo”, comentó, y agradeció que “también algunas despensas, carnicerías y verdulerías han aportado productos”.
“La respuesta fue muy buena, gracias a Dios, porque lo único que uno intenta es tratar de ayudar al prójimo”, concluyó.