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8 de Febrero de 2015
DESTINOS/Ecuador/Ibarra
El encanto andino
Cerquita de la frontera con Colombia, la esbelta urbe convida con reliquias coloniales y entorno de montañas y naturaleza. El carácter amable de la paisanada
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Escribe Pepo Garay - ESPECIAL PARA EL DIARIO

 
Las mujeres de Ibarra andan más mironas, más morenas y más sonrientes que en el resto del país. Será por la influencia colombiana, que cruza la frontera a pocos kilómetros. O por la sangre afroecuatoriana, que trasciende generaciones en el norte de la nación andina. O será el puro gusto de vivir en esta, la capital de la provincia de Imbabura. Un precioso regalo que al viajero lo toma de sorpresa, de la mano de joyas coloniales (la sana costumbre del rededor cordillerano), un trazado urbano gentil y de días amarillos y la naturaleza espléndida que se adivina cerca. 
La alhaja empieza a brillar ni bien se desandan las calles. Las de una metrópoli que, como varias en el hermoso Ecuador (Quito, Cuenca, Loja...), muestra encanto a partir de arquitectura traída desde Europa. La española gana terreno, cuándo no, y se hace explícita en casonas antiguas y en los rededores del parque Pedro Moncayo. La plaza central de la ciudad tiene de vecinos a obras de la talla de la Catedral (barroca, Siglo XIX), la Capilla Episcopal (gótica), el Palacio Municipal y el de la Gobernación. La Torre del Reloj (o Torreón), en tanto, aporta toques afrancesados, igual que muchos otros alrededor de la urbe. 
Así, la recorrida se hace fácil desde un principio. El clima de mitad del mundo (tropical, el invierno no existe: o hay sol o hay lluvia) ayuda a apreciar el entorno y el buen humor de los locales. Ciento cuarenta mil cuenta el padrón, la inmensa mayoría muy de pedir permiso y dar el asiento, muy de trato humano. Carácter amable que coincide con el perfil de la pluralidad de iglesias, la San Agustín, la Santo Domingo, la Basílica La Dolorosa, la Nuestra Señora de la Merced. Todas vueltas a construir tras el terremoto de 1868. Todas conservando las características originales, la monumentalidad del Siglo XVII.  
Después, toca husmear el parque La Merced, igual de plaza que el Pedro Moncayo, igual de prodigiosa en jardines, en mármoles, en arboledas, en hábitat galán (hay que ver lo prolijos y bien cuidados que son los espacios públicos en Ecuador). Colonialísima la explanada, lo mismo que la famosa Esquina del Coco (así nombrada por culpa de su cocotero) y el Alpargate, un sector de suelo adoquinado y casas de adobe, multicolores, entrañables. Más onda medieval goza el Cuartel Militar, emblema ibarreño con rostro de castillo, ubicado en pleno centro.  
 
Marcas indígenas
En la caminata siempre surge el volcán Imbabura, 4.600 metros que recuerdan sin cesar el carácter andino de la región. Es la naturaleza calzándose traje de protagonista en Ibarra. Lo reafirma la laguna de Yahuarcocha, pegada al casco histórico, ocho kilómetros de costa los que ostenta. Es célebre por su belleza y por su mística: allí, hace por lo menos 500 años atrás, se produjo una batalla entre incas y la tribu de caranquis que acabó con una masacre en favor de los invasores. 
Más pistas de las épocas indígenas se aprecian en los rostros tostados de la gente y en rincones de los alrededores como las Ruinas del Inka Huasi (espléndida en piedra y epopeyas, uno de los asentamientos incaicos más importantes del Ecuador), el poblado de Caranqui (otro tesoro colonial, fue el lugar de nacimiento de Atahualpa, último monarca del imperio) y la laguna de Cuicocha (con sus dos islotes en el centro y sus leyendas ancestrales en el aire).
La alternativa para disfrutar el contexto de cerros, ríos y ancianas que bordan y bordan primores a la vista de las alturas es subirse al Tren de la Libertad, sumergirse en el Valle de Salinas trepado a los rieles, compartir canciones con un ecuatoriano de antepasados africanos y dar las gracias.    

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