Y se viene la penúltima gran noche del Festival de Festivales, noche de domingo y de bachata, noche de ritmo y humedad, noche sabatina (nada que ver con don Amadeo, aclaro, que creo que fue uno de los pocos políticos que, por razones obvias, no vino al Festival), noche de luna menguante... y mientras que la que mengüe sea la luna y no el vigor, estamos salvados. Caso contrario, habrá que hacer canje con la industria farmacéutica.
Pero hablemos de lo que va dejando este gran evento anual que trae a la Villa gentes de todas las latitudes, gentes que mal que mal dejan sus ahorros y se llevan sus impresiones. Algunos, me han dicho, se van muuuy impresionados por los precios. Pero bueno, che, que tenemos que morfar todo el año después con lo que ganamos en estos cuatro o cinco días locos que vamos a vivir.
Lo primero que quiero decir es que me queda completa y definitivamente claro que los organizadores del Festival de Festivales están en contra mío. Basta que yo diga una cosa, por positiva que sea, para que ellos vayan para otro lado. Ayer dije que creía que habíamos encontrado finalmente la terna perfecta para conducir el evento (Borsatto, la Sole y Cacho) y tras cartón, llego al Anfi y me entero de que el intendente le había pedido a Rony Vargas y a Valeria Lynch que volvieran el año que viene. ¡Por favor! Rony tiene menos carisma y menos gol que el Puma Gigliotti y Valeria, todo bien, pero el Huracán de Arequito no tiene parangón, eso no me lo van a discutir. Pero bueno, ellos son los que ponen la plata, lo mío, más que nada, es el humilde aporte de un bicho que conoce un poco del showbusiness.
La primera alegría, sin embargo, la tuve cuando Valeria anunció que iba a donar algo suyo para el Museo del Anfi. Yo rezaba para mis adentros para que donara un corpiño. Si dona un corpiño, podemos techar las dos peñas: la de la Agrupación Folklórica y la de Los Soñadores. Pero no, tras la primera alegría vino inmediatamente la primera decepción, porque la diva donó un vestido que usó en no sé qué obra (aunque no era una obra en construcción, seguro), en no sé qué año, en no sé qué teatro; pero lo que sí sé es que no era en el Anfiteatro, por lo que no tiene nada que ver con su historia.
Próxima estación: Perales. Roncamos 20 minutos.
Así como no hay que pedirle peras al olmo, no hay que pedirle fiesta a Perales. ¡Por favor! ¡Qué embole! Mucha gente se durmió mientras cantaba, porque tiene ese tono de voz tan bajoneante y esas canciones que parecen que uno estuviera cargando un elefante a cococho: pesadas, lentas (como si cantara desde un disco de vinilo en un wincofon en 16 revoluciones) , melancooooooolicas a más no poder. Me parece que ya está de vuelta José Luis, igual que la calandria que azota el vendaval, después de larga ausencia (la última vez que estuvo, hace 9 años, llovió para el campeonato de paraguas y se suspendió el show. Es que hasta el cielo llora con Perales), yo creo que ya que está de vuelta debería quedarse y autodonarse al Museo del Anfi.
Aburrido, volví a la carpa para la conferencia de prensa de David Bisbal, justo en el momento en que el maestro de ceremonias anunciaba que el artista no iba a contestar preguntas de índole personal. Entonces me dije: no va a referirse el chusmerío personal y a sus secretros de alcoba, y de música no sabe nada; ¿de qué va a hablar este muchacho? ¿De fútbol? Y como por arte de magia, en ese momento pasa un negro amigo mío por ahí, que anda en el tema del catering (no Fulop, ¡vade retro!) y entra a la carpa frenético y lo encara al español y le grita: “¿¡Por qué te erraste ese gol!?”. Bisbal no entendía nada. Y en eso se acerca el maestro de ceremonias y le dice: “Tranquilizate, morocho, que no es el Pipita Higuaín es David Bisbal”. La verdad, es que son parecidos, che, aunque creo que el Pipita canta mejor.
Y hablando de Bisbal y Perales, me puse a pensar que este años la presencia española sobre el Hernán Figueroa Reyes ha sido más que numerosa. Los antes nombrados, más Sergio Dalma, Rosana y la Oreja de Van Gogh. Se ve que está realmente dura la calle del otro lado del charco, y se vienen todos a laburar acá. ¿No estarán pensando que como el Gobierno nacional recompró YPF y Aerolíneas, también vamos a comprar a cuanto cantante anda tratando de cuerpearle a la crisis ¿no?
Lo que sí podríamos hacer es pedirles que nos donaran la Oreja de Van Gogh para el Museo del Anfi. Porque si el pañuelo en el que estornudó un día John Lennon cuesta millones de dólares, imagínense lo que debe costar la oreja que se cortó el pintor flamenco, autor de cuadros famosísimos y varias veces millonarios. ¡Con eso sí que pagamos todas las cuentas del Festival! (para tranquilidad de Naselli y Maristany, digo).
Y hablando de los tribunos, no los vi en las tribunas, dicho sea de paso.
En fin, ecos de lo que fue la noche sabatina en el Anfi, y por qué no en las peñas. Porque allí, sobre todo en la de Los Soñadores, también se escucharon ecos de música de prostesta. Y ahí andaba Salas, caja en mano (no registradora, sino bagualera), cantando la baguala de la discriminación. Parece que desde la organización del Festival le aplicaron un per saltum y no le hicieron lugar a los ganadores de esa peña sobre el escenario mayor, tal como se habían comprometido. Promesas, promesas, promesas, de un Festival estival en un año eminentemente electoral.