Hay historias que enaltecen la condición humana y otras que la hunden en las ciénagas más oscuras. Entre estas últimas está la de Eugenio Cavezas, un joven de nacionalidad boliviana actualmente radicado en Villa María, que siendo niño fue engañado y llevado por familiares a trabajar en situación de esclavitud a un horno de ladrillos en Río Cuarto. Hace pocos meses atrás y tras seis años de cautiverio, su tío, José Cavezas, lo rescató. Aquí, ambos brindan detalles de un caso que indigna y aterra, y que es apenas uno de los muchos que existen a lo largo y ancho de la provincia.
“Me llevaron cuando tenía 11 años. Un primo mío de nombre Ignacio Gutiérrez me fue a buscar a mi pueblo en Bolivia y me trajo a Río Cuarto, diciéndome que me iba a poner a cuidar niños. Pero en vez de eso me tenía trabajando todo el día en los hornos de ladrillo, sin salario, pegándome y casi sin darme de comer”, cuenta Eugenio, que hoy tiene 17 años, mirada esquiva y el espíritu en pena. Las marcas que lleva en la espalda y en las manos exteriorizan los castigos recibidos. Lo mismo que sus reacciones: basta con tocarle levemente el hombro para que se estremezca y arquee la columna, como en pose de defensa.
Oriundo de la zona de Río San Juan del Loro, en el Departamento de Tarija, Bolivia, el adolescente ofrece datos que hablan de lo macabro y terrible de su experiencia: dice que en el campo donde lo tenían esclavizado, trabajaba todos los días desde las 6 de la mañana hasta las 9 de la noche, que sólo le daban un plato de comida al mediodía y absolutamente nada de dinero como retribución. Además, lo hacían dormir sobre montículos de aserrín, y cuando venían los inspectores de la AFIP, era obligado a esconderse entre pilares de ladrillos.
Su tío, albañil de profesión y con domicilio en Villa María, da fe de esos dichos: “Yo me enteré del asunto una vez que fui a visitar a unos parientes a Río Cuarto. Ahí una amiga, cuyo marido trabajaba en el mismo cortadero, pero en condiciones normales, me contó de Eugenio. Entonces lo fui a ver y no podía creerlo: estaba desnutrido y lleno de moretones, daba mucha lástima verlo en esas condiciones”, recuerda.
Tras ello, José retornó a Villa María y luego de consultarlo con su esposa, decidió volver a Río Cuarto para rescatarlo. Lo sacó con la colaboración de un amigo, de noche y en secreto. Ya de regreso, denunció el caso ante la sede de la Fiscalía Federal local. Semanas después, se dio la orden oficial para que Eugenio sea trasladado a un refugio de víctimas de trata de personas. Pero su comportamiento violento y problemático hicieron que sea devuelto a sus familiares en nuestra ciudad. Desde entonces reside en casa de José, a quién a veces ayuda en la obra.
Amenazas de muerte y miedo
Una vez enterado del desarrollo de los sucesos, Gutiérrez se contactó con José, exigiéndole que envíe al joven de vuelta a Río Cuarto, amenazando de muerte a ambos en repetidas ocasiones. Debido al particular, la Fiscalía ordenó que se los custodiara durante un mes.
No conforme, Gutiérrez denunció a los integrantes de la familia Cavezas en la Justicia boliviana, argumentando un caso de secuestro. “Lo hizo por venganza y para salvarse de cualquier pena que le pueda caer. Yo a causa de eso hoy no puedo regresar a mi país, es muy desesperante e injusto. No sé qué puede pasar con todo esto. Por mi parte siento miedo y a veces un poco de arrepentimiento, porqué quizás hice mal por tratar de hacer el bien”, apunta José.
La historia de Eugenio es sólo la punta de un iceberg que gana terreno en todo el territorio provincial. Sólo en Río Cuarto y sus alrededores, las denuncias por trabajo esclavo en los hornos y cortaderos de ladrillos se han multiplicado en los últimos años, haciendo aún más notoria la problemática de la trata de personas. Una práctica que en pleno Siglo XXI, continúa sacando a la luz las miserias del hombre, y su ambición desmedida.