Fernando Bonfiglioli nació en 1893, en San Pablo, Brasil. Pero fue en Villa María donde echó raíces y realizó algunos de sus trabajos más emblemáticos.
Hoy, las obras del “Pintor que pintó su aldea” sobreviven repartidas por toda la ciudad, en forma de invalorable patrimonio.
Buena la oportunidad para redescubrirlas y admirar el talento creador de este eximio artista.
Lo mejor será empezar por el rincón en que mejor se homenajea su esencia: el Museo Fernando Bonfiglioli.
Ubicado dentro del edificio de la Universidad Popular (bulevar Sarmiento y San Martín), el lugar conserva casi 20 pinturas del maestro paulista, las cuales presentan la tónica bucólica de los típicos paisajes campestres de la región y reflejan el encanto de la capital departamental, adolescente y poética, en la primera parte del Siglo XX.
Después, el circuito encara hacia la Catedral Inmaculada Concepción. Allí descansan algunas de las mejores creaciones de Don Fernando, como son los inmensos murales del Sagrado Corazón de Jesús y de María Auxiliadora (al fondo de los cruceros, a los costados del pulpito donde el cura imparte la misa).
Hay que ver los detalles pictóricos para comprender la mano mágica de su autor. Pincel glorioso el que cargaba, sin dudas inspirado por una devoción religiosa inquebrantable.
Aquello también se nota en los fondos de las naves centrales, con los frescos del bautismo de Jesús en el río Jordán y el de Santa Goretti y fundamentalmente en la cúpula del templo, tan celestial, tan soberbia en sus dorados y evocaciones bíblicas.
Otra iglesia local que habla de la herencia del pintor es la Parroquia Santísima Trinidad (General Paz casi bulevar Vélez Sarsfield).
En el interior, los muros no presentan la majestuosidad de los de la Catedral, pero cobijan similares embrujos, ayudados por esa técnica llamada “al temple” (utilización de tintes naturales y claras de huevo), que mucho gustaba a quien falleciera en Villa María en 1962.
Su casa, el cine y “La Alhambra”
La posta siguiente bien podría ser la que fuera residencia de Bonfiglioli.
Una casa anciana ubicada en calle Mendoza (sobre la mano izquierda, entre 25 de Mayo y Carlos Pellegrini), que aún conserva el aura del hijo pródigo de la ciudad, y unos sutiles trazos nacidos de su derecha danzarina, que se aprecian sobre los ventanales.
Notables son los frescos que respiran en lo que ayer fuera el CineSud (y antes de eso el Cine Opera), hoy sede de un negocio de venta de artículos para el hogar.
Hay que dejar de lado los televisores y el resto del aparataje electrónico y concentrarse en los techos y así revivir los tiempos viejos, los de las tardes de películas antecedidas por esas pinturas oníricas, de viajes al paraíso, al campo gaucho, al medioevo, al antiguo Egipto, a las nubes, a lo que ya no existe.
Finalmente, el desenlace viene a convidar con la sede de la Asociación Española (avenida Mitre 82, pegado al Concejo Deliberante).
Compartiendo hábitat con las oficinas de la entidad “gallega” y el Bingo, se despliegan las maravillas de aires nazaríes que Bonfiglioli supo esbozar en la decoración del excine Alhambra (1935).
Un portento del arte islámico que evoca la magna figura del Palacio de la Alhambra (Granada, España) y la sabia del imperio de Al-Andaluz.
A las bellezas las restauró hace algunos años atrás el arquitecto local Hugo Las Heras (igual que las de la catedral y el CineSud), como para que la aureola del gran Fernando se eternice en las espumas del tiempo.