Un escritor es joven hasta los 35 años. Al menos así se lo considera en concursos y antologías. “Poesía joven cordobesa: una selección de autores provinciales nacidos hasta 1980” podría rezar el título de una recopilación tentativa y acaso necesaria. En contrapartida a este “capricho etario”, un escritor es “maduro” cuando sobrepasa los 50. ¿Qué queda, entonces, para la generación intermedia? ¿En qué clasificación temporal van a parar esos autores entre los 35 y los 50 que, habiendo perdido el título de jóvenes, aún no han alcanzado el de “maduros”? Sin embargo, y contra todos los pronósticos, ese pelotón ni joven ni viejo que vive en una suerte de “purgatorio literario”, goza de fabulosa salud en nuestra ciudad. “Demasiado viejo para el rock and roll demasiado joven para morir”, rezaba una vieja canción del grupo inglés Jethro Tull. Y ese podría ser el título etario de esta zafra. No exagero al afirmar (pero es el humilde punto de vista de este periodista) que esta “generación in progress” es, por lejos, la mejor carta de presentación de la poesía villamariense en la actualidad y una de las más intensas del país. Efectivamente, pocas ciudades argentinas pueden ostentar en su staff a cuatro mosqueteros de la pluma (o del pendrive, para estar acordes al tercer milenio) como Carina Sedevich, Fabián Clementi, Marcelo Dughetti y Silvina Mercadal. Y hablo no sólo por calidad literaria intrínseca de cada uno, sino por la importancia cada vez mayor de estos autores en la poesía nacional. ¿Por qué cuatro y no 20 o 140, se preguntará el suspicaz lector? Porque siempre imaginé (y acá el periodista se vuelve “hincha”) una competencia poética entre ciudades del mundo con el mismo formato de la Copa Davis. Y en tenis, sacar cuatro jugadores de alta competencia es haber sacado “al tenis de un país”. En este sentido, Villa María puede enorgullecerse de haber dado a luz a un “país entero de las letras”, a una generación de la que se hablará en Córdoba y en el país durante muchos años más.
Carina Sedevich o la imposibilidad de algunas comuniones
Nacida en 1972 en Santa Fe, Carina Sedevich vive en la ciudad desde su infancia. Su primer libro, la violencia de los nombres, fue publicado en 1998 por Ediciones Fe de Ratas (Santa Fe). Le siguieron en 2000 cosas dentro de otra cosa y Nosotros No, ambos por Lítote Ediciones (Santa Fe) y, cosa curiosa, desde ese entonces la autora tardaría 12 años en volver a publicar. La vida familiar, su trabajo en la universidad, las mudanzas, la habían alejado de la palestra pública. A una poesía de admirable síntesis, heredera directa de la poesía china y los versos de Alejandra Pizarnik pero (y sobre todo) de una temática y textura sumamente originales, Sedevich iniciará un camino poético en busca de la “comunión perdida” no sólo con la pareja, sino con la sociedad humana en su conjunto; acaso para entender mejor que esa “unión libre” le ha sido vedada a su más profunda ontología. Así, en 2012 y con la aparición de Como segando un camino oscuro (llantodemudo ediciones, Córdoba) la autora seguirá ahondando en esa veta de escisión, pero esta vez mediante largos versos fluidos y coloquiales, alcanzando una “depurada oralidad escrita” si se perdona el oxímoron. En esa misma línea llegará Incombustible (2013) y Escribió Dickinson (2014), ambos por la prestigiosa Alción Editora (Córdoba). Esta “trilogía del siglo XXI” le ha valido a su autora publicaciones en Chile y España como también una invitación a leer en el Festival Internacional de Poesía de Córdoba. El texto que sigue pertenece a su último poemario y habla de un final, pero también de un renacimiento.
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Me llamaste para decirme que ya no te escriba
que estás formando una familia
que querés tener un hijo
y que yo
con mis provocaciones
no hago otra cosa que
complicarlo todo.
Yo perdí dos hijos tuyos:
uno en febrero, para nacer en agosto,
otro en agosto, para nacer en febrero.
Es un día triste, pero
con una mano en el corazón,
los he tenido muchísimo
peores.
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Fabián Clementi o la búsqueda de un niño extraviado en el “court” de la vida
De nuestros cuatro mosqueteros, Fabián es el único “importado”. Con 10 años de ininterrumpida residencia villamariense, este exgladiador del “court” nació en San Francisco, en 1973, donde comenzó una meteórica carrera como tenista que le dio puntos ATP a nivel mundial. Hasta que a los 21 años y tras jugar varios torneos en Europa, decidió colgar algo más que la raqueta; acaso también un futuro plagado de exigencias y exitismo que no quería para sí. Por eso, cuando años después y tras enfebrecidas lectura se volcó a la literatura, el camino creativo de Fabián fue el mismo camino fluvial del salmón: remontar la corriente para llegar hasta el nido de huevos del pasado, hasta ese punto neurálgico donde su niñez se había escindido para siempre. Pero Fabián no usó la metáfora calamaresca, sino otra mejor: El salto del dorado. Publicado en 2010 tras Spectrorum (2009) y Refractario (2008) (todas por “ediciones llantodemudo” de Córdoba), su tercer poemario vino a probar que sólo se arriba a ese reino tras un salto de fe, es decir, tras un hecho poético. Esa búsqueda de su infancia lo hará enfocarse en el nacimiento de su hijo como una prolongación de sí y en las peripecias del núcleo familiar como una traspolación de su viejo hogar perdido. Y también se volverán tema literario. Pero el tenis nunca dejará de gravitar de manera esencial, volviéndose una atalaya desde donde mirar hacia los dos extremos del tiempo: la melancolía del pasado y la incertidumbre del futuro. Y es que desde hace 10 años, Fabián enseña este deporte en el Sport Club de nuestra ciudad. En 2013 llegaría su cuarto libro de poemas, Despojados de todo cielo; un opúsculo artesanal que sólo se consigue en algunas selectas bibliotecas de amigos. De ese tomo leemos un texto más que revelador.
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Me regalaron un raquetero nuevo
para que el otro, viejo y sucio,
quede olvidado en un rincón de la galería triste
en la que paseaba la esperanza
como un niño que juega en un lugar vacío
y al que han dejado solo.
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Silvina Mercadal o ese “milhojas semántico-existencial” llamado poema
Lejos de las poéticas del yo y de toda autorreferencia, la poesía de Silvina Mercadal es la más atípica de nuestros autores. Nacida en Córdoba en 1971, Silvina pasó su niñez y adolescencia en Villa María, luego se recibió de comunicadora en Córdoba, volvió a radicarse en la Villa, dio (y aún da) clases en la UNVM y hace muy poco ha vuelto a residir en su Docta natal. Su estilo, academicista y depurado, con versos cargados de varias capas de sentido, juego de palabras y asociaciones automáticas, es heredero directo de las vanguardias y las teorías literarias del siglo XX (surrealismo y estructuralismo sobre todo). Vale decir que en la poesía de Mercadal conviven sin molerse a golpes la “unión libre” de Andre Bretón con el bisturí semiótico de Michel Foucault, utilizado en este caso para crear y no para disecar. Mercadal ha publicado cuatro poemarios; Nupciario en 2007 (Editorial La Creciente), Acuario de la morsa en 2009 (caballo negro editora), Un bosque oriental en 2010 (Alción) y Las aventuras de la piña monstruo en 2013 (Dínamo Poético Editorial). En sus dos últimos trabajos hay un guiño a la poesía china y a la creación como máxima experiencia lúdica. Leemos, muy a propósito, este texto de su “bosque”.
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Era la tarde, los gavilanes
en ávida gavilla
bajan al bosque
y tanto escarban.
… encuentro algo que no busco
otra cosa busco y no encuentro…
Tanto da topar como no, errar
porque es incierto, siempre
sucede como desacierto.
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Marcelo Dughetti o la insoportable levedad del no ser
Nacido en 1970 en la ciudad, Marcelo es el escritor más prolífico de esta generación. La joroba de bronce (Imago-Mundi, Córdoba 2003), Donde cayó esta muerta (Narvaja Editores, Córdoba 2003 y premio provincial Glauce Baldovin), El monte de los árboles sogueros (Recovecos, Córdoba 2007), Los caballos de Isabel (Recovecos, 2009), Hospital (Cartografías, Río Cuarto, 2012), Los perros del loco Torriglia (Pan Comido, Córdoba, 2010), Sioux (Pan Comido, 2013) y Fui a cuidar los árboles (llantodemudo, 2014) conforman su universo hasta ahora editado. De una lírica de fabulosa factura poética y simbólica (su primer libro), Dughetti pasa a escribir su inquietante “monte soguero”. Allí, el existencialismo y su pregunta filosófica acerca del suicidio atraviesan sus versos y su existencia toda, dictando un pulso de campana fúnebre a sus versos. Pero en sus poemarios siguientes habrá otro cambio. Y tendrá lugar la imaginación conceptual por sobre la quieta desesperación filosófica. Y en esa nueva etapa, la cumbre es Sioux; un universo que a pesar de su fantasía pareciera haber sido “vivido en otra vida”. Fiel al vaivén hegeliano, el último poemario de Marcelo es una síntesis de sus etapas anteriores y a la vez una superación. Acaso Fui a cuidar los árboles sea mucho más que una moderna cristalización de sus temas y su estilo para alcanzar el fabuloso estadío de un renacimiento temático y conceptual: la familia, la fugacidad de la vida o el para qué escribimos, son algunos de sus nuevos-viejos temas. De ese trabajo leemos este poema.
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Yo
como aquel pintor de la luz sobre los membrillos
busco en miserable condición
el patio de la casa
donde molía mis versos rumiando
la partitura de una sinfonía clara,
no dije bella
sólo clara, prolija, limpia de terrores,
como un trozo de madera recién lijado.
si hubiera un camino donde los árboles se hacen comunión con el viento
y dejan pasar esos rumores de animales perseguidos
no estaría tan solo, ni tan perdido
quizás ni escribir fuera necesario.
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Iván Wielikosielek