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23 de Febrero de 2015
Los lectores también escriben II
"¡Gracias por el silencio!"
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¡Gracias, señora presidenta, por regalarnos el silencio!
Es posible que usted desconozca su valor, de lo contrario no se desprendería de algo tan preciado.
¡Porque el silencio es mágico! 
¡Porque el silencio habla!
Porque el silencio nos dice cosas que enriquecen nuestro espíritu, si sabemos escucharlo.
Sólo vociferan y gritan aquellos que, a falta de verdades, necesitan levantar la voz, para ser oídos.
Truenan y aturden las bombas, los cañones y las armas en guerras inútiles, sembrando muerte y dolor.
Mientras, silentemente, la naturaleza cumple su ciclo. Y así, árboles, flores, pájaros... todo lo que ella nos brinda se reproduce sin estridencias.
Viven el silencio... 
Sólo lo rompen para susurrar: susurran los ríos, los mares... susurran los árboles que, convertidas sus ramas en cuerdas, cual instrumento musical, son templadas por el viento.
¡Qué hermoso es el silencio! ¡Qué generoso! Porque también nos regala la posibilidad de escuchar y escucharnos.
¿Será por eso que, a veces, no deseamos el silencio, para no oír lo que nos dicen? Porque no siempre su mensaje es bueno. A veces pega fuerte.
Los ojitos de un niño desnutrido, mirándonos suplicante, nos transmite un mensaje que él nunca podrá decirnos, porque el silencio del cual no se vuelve callará su boca.
Sólo dos ojitos. Sólo dos pueden hablarnos por todos los niños del mundo, muertos por el hambre, las guerras y las injusticias.
Yo, mirando los de Néstor, el niño argentino, traté de leer en ellos. Y sólo encontré una pregunta. Una pregunta lacerante que penetró mi corazón: ¿por qué?
Un “por qué” reiterado indefinidamente, en cada niño muerto, en las mismas circunstancia que él.
¿Miró usted esos ojitos, señora presidenta?
¿Los miramos todos, para luego replegarnos y recapacitar, en nuestro propio silencio?  
Cada uno tendrá su propia respuesta.
El Divino Maestro hizo calladamente el camino del Calvario. Y cuando abrió sus labios pidió el perdón para aquellos que lo laceraron y lo llevaron a la muerte.
¿Seremos capaces nosotros también de tener la grandeza y la humildad, emulando a Jesús, de decir ‘Padre, perdónanos porque no supimos ver nuestros errores. Padre, perdónanos por no tener la fuerza, la voluntad y la modestia para reconocerlos y revertirlos’?
Sólo si hacemos silencio, escucharemos al prójimo reclamando nuestra ayuda. 
Por eso, señora presidenta, nuevamente: gracias por regalarnos el silencio.
 
Susana Isabel Pasquali
Afiliada al Partido Demócrata Cristiano


 

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