Una mujer hace una lista en un cuaderno tamaño oficio. Escribe con lápiz. Agrega, remarca, vuelve a agregar. La lista se extiende.

La llovizna es persistente en la región, pero en Idiazábal parece más intensa. Obliga a acelerar el limpiaparabrisas. Es más pesada. Los que caminan la sufren como a una lluvia torrencial. Lentos.

Una cargamento con mercadería, carne, pan y alimentos no perecederos son descargados en un bar comedor. Los pañales y los artículos de limpieza justo enfrente, en la exestación de ferrocarril, hoy centro de operaciones de Defensa Civil, hasta el martes Casa de la Cultura y Guardería Municipal. Allí, un puñado de voluntarios y voluntarias trabajan junto a los Bomberos de toda la Regional 2.

El jefe del Cuerpo bomberil de Ordóñez, Germán Giorda, es preciso. “Anoche había bajado, pero esta mañana nos dimos con medio metro más”.

La referencia se marca en que el agua llegó durante la tarde del miércoles a cubrir la avenida San Martín, la vía que corre paralela a las vías del ferrocarril (y a la ruta provincial 6). Ayer, el agua traspasó el tendido férreo y la ruta hasta invadir el sector sur de la localidad, donde residen pocas familias, aunque dos de ellas debieron ser evacuadas.

 

Se llevó todo

“Sí, teníamos que venir a trabajar, pero a las 5 ya era mucha el agua. Entraba y entraba y a las 9 tuvimos que dejar todo. En todas las casas entraba el agua”, relató Nancy Abbonizio, una maestra de la Guardería Municipal que confeccionaba la lista de evacuados y autoevacuados, ayer, en la misma galería de la exestación.

La vecina explicó que “donde no ingresaba por las puertas, brotaba por las piletas de desagüe del baño, de las paredes...”. Su vivienda está ubicada sobre calle Rioja, a una cuadra de la avenida San Martín, la que podría identificarse como la de mayor tránsito de la localidad. Nancy es una de quienes volvieron a su casa a buscar algunas pertenencias y se encontraron “con lo peor... El agua se llevó todo, todo. Ni la ropa del ropero se salvó”. Llora.

 

Bronca e impotencia

Ana María Olmos trabaja en el mismo edificio que Nancy, donde es coordinadora de Cultura y encargada del Registro Civil. “Seremos los que tenemos que cerrar la puerta”, ironizó. Mantiene el humor, a pesar de la mirada empañada de tristeza.

Junto a otra mujer rodean la mesa de anotaciones. Un par de jóvenes frota las espaldas. Las lágrimas invaden los ojos de Nancy. Incontenibles, como el agua que avanza con una fuerza extraordinaria sobre la población. Hay bronca, impotencia. Ganas de gritar que ni el agua las va a sacar de su lugar.

La ayuda llega. Adentro los bomberos y bomberas trabajan a destajo para que ningún imprevisto suceda. En otra habitación un par de mujeres mayores le ponen garra y cariño al menú. Un sándwich de milanesa lleva sus improntas y la porción justa que necesitan esos voluntarios. Ellas lo saben.

 

Sin inconvenientes

Más acá, el jefe de Zona 2 de la Departamental Unión, comisario inspector Fabián Pereyra, a cargo del operativo, asegura que no hubo hechos de robo, hurto ni vandalismo en el marco de la inundación y espera que sigan así, sin esos inconvenientes.

La ayuda llega otra vez. Además de comestibles y artículos de limpieza, llega ropa seca y colchones. Más allá, en la Terminal de Omnibus, las escenas se repiten. Hay voluntarios que caminan de un lado a otro. Son apenas poco menos de 500 metros. Otros van y vienen. Describen que las aguas pasan por arriba de las vías. Es llamativo. Crecimos con la idea de que los ingleses hicieron bien esa obra. Nunca vimos lo contrario. Las aguas corren con fuerza y a su paso todo se convierte en increíble.