Habla rápido y mucho, mirando a los ojos, moviendo las manos, como quien quiere ensanchar las palabras con gestos.
Tiene ideas claras, convicciones fuertes, y un tonito caribe que se pone a bailar sabroso con cada frase. Miguel Carvajal se llama, es venezolano, tiene 46 años y radica en Villa María desde hace 12. Aquí compró un reconocido resto-bar ubicado en bulevar Vélez Sarsfield. Entre una cosa y otra, una llamada, un recado a la moza, un saludo al que viene a traer mercadería, convida café.
Ya acomodado, cuenta de un emprendimiento ecológico, negocios que tienen que ver con la energía renovable y en los que ya trabaja. No para, y al descuido está analizando la economía local, que 2015 será muy bueno, que los chinos van a traer plata e inversiones y hay que aprovechar.
A cuento viene el tema de su querida Venezuela, y entonces se explaya más: “Mi país pasó de ser un lugar donde tenías acceso a todo y a muchas posibilidades, a tener que hacer cola para comprar los productos básicos. Es una nación que se cerró al mundo y por eso sufre las consecuencias actuales”, opina Miguel, y a renglón seguido dice que “si en un futuro cercano los venezolanos decidimos cambiar de rumbo, nos va a llevar por lo menos 30 años recuperarnos del desastre que han hecho. Hemos retrocedido de una forma terrible”.
Con todo, este especialista en Desarrollo de Mercado (carrera que estudió en su Caracas natal) también se acuerda “de las cosas lindas”, que tiene su tierra: “Venezuela es un país hermoso, de clima privilegiado, playas, paisajes bonitos y sobre todo gente buena. Mis compatriotas son muy simpáticos y abiertos, bastante más que acá. Tampoco estoy diciendo que los argentinos no lo sean, al contrario. Pero allá es diferente. No sé si será por el clima, por el mar, por el Caribe… tenemos otra manera de afrontar los dramas de la vida”.
De Estados Unidos al corazón del país
Miguel abandonó Venezuela siendo muy joven, a los 23. Su primer destino fue Estados Unidos: “Ahí me recorrí todo, de norte a sur, trabajando 16 horas por día; a la mañana en una empresa, haciendo lo mío, y a la noche en un restaurante, sirviendo mesas, lavando copas, de todo. Eso me permitía tener un buen nivel de vida y ahorrar. Pero después la economía se estancó un poco y con mi mujer decidimos venirnos para acá”, recuerda.
Su esposa se llama Alexandra, quien, aunque nació en el país del norte, fue criada en Villa María. Con ella tuvo a los pequeños Maia (9) y Constantino (5), y con ella emprendió la aventura del resto-bar: “Igual no es fácil emprender cosas. Todos los países latinoamericanos tenemos esto, la burocracia, las trabas por doquier… debería ser más sencillo. Los gobernantes tendrían que ser más flexibles y los bancos más sueltos para dar créditos. Esa es la forma de avanzar”, considera Miguel.
Pero como buen caribeño, el emprendedor también destaca lo bueno de la realidad actual, y habla de la necesidad de motivar a la población “de movernos a otro ritmo, de laburar más, de generar proyectos y trabajo, que no nos den las cosas gratis, porque así la gente se mal acostumbra. Latinoamérica tiene posibilidades infinitas, sobre todo en un país tan rico como Argentina y en una ciudad de las características de Villa María”, señala.
Para el final, Miguel se guarda unas flores para nuestra ciudad: “Es un sitio muy bonito, de personas amables y ambiente seguro, a pesar de que en los últimos 10 años eso ha cambiado un poco. Creo que es un lugar ideal para disfrutar viendo a mis hijos crecer”.