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1 de Marzo de 2015
Chalé Scopinaro
La restauración de un gigante
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Construido entre 1930 y 1934, fue el monumental regalo de bodas del empresario Juan Minetti a su hija María, casada con un médico local. Pero el doctor Arturo Scopinaro moriría cuatro años después en un trágico accidente. Desde entonces, el inmueble correría un destino azaroso: residencia familiar, salón de fiestas y hotel con un denominador común: el fracaso comercial y su deterioro. Sin embargo, eso cambió en agosto del año pasado, cuando el empresario local Osvaldo Gascón (creador de  “Kabranca” y “L'Spoir”) empezó las tan ansiadas refacciones. Su idea: poner a funcionar en el próximo mes de abril un café-restó. Será una oportunidad para conocer una de las mansiones más fascinantes de la ciudad, un ícono del patrimonio villamariense y joya arquitectónica del país




Durante más de medio siglo, “la casa” ambientó pesadillas. Primero fueron los chicos, que vieron en su fachada majestuosa y derruida el correlato más cercano de las películas de terror; una “hermana” de aquellas arquitecturas europeas donde, bajo la bruma y el abandono, tenían lugar hechos escalofriantes. A tal punto que “Amityville”, la “Casa Usher”, la residencia de los Marstens en “La hora del vampiro” o el castillo de “Drácula”, parecían diseñadas por el mismo hacedor que el chalé. Pero después fueron los grandes quienes, al pasar ante el gigante arruinado, veían en su frente (tan parecido al melancólico dibujo de un rostro) las consecuencias de una familia devastada en el 38, lo “maldito” que parecía sobrevolar aquel inmueble donde nadie duraba demasiado y (sobre todo) lo difícil que era mantener el lujo europeo en una pequeña ciudad sudamericana. Las mansiones de las películas de terror y las fabulosas arquitecturas en ruinas siempre tuvieron un denominador común: la desgracia de la clase noble que las construyó. Y en este sentido, la “Amityville” local no fue la excepción. Así estaban las cosas hasta que, por primera vez en más de treinta años, alguien tuvo un proyecto luminoso para con “el gigante melancólico”. Pero dejemos que sea el propio Osvaldo Gascón, padre de la criatura que despierta, quien cuente la génesis del proyecto.
“Estuve siete años tratando de alquilar el chalé. Hablé con los herederos y la familia Berlanga pero siempre me decían que no, que de momento la propiedad no estaba en alquiler. Pero yo les decía que iba a tener paciencia como en los 80 cuando armé “L’ Spoir” (actual “Café Argentino”) y tuve que esperar años, incluso hasta que se fuera el Banco Sudecor. Pero no podía dejar de pensar en todo lo que haría si lo alquilaba, porque este chalé me fascinó de chico”.
 
-¿Siempre soñaste con poner un restobar?
-Sí, porque no hay ninguno de estas características en toda la ciudad, uno que tenga servicio de bar y restó, que esté siempre abierto y que funcione en una casona antigua que además es parte del patrimonio. Mucho menos que tenga todo el espacio que tiene el chalé por dentro y por fuera: dos pisos, dos escaleras, dos balcones, terraza y porche. Pero pasá y miralo vos...
Y entonces Osvaldo, como el antiguo mayordomo de una casa señorial y abandonada que la presenta a un nuevo y vacilante inquilino, me conduce a su interior. Y así ingresamos al amplio living de parqué con sillones de madera secular como en las viejas abadías y 65 sillas de bar retapizadas. Y a medida que nos adentramos al coloso, la ciudad aparece y desaparece en fugaces postales: son las ventanas enmarcadas por vitrauxs con losanges morados. Luego pasamos a una sala alfombrada donde duermen lámparas y arañas dignas del palacio de invierno de los zares. “Todo bronce puro traído de Europa” dice mi guía, que acto seguido me muestra la cocina, el lugar en donde con más esmero trabajan los obreros. Luego subimos la escalera chirriante, nevada por una fina capa de polvillo de los albañiles y las décadas. “Todo está original como hace 80 años, la madera del pasamanos, la mampostería, las puertas de pinotea inglesa… Cuando hicieron el chalé trajeron obreros europeos para colocar todo lo que ves. Pero faltaba mantenimiento. A este lugar no se le hizo nada en los últimos tiempos y nosotros lo vamos a arreglar en un cuarenta por ciento. Ya hicimos muchas cosas que no se ven, como los desagües y canaletas. También cambiamos los cables que eran de tela y ahora hay que poner alarmas y detectores de humo por todos lados, como lo pide la ordenanza municipal”. Subimos un piso más, y al ver la amplitud del lugar, el hombre me confiesa que ha retirado las puertas para “abrir los ambientes”, que las ha numerado y clasificado en el sótano y que acaso esa sea la única “herejía” cometida en una arquitectura pensada como una gran caja de espacios cerrados. Pero Osvaldo no ha tocado otra cosa ni interferido en el material, respetando el diseño en un ciento por ciento; algo que luego me confirmará con suma precisión técnica el arquitecto Hugo Las Heras, actual director de Patrimonio.
Una vez en el primer piso todas las líneas conducen al balcón. Allí, las columnas y barandas hacen pensar en el mirador de algún Versalles perdido, en Romeos y Julietas de los años 40 jurándose amor eterno en la intersección cósmica de San Juan y Lisandro de la Torre. “En este espacio van a entrar, por lo menos, cuatro mesas”, me dice el hombre. Y entonces aprovecho para preguntarle por la capacidad del inmueble. “Va a albergar unas 250 personas distribuidas en 50 mesas; 15 en la planta baja, 15 en este piso y 15 en el deck más 5 en el segundo piso que será una especie de reservado”. Entonces subimos a la famosa segunda planta y Gascón me la describe tal como se la imagina en dos meses. “Va a ser el sitio más selecto y atípico. Tendrá una barra vanguardista de hierros oxidados con banquetas de metal y habrá tragos y música. Va a ser un lugar distinto para romper con lo clásico de toda la casa a nivel decorativo y ambiental, pero no vamos a tocar nada de la estructura”. Un piso más y llegamos a la buhardilla. Estamos en ese ambiente triangular bajo el tejado de madera cuando, como en una obra de teatro, hace su entrada el arquitecto Hugo Las Heras y nos saluda. Acto seguido, habla de lo que él considera una restauración ideal.
 
Patrimonio rigurosamente conservado
“Es muy difícil encontrar, hoy por hoy, una restauración tan respetuosa del lugar como la que está haciendo Osvaldo con (el arquitecto) Lucas Daher. Lo primero que hizo Osvaldo apenas alquiló fue venir a verme y decirme que no iban a romper nada. Y así lo hizo, porque la fachada fue respetada en su totalidad y se está limpiando a fondo con hidrolavadoras. Se remplazaron las tejas rotas por originales; y el parqué, los pisos de madera, las lámparas y la carpintería se conservaron intactas. Las maderas del interior del techo fueron remplazadas por otras, pintadas con barniz antincendio. Esto es un fabuloso favor que Osvaldo le hace al Patrimonio de Villa María, no sólo porque está restaurando con su propio capital una propiedad que no es suya, sino que está asumiendo un riesgo económico en una casa que es emblemática de la ciudad. Desde Patrimonio quisiéramos que su trabajo sea un ejemplo para las futuras intervenciones en las casas antiguas”.
Le pido a Hugo unas palabras sobre el nuevo “señor del chalé” y así me lo define. “Osvaldo es un empresario y un aventurero, pero a veces pienso que es más un aventurero que un empresario. Fue el inventor de “Kabranca” en épocas en que no había un megaboliche en la ciudad y creó “L’ Spoir”, que se convirtió en lo que aún es: el bar más concurrido de Villa María. Por eso quiero que le vaya muy bien en este emprendimiento, porque lo está haciendo todo a pulmón”.
Respecto a la importancia patrimonial del chalé, Hugo no tiene dudas: “Se trata de la casa privada más importante y bella de la ciudad. Si queremos comparar este chalé con algún otro inmueble de la Villa, nos tenemos que remitir al Palace Hotel. No hay otra obra de semejante complejidad y categoría. El diseño es de un arquitecto francés y los planos fueron comprados por Minetti en el 30. En Argentina, hay solamente tres chaleses con este diseño. Uno está en Mar del Plata, el otro en Buenos Aires y al tercero lo tenemos acá. La construcción estuvo a cargo de la empresa de Dante Ortolani, el mismo que levantó el colegio y la capilla del San Antonio en el 26 y que años más tarde restauró la Catedral. Esta casa, con sus mamposterías y carpinterías traídas de Europa, es una joya arquitectónica no sólo de nuestra ciudad, sino del país. Y ahora, con un bar fabuloso, esa joya va a poder ser visitada por todos”. A lo que Osvaldo agrega, casi automáticamente, que “los precios de consumición no serán privativos. Tomarte un café acá te va a salir lo mismo que en cualquier bar de la ciudad. No quiero que los precios sean un impedimento para venir, más bien todo lo contrario”.
La última pregunta que tengo para Osvaldo es sobre la magnitud recurrente de sus proyectos. “¿Vos te preguntás por qué pienso tan a lo grande? Quizás sea ambicioso porque mido un metro sesenta y cuatro (risas)… Fuera de broma, creo que para que un negocio funcione y le puedas pagar un buen sueldo a los que trabajan para vos, es necesario una buena recaudación. Esa fue siempre mi idea como empresario. Si yo tuviera que poner un bar de cuatro o cinco mesas, no lo haría. Te juro que me encantan muchos bares chiquitos así, pero sé que no son para mí”. 
Los obreros pasan con bolsas de cemento, tarros de enduido, espátulas y cucharas; suben y bajan las escaleras de servicio, colocan cerámicos en la cocina, lavan la fachada con el duro impacto de la hidrolavadora o pintan las sillas a soplete. Y es (me imagino) como si por primera vez en varios lustros alguien se hubiera imaginado un destino luminoso para esta “Amityville” del Ctalamochita; como si alguien cambiara un destino de “horror house” por otro de “home sweet home”. Y sobre todo, siento como si además de restaurarla, Osvaldo la estuviera exorcizando, sacando fuera de sus muros los demonios de un matrimonio trágico; cambiando un oscuro presente de ruina por ese chalé normando que alguna vez imaginó un arquitecto francés, acaso soñándolo a orillas del Sena amaneciente.
 
Iván Wielikosielek


Las fotografías

1) El Chalé Scopinaro, ícono del patrimonio villamariense y joya arquitectónica nacional

2) Osvaldo Gascón y Hugo Las Heras y un café en el porche

3) Limpiando la fachada con la hidrolavadora

4) La Villa desde los vitraux del segundo piso

5) Arcadas del segundo piso

6) Escaleras del chalé

7) Vista del salón principal

8) Salón


 

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