Hace pocos días y a raíz de un proyecto de “notas deportivas retro” que propuse a este matutino, quise entrevistar a una basquetbolista legendaria de mi pueblo: Hilda Moreno de Ferreyra. Pero en Ballesteros las noticias que recabé sobre la “Uma” no eran nada buenas. Algunos me dijeron que estaba muy grave e, incluso, que había muerto. Por suerte, hubo quienes retrucaron esta versión diciendo que la occisa era “otra señora Ferreyra” y que Hilda estaba internada en un geriátrico villamariense, pero “muy perdida”.
A esto lo corroboré un domingo, al hablar por teléfono con un sobrino suyo. Tiempo atrás, había tenido la oportunidad de entrevistar a Hilda. Fue en mayo de 2001 para la revista “Aquí Vivimos Villa María”, donde bajo el título “La dama de la naranja”, Hilda tuvo la tapa de la edición. Por suerte, pude conservar en mi archivo un ejemplar de aquella publicación.
Fue la primera cordobesa en jugar un torneo oficial con la selección nacional y tuvo una tremenda tarea como formadora de mujeres deportistas en el lejano sudeste. En su “Docta” natal se consagró campeona con Central Córdoba, Belgrano y la Yuma, pero a los 27 años se radicó en Ballesteros, donde fue el estandarte de Asociación Biblioteca y Gimnasia, el equipo que movilizó al pueblo consiguiendo dos subcampeonatos provinciales (1968 y 1969).
No exagero al decir que su arribo a Ballesteros en los años 60 fue proporcional a que si hoy hubiera llegado “Manu” Ginóbili para defender los colores del pueblo. Sin embargo, toda su jerarquía no alcanzó para que Gimnasia saliera campeón provincial; en cambio, sobró para que aquel equipo se convirtiera en uno de los picos máximos del deporte ballesterense y del básquet del interior en toda su historia.
La dama de la naranja (mayo de 2001)
En su casa ballesterense del barrio obrero de San José no hay una sola foto de básquet o de su pasado deportivo. Y nadie que pase al living podrá decir que allí vive una de las grandes glorias del deporte cordobés. Tan solo la verán sufriendo cada vez juega Atenas, pero nada más. Hilda se sube a la bicicleta de siempre y con ella va “al centro” a hacer las compras o pasa las tardes enteras en compañía de su nieta Mayra. Pero quienes la vieron jugar, quienes sintieron taquicardia en aquellas noches de básquet a finales de los 60, jamás verán en ella a una señora introvertida que vive con una sencillez tremenda en un barrio alejado.
-Entonces, Hilda, ¿cómo fue tu debut en el equipo del pueblo?
-Fue en un torneo que se jugó en Villa María. Yo todavía no me había venido a vivir a Ballesteros, pero sí Mario, que por ese entonces era mi novio. El jugaba al fútbol en el pueblo y cuando se enteró que Gimnasia entraba en el campeonato, les avisó que les conseguiría “un refuerzo”. Así que me entrené en Córdoba. Recién conocí a mis compañeras dentro de la cancha y no sabía cómo jugaban ni quiénes eran. Y llegamos a la final. Nos tocó con San Vicente, de Bell Ville, con quien había una pica bárbara, según las chicas; aunque las de Bell Ville ganaban mucho más seguido. Ese día ganamos la final y al poco tiempo me instalé con Mario en el pueblo; nos casamos y acá estamos hasta el día de hoy.
-¿Cómo te acordás de aquel equipo de Gimnasia?
-Era un equipo extraordinario. Siempre digo que las chicas de Ballesteros fueron unas privilegiadas porque sin ver básquet como yo, que me tocó jugar y vivir en Córdoba, estaban a la altura de cualquier equipo de la capital. Y yo me preguntaba cómo habían aprendido todo lo que sabían. Y en el equipo la teníamos a Nelita Páez, que metía todo desde las puntas; era como un Marcelo Farías versión mujer de esa época. Y también teníamos a Nelly Bertello, que era muy viva, y Ana Fistanic, una rebotera como pocas vi en Córdoba; Ana tenía una garra impresionante. Y abajo jugaban las hermanas Gómez, que eran el refuerzo de San Vicente cuando entramos al “Preparación”. Y también estaba yo, que tenía mucha experiencia y me sabía todas las mañas de Córdoba.
-¿Cuáles eran tus características como jugadora?
-Técnicamente, mi principal virtud era amagar y entrar en bandeja, pero también tenía buen tiro de media y larga distancia. Pero creo que lo principal en mí era mi tremendo amor propio. Jamás daba nada por perdido. Una vez estábamos jugando en Oliva y empezamos perdiendo 16 a 9. En esa época donde se hacían pocos puntos, eso era una catástrofe. Y me acuerdo de una compañera mía, Alicia Aquiles, que me decía “¡Ay, Hilda! ¡¿Cuántos nos van a hacer hoy?!”. Y yo le decía “no te hagás problemas, Alicia, vas a ver que lo vamos a ganar”. Y cuando terminó el partido y efectivamente ganamos, Alicia me decía emocionada “¡no lo puedo creer, Hilda, yo pensaba que vos estabas loca!”... (risas).
-¿Cómo reaccionó el pueblo cuando entraron al “Preparación” de Córdoba?
-Estaba muy movilizado. Imaginate que cada vez que íbamos a jugar a Córdoba, salían dos colectivos de Ballesteros; uno con las jugadoras y los familiares o los novios y otro lleno de hinchas. Además, siempre iban 15, 20, 25 autos. Por eso cada vez que jugábamos de visitantes en Córdoba estaban chochos, porque llevábamos más gente que los locales.
-¿Por qué llegaron a participar de ese torneo?
-Porque habíamos ganado en Villa María, Bell Ville, La Carlota, Río Tercero, Río Cuarto, Oliva, Rosario, Santa Fe, Paraná y ya no teníamos más rivales. Me acuerdo de que Oliva organizó una copa Challenger, que te la daban si salías campeón tres veces seguidas. Nosotras la ganamos dos veces consecutivas y al tercer año, nos mandaron directamente la copa a Ballesteros. Decían que si entrábamos de nuevo, ningún otro equipo quería participar. Así que en la Asociación Cordobesa nos aceptaron con la condición de que nos pagáramos los viajes propios y les pagáramos el viaje a los equipos que nos visitaban. No era negocio para el club, pero Gimnasia estaba siempre lleno. La gente se trepaba a la tapia o arriba de los árboles.
De selección
-Además de integrar varios equipos de Córdoba, te convocaron para la selección argentina.
-Después de jugar varios campeonatos argentinos para Córdoba, me llega la convocatoria a la Asociación Cordobesa. Allá me dijeron que sólo una vez habían convocado a una jugadora local, pero que no había quedado. Eso me acobardó un poco y al principio no quise ir porque pensé que las porteñas serían unas agrandadas y que lo que querían era hacer ir a las chicas del interior para que gasten plata y después rebotarlas. Pero la presidenta de la Asociación, Blanca Avendaño, me insistía: “Tenés que ir porque vas a quedar y yo te voy a acompañar”. Así que ella sacó los boletos y fuimos. Y las chicas de Buenos Aires se portaron tan bien conmigo que no lo podía creer. Al final quedé. De las 12 jugadoras, sólo tres éramos del interior; una de Santa Fe, una de Entre Ríos y yo, que fui la primera jugadora cordobesa. Me quedé 35 días entrenando en Buenos Aires y después fuimos a jugar el Sudamericano de 1962 a Paraguay.