En la médula del barrio General Paz de Villa María vive una señora parlanchina y entrañable a la que todos conocen como “Coty”, aunque su documento insista con Adelma Ludueña. Lo que pocos saben es que esta anciana de mirada lúcida y memoria prodigiosa es una heroína de pies a cabeza, así lo dicen el sentido común y la lengua castellana. Muy bien le sienta el rótulo, habiéndose convertido ella solita en una luz de esperanza en medio de las penumbras de la guerra de Malvinas. Entonces, desde su puesto de telefonista de ENTEL y a escondidas de la dictadura militar, hacía de nexo elemental entre los soldados que chasqueaban dientes en una islas perdidas del Atlántico Sur y unas familias que en nuestra región aguardaban impacientes las noticias que nunca llegaban. Salvo por las de la Coty, claro. Aquí, su historia.
La visita a Chubut, clave
La aventura comienza el 17 de marzo de 1981, cuando Conrado Ludueña, su sobrino, es enviado a “algún lugar del país” a hacer el servicio militar. Nadie sabía cuál era ese “algún lugar”, pues los militares tienen esas cosas. Pero Coty, tan escorpiana, se empecinó en saber. Y a riesgo de ligar quién sabe qué castigo, aprovechaba el teléfono (un lujo al que accedía durante las horas de trabajo) para hacer llamadas prohibidas. Gracias a ello, se enteró de que el familiar estaba en el Regimiento de Sarmiento, Chubut, junto con cantidad de otros villamarienses. Organizó un viaje hacia la estepa patagónica y partió, acompañada de los padres de los demás conscriptos. En Sarmiento se dio el gusto de abrazar a Conrado y, de paso, de dicharachera que es, nomás, hizo amistad con varios jefes de alto rango.
Después de eso, el vínculo fue constante. “Yo todos los sábados desde el trabajo me comunicaba con los chicos y los dejaba hablar gratis con sus familias. Muchos eran muy humildes y no podían acceder al teléfono. Hasta hacia de mediadora para que les llegaran paquetes con cosas y dinero. Se hizo una relación muy linda en medio de las penurias”, evoca.
Hasta que una mañana, el maldito 2 de abril de 1982, la radio empieza a contar que las tropas argentinas desembarcaban en Malvinas. Sí, la guerra. “¿Y el Conrado?¿Y los chicos de Villa María?” se preguntó la Coty. “En la calle la gente festejaba, pero yo sabía que aquello no iba a terminar bien. Estaba preocupadísima”, recuerda, y en su recuerdo andaba corriendo para llegar a la sede de ENTEL, en el Correo, y averiguar por la suerte de los suyos, que a esa altura eran un montón.
En plena batalla
Menos mal que tenía los contactos militares de Sarmiento. Empiezo a llamar y del otro lado le dijeron que sí, que efectivamente en cualquier momento los soldados de Villa María y la zona se iban para el archipiélago. A partir de entonces los días serían angustia y rezo. Y lucha, sobre todo lucha, con el tubo por espada, en la clandestinidad. Ella se enteró, probablemente mucho antes que cualquiera en nuestra ciudad, de las bajas, de los suplicios, de las tragedias de aquel combate infame.
Pero siempre hacía saber que “Pedrito sigue vivo, Juancito está bien, José anda sano y salvo en Puerto Argentino” a los que a lo largo y ancho del Departamento San Martín aguantaban los dolores de ausencia como podían. Ni hablar el día que sus fuentes en Sarmiento le avisaron del final del calvario. “Que manera de llamar ese día. Tenía 14 líneas conectadas permanentemente, de un lado los chicos, del otro los padres, novias, hermanos, tíos, abuelos... y en todas llantos, alegría; fue súper emocionante”, cuenta.
Se la jugó la Coty. Lo tenían muy claro los excombatientes villamarienses cuando la nombraron Madrina del Centro de Veteranos de Guerra de Malvinas local, en el mismo 1983 que lo fundaron. Y lo siguen teniendo en claro ahora, que la ayudan con los remedios, con los cuidados médicos, con la visita, que la llevan a tomar mate al río, a charlar y charlar. A seguir fortaleciendo, en fin, una relación de afecto, admiración y cariño inquebrantable.