El domingo 1 de septiembre de 1867 una locomotora entraba a Villa María -entonces estación Villa Nueva- dejando inaugurado el tramo del ramal que partiendo de Rosario llegaría a Córdoba.
Primer trazado ferroviario que se introducía en el interior profundo de la Patria.
Aquella máquina, recibida alborozadamente por sorprendidos pueblerinos que desde Villa Nueva habían cruzado el río para contemplar los prodigios de un nuevo tiempo, lucía en su frente dos banderas: la Argentina y la del Reino Unido de Gran Bretaña.
Villa María aún no tenía habitantes estables.
Entre la gente que daba la bienvenida, en silencio y apesadumbrados se encontraban extraños hombres con sus cabezas cubiertas, algunos con turbantes y otros con sombreros cónicos.
Unos eran hindúes, los otros eran vietnamitas. Habían sido desarraigados de sus patrias y traídos como mano de obra barata por la empresa británica que construyó el ferrocarril.
Y en estas latitudes sureñas se hicieron humus, cuando por esos días el cólera diezmó a los trabajadores que llegaron con el riel y a parte de la población villanovense.
Pasó el tiempo. El intenso traquetear de los trenes que traía y llevaba progreso comenzó a agonizar en el gélido invierno de 1955. Y murió en los fríos cálculos del neoliberalismo despiadado que en la década de los 90 estranguló al país.
Hoy, también desde el Este como aquel domingo de 1867, está asomando una nueva locomotora.
Se acerca con una sola bandera: la de la Patria amada, la de la Patria resucitada, la Argentina.
Viene cargada de esperanzas, repleta de anhelos. Viene anunciando las buenas nuevas de otro nuevo tiempo.
Llega empujada por hombres y mujeres artífices de su propio destino.
Es el tren de esta nueva historia que supimos conseguir.
Ya no tendrá regreso.
Rubén Rüedi