Veamos algunas cosas que no combinan con viajar: una membrana para pisos, un brontosaurio, una termoselladora, un tanque de guerra, un Randazzo. Bien, pues ninguna de ellas es más ajena al acto del moverse de aquí para allá, y por lo tanto del placer, que una sinusitis. Enfermedad que con su solo nombre remite a un flaco cara de ardilla, todo congestionado, que prueba los ravioles y en irritante vos nasal dice “esto no tiene gusto a nada”, cuando en realidad está comiendo telgopor con salsa.
Cualquiera que tenga más de 14 años y no sea modelo, tendrá el suficiente acervo de conocimiento como para saber más o menos lo que es una sinusitis: se trata de un trastorno de salud provocado por una inflamación en los senos paranasales, que a diferencia de lo que piensa el depravado del tío Enrique no son tetas en la nariz, sino cavidades de los huesos cercanos a las fosas nasales. Usualmente, dicha inflamación se concentra en la zona baja de la frente, junto a las cejas, y provoca no sólo cantidades industriales de moco, mucha tos y fiebre, sino también un dolor de cabeza que sería más adecuado para un oso grizzly que para un pobre infeliz de 65 kilos.
Dicho esto, queda bien en claro por qué la señorita sinusitis se lleva tan mal con viajar. O para ser más precisos, con el viajero, ese tipo que se creía muy saludable por comer ensaladitas y platos de camping cargados de carbohidratos y proteínas y que luego de que el doctor lo inspeccionara con cara de “este guaso está más chau que hola” y le diagnosticara la maldita infección, se plantea si no hubiera sido mejor quedarse en la casa viendo Los Simpsons con una botella de ginebra en la mano.