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15 de Marzo de 2015
DESTINOS/Bolivia/Santa Cruz
Impronta camba
La capital del Departamento Santa Cruz muestra rasgos bien distintos a los del resto del país altiplánico. La gente, la cultura, la arquitectura, todo es diferente en la cabecera oriental
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Escribe: Pepo Garay

ESPECIAL PARA EL DIARIO

Peculiar resulta echarle los pasos a Santa Cruz de la Sierra y saberse en Bolivia, aunque parezca otra cosa. Y es que la capital del Departamento de Santa Cruz presenta rasgos bien distintos al resto de las ciudades del país altiplánico. Poco se ve de aura indígena, con lo blancos que andan los paisanos, medio europeizada su cotidianeidad, casi nada de cholitas en trenzas mascando coca, más bien pitucas las señoras que salen de compras. Si hasta reniegan por estos lares, en el oriente boliviano, del rojo, el amarillo y el verde de la bandera nacional y los edificios públicos lucen estandartes verdes y blancos. Son los colores de la “Nación Camba”, una de las tantas subpatrias del mundo (País Vasco, Catalunya, Escocia, Tíbet, Quebec,  Baviera y un largo etcétera), que demandan una revisión de las fronteras, lo que se dice la independencia.  
Aquellas pintas de autonomía cultural brotan solitas en la visita al corazón de la urbe. La plaza 24 de Septiembre surge demasiado elegante, demasiado formal, demasiado acomodada para el prisma latinoamericano. Es contemplarle los destellos del suelo, las palmeras briosas, la sobriedad general que contagia el paso de los locales y no poder dejar de compararla con el colorido popular, descontracturado y bello de las explanadas de La Paz, de Cochabamba, de Potosí… más todavía cuando cada medianoche un camión lanza decenas de policías con cara de pocos amigos que con los ojos y los palos aseguran: “Los vagabundos, a otra parte”. 
Con todo, hay que reconocerle el encanto a la plaza. Fundamentalmente a partir de los regalos que la rodean, como la Catedral Metropolitana (un lujo envuelto en neoclásico), la Casa de la Cultura (muy de balcones y exhibiciones de arte), el Palacio Municipal y una serie de galerías que se expanden en casi todas las cuadras céntricas, de arcos y muchos más arcos, coloniales en techos bajos y esplendor ido. La frescura de estos pasadizos deja a la vista el movimiento de los comercios, y charlas con habitantes que por lo general ladran pestes del Gobierno central (el comandado por Evo Morales, a quien muchos santacruceños llaman despectivamente el “Indio”). Por lo general, el viajero se encuentra con la simpatía y el buen humor de los lugareños, orgullosos ellos de la mentada “hospitalidad camba”. 
 
Verde en el rededor
Seducida por la calma del cemento (parece pago chico, ni se notan los el millón y pico de residentes), la caminata continúa por el paseo artesanal de La Recova (los aires de selva semitropical del Departamento se empiezan a sentir allí) y allende el primero anillo urbano. Entonces, viene al encuentro el Jardín Botánico, el Río Piraí, el Parque el Arenal, el Jardín Botánico y algunos emprendimientos (zoológico, parques de diversiones acuáticas y fastuosas discotecas para satisfacer las ansias nocturnas de los jóvenes), difíciles de encontrar en el resto de Bolivia.   
Ya en las afueras de la metrópoli, cantidad de propuestas hablan de la riqueza natural de Santa Cruz. La lista es frondosa y sugerente, con nombres como las Lomas de Arena, los Parques Nacionales Noel Kempff y Amboró (ambos destacan  con sus enormes mesetas, sus cataratas, su esplendor en verde y aves) y el descomunal Pantanal Boliviano (un vergel de vida silvestre, lagos, ríos y sabanas inundadas que, ya con otro nombre, se extiende hasta Paraguay y Brasil). También atrayente resulta el paseo por los valles (en la localidad de La Higuera, a unos 260 kilómetros de Santa Cruz, descansa la escuelita-santuario donde murió un señor conocido como Che Guevara) y las apasionantes Misiones Jesuíticas de Chiquitos. 

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