Escribe: Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO
Cuesta Blanca tiene algo del movimiento hippie de San Marcos Sierras. Menos evidente, mucho menos conocido, es cierto, pero palpable en el recorrido por sus dilatados dominios, que son además sumamente atractivos. Ahí están los acólitos de la bohemia, calladitos y muy a gusto con los soplos del final del Valle de Punilla, plasmando su huella en el pueblo sin casi exponerse. Vinieron en los 60 y los 70 y desde entonces le han dado al lugar las señas de los que quieren algo alternativo. El gusto por la paz, el cuidado de la naturaleza, las ganas de armonizar. Lo han definido bien los ayer jóvenes del flower power. Aun cuando no se dejan ver.
Aquella filosofía se palpa fundamentalmente en la llamada Playa de los Hippies, sin dudas uno de los espacios naturales más bellos de toda nuestra provincia. Será por lo aislado que anda, con acceso porfiado a unos tres kilómetros del núcleo de la comuna. Para arribar al manjar hay que dirigirse primero a El Diquecito, una represa un tanto desprolija (los ornamentos de cemento le arruinan la cara), encajada entre laderas que marca el telón de gigantescas piedras. Desde allí hay dos opciones: una es tomar una canoa-taxi (sólo circula durante el verano y los fines de semana del resto del año en los que el clima invita al chapuzón). La otra es cruzar un pequeño cerro (la senda está muy bien marcada) y tras 20 minutos de charla con las sierras y las hierbas secas, desembocar en bajada en la tierra prometida.
Maravilla de sitio: la playa se compone de praderas suaves que se extienden sin temores, mechadas de árboles y bañadas de costas de arena que visten los bordes del río San Antonio, aquí caudaloso. Las montañas demarcan la zona, que se asemeja a un paraíso perdido al que acceden pocos, los de verdadera sed de contacto con la pachamama. En la misma alfombra de césped hay un camping agreste (gratuito y sin servicios), ideal para desenchufarse y olvidarse, al menos por un rato, del mundo material. Más alejadas aparecen las conocidas como Tres Cascadas.
El Puente y sus panorámicas
Desde El Diquecito la corriente va bajando fuerte primero y suave luego, a la vista de cantidad de casaquintas, colinas puras, la unión con el Arroyo San Pablo y bajadas que conectan la tierra con el agua, hasta llegar al epicentro de Cuesta Blanca. Poco más hay allí (la aldea no alcanza a contar 700 habitantes): una despensa, manojo de hoteles, puesto de Policía. Ni plaza (la San Francisco de Asís es apenas un rinconcito de pasto), pero con un puente que deja contemplar a sus dos costados el río y el cañón que éste forma entre las montañas, las piedras, los bancos de arena. Bonita la propuesta, en el silencio y el afán por respirar aire puro.
Después, viene bien sentir el respeto que la comunidad predica por la diversidad de la fauna y flora local y adentrarse en el sendero interpretativo. Señalizado, el circuito demanda unas dos horas de caminata, entre quebrachos, flores y pluralidad de aves (se calcula que hay unas 180 especies diferentes en la zona).
Y si las piernas andan con ganas de más, habrá que tomar rumbo noreste y salir al encuentro del camino de ripio (alternativo a la transitada ruta de asfalto) que lleva a la vecina Icho Cruz. Una hora de patear, la frente en alto, y los cerros de aliados.
Cómo llegar
Para llegar a Cuesta Blanca hay que dirigirse primero a Villa Carlos Paz y tras atravesar la localidad lindera al Dique San Roque, tomar la ruta provincial 14 y recorrer unos 15 kilómetros en dirección oeste. Desde Villa María son un total de aproximadamente 205 kilómetros.