Escribe: Juan Carlos Seia (DE NUESTRA REDACCION)
César Adrián Ceferino Galiano tiene una carrera teatral corta, todo lo contrario a la longitud de su nombre.
Hasta hace tres años, su mayor vínculo con la actuación era la charla con amigos en los cafés, donde daba rienda suelta a su fértil imaginación para promover diálogos hilarantes o simplemente divagar con las palabras sin rumbo fijo.
Oriundo de Villa María, donde durante muchos años trabajó en una empresa de informática, César decidió afincarse en 2008 en Córdoba, urbe en la que siguió con su profesión de Analista de Sistemas. También continuó con su verborragia cafeteril, hasta que un día una amiga le sugirió que se dedicara al stand up, ese género en expansión donde el actor se ríe de las situaciones cotidianas por las que atraviesa él mismo y su público.
Sin ninguna formación actoral previa, pero con la curiosidad por explorar, a los 36 años, un mundo nuevo alejado de los bits, los discos duros, el hardware y el software, César tomó clases de stand up y a los pocos meses debutó ante 200 personas en Cocina de Culturas, un reducto de la especialidad en la capital provincial.
También se hizo tiempo para participar en Radio Latina del ciclo “Desnudos y con sombrillas”.
“Lo único que sabía hacer era hablar hasta por los codos”, contó ayer a EL DIARIO, luego de su segunda actuación en la ciudad, junto al Loro (otro monologuista cordobés) esta vez en el Teatro La Panadería. Es así, que aún se siente en la etapa del aprendizaje, no sólo a través de cursos y talleres teatrales, sino también a través de la atenta escucha a amigos que lo critican y aconsejan.
Admirador de Tato Bores, Enrique Pinti, Roberto Pettinato y Alberto Olmedo, sabe que hoy su lugar de paciente crecimiento es el stand up. Pero no desdeña la posibilidad de incursionar en otros géneros más tradicionales de las tablas.
En su espectáculo del sábado en la sala de Salta y José Ingenieros, Galiano intentó demostrar al público que sus desventuras vienen de la infancia, de la propia casa, y que se potenciaron con la escuela, el trabajo, la adultez, etcétera. “Estos monólogos son una manera de reflexionar sobre nuestras vidas en clave de humor”, agregó.
Sus parlamentos, que comenzaron siendo de sólo cinco minutos, ya orillan la media hora, creciendo cada día con lo que extrae de ver a las personas de su entorno, vivir sus simples quehaceres cotidianos.
Su nuevo oficio de actor es tan reciente que su hija de 12 años aún no lo vio actuar. Y menos sus exvecinos de Pozo del Molle y San Antonio de Litín, donde pasó algunos años. “En realidad por ahora prefiero actuar ante desconocidos”, se sincera el novel artista, que en La Panadería logró extraer numerosas risas al escaso público que lo fue a ver.
No se lamenta por ello. “Por ahora, con el Loro preferimos grupos chicos, y hacer pocas funciones. La idea es crecer despacio, aunque no me falta la ambición de hacer una buena carrera artística”.
Explicó que lo hace “fundamentalmente porque quiero respetar al género. Muchos actores decepcionan al público, que termina huyendo del stand up. Algunos dicen que es sólo el boom del momento, yo espero que dure mucho, porque es una modalidad teatral que tiene sus valores”.