Las historias tienen como denominador común la ciudad de Villa María y están acompañadas por el testimonio de amigos y familiares junto a un objeto personal. Creada por Natalia Magrin, Virginia Reyneri, Laura Felipe y Pablo Costantino Felipe (de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y de la Biblioteca Mariano Moreno respectivamente) la muestra podrá visitarse hasta el viernes 10 de abril
Un reloj pulsera con una malla de cuero analógico y un banderín del Instituto del Rosario arrugado durante décadas (premio al mérito); un disco de Joan Manoel Serrat (“Mediterráneo”) y una carpeta con tapa de cuero llena de papel secante; una corbata marrón anudada hace 40 años por su dueño y una libreta de trabajos prácticos amarillenta como las hojas de un otoño que no se olvida… Todos estos objetos, acaso un poco anticuados pero absolutamente cotidianos, no pasarían de ser una mera curiosidad de época en cualquier casa de familia. Pero exhibidos así, en la Semana de la Memoria, depurados y solos en cajas herméticas de cristal como en los museos, son testimonio. Y un testimonio que da miedo. Porque remiten a los últimos días de libertad de sus propietarios, a un tiempo de cielo limpio en donde aún no se respiraba la tormenta de la muerte. Esa que poco tiempo después sobrevendría implacable. Sólo que por esos días, esos chicos y chicas no lo sabían. Ni Teodoro Rüedi, ni Eduardo Requena, ni Ester Felipe lo sabían. Ni Luis Mónaco, ni Elda Francisetti, ni Noemí Francisetti, ni Juan Ledesma, ni Marta Ledesma, ni María Elena Viola lo sabían. Ni Eduardo Valverde, ni Adolfo Apfelbaum, ni María Marta Badano, ni Susana Beatriz Livedinzky, ni José Oreste Sorzana, ni Marta Sosa, ni Alberto Garbiglia, ni Víctor Hugo Paciaroni Pacher, ni Miguel Angel Arias, ni José Nicolás Brizuela lo sabían. Todos eran de Villa María o de pueblos y ciudades del país, pero de alguna u otra manera habían pasado por la ciudad sin saber (no podían saber) que se ponían su reloj pulsera o su corbata por última vez. O que mientras cerraban la carpeta con papel secante para ya nunca más abrirla o planchaban el banderín de Las Rosarinas (premio al mérito) antes de que se arrugara en un armario, estaban ejerciendo su último acto de libertad en la Tierra.
Polaroid de 20 vidas cotidianas
Por segundo año consecutivo, Natalia Magrin y Virginia Reyneri trabajan juntas por la memoria en la conmemoración del 24 de marzo. El año pasado, ambas llevaron adelante la muestra de libros prohibidos durante la última dictadura “Ni aún mil hogueras”, donde en el salón de la Medioteca exhibieron ejemplares de los títulos más controvertidos junto a las “razones oficiales” de su censura. Este año cambió la premisa de la muestra, pero en “Las formas de la memoria” permaneció el concepto, es decir, la concientización de lo sucedido hace 39 años y la nueva interrupción (la sexta en un siglo) de un proceso democrático con sus consiguientes represiones, persecuciones, torturas y muertes.
Licenciada en Psicología, Natalia trabajó durante 13 años en el Archivo de la Memoria en Córdoba en la sección “Vidas para ser contadas”. Desde allí trajo la idea de esta muestra, una suerte de trabajo de reconstrucción que puso en funcionamiento junto a la historiadora Virginia Reyneri, con el equipo de la Biblioteca Mariano Moreno y la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Villa María. A ellos se sumaron este año Laura y Pablo Felipe. Sin embargo, en medio de una siesta previa a la llegada de un contingente de docentes de la región que recorrerán la muestra y tendrán un taller pedagógico para tratar la temática en sus respectivas escuelas, las chicas se toman un respiro para hablar sobre la instalación.
-¿Cuál fue el concepto general de “Las formas de la memoria”?
Virginia: -La idea de la muestra era que las personas elegidas fueran villamarienses o al menos tuvieran un vínculo con la ciudad, como pasó, por ejemplo, con Alberto Garbiglia, que era oriundo de Santa Eufemia, pero en medio de la clandestinidad se encontraba con su familia acá. Hoy, sus sobrinos-nietos viven en Villa María.
-A juzgar por las breves historias escritas en los baners o por los objetos personales que se exhiben, esta muestra no se hubiera podido hacer sin la ayuda de los familiares…
Natalia: -Exactamente. Tanto los familiares como los amigos de las personas desaparecidas fueron fundamentales. A tal punto que durante la preparación de la muestra los convocamos pidiéndoles ayuda, preguntándoles si querían colaborar y de qué forma. Todos los testimonios que rescatamos fueron escritos o dictados por ellos. Y ese testimonio fue esencial, ya que nuestra intención era reconstruir la historia cotidiana de cada uno. Si quisiéramos hablar de las circunstancias políticas en que fueron secuestrados, uno puede acceder a esa información. Lo difícil saber era qué les gustaba comer, cuál era el color preferido, los libros que leían, el hobby de cada uno...
-¿Fueron los familiares quienes prestaron los objetos que se exhiben?
Natalia: -Sí, y la entrega de ese objeto ha sido una experiencia particularmente intensa, ya que ellos nos contaban que durante los allanamientos les solían vaciar las casas de pertenencias.
Virginia: -Para que te des una idea del compromiso y la confianza que ellos tuvieron para con nosotros, muchos nos prestaron el único objeto que conservaban de la persona desaparecida, en un fabuloso gesto de confianza hacia nuestro trabajo y con la intención de que esas memorias se tornen públicas.
-No todas estas historias eran muy conocidas en la ciudad, ¿no?
Natalia: -Claro. Nos pasó con Sonia, por ejemplo, la hija de José Brizuela, un obrero de Luz y Fuerza que no era de Villa María. Cuando José desaparece, ella es adoptada y su relato fue muy conmovedor. Y nos agradeció haber podido contar a la ciudad quién había sido su padre.
Historias para ser escritas en cubos de cartón
En los cubos de cartón que cuelgan del techo y resumen una vida junto a una gigantografía, podemos leer al azar algunas memorias, como el testimonio de Mario Requena, hermano de Eduardo, profesor y gremialista desaparecido a los 37 años en julio del 76.
“En el secundario fuimos al Rivadavia, yo en el turno tarde y Eduardo a la mañana. Yo era traga, pero mi hermano se llevaba hasta el recreo. Justo por ese tiempo entré al correo y como no me quedaba tiempo para estudiar de noche, decidí dejar. Pero él me dijo “¡no dejés! Hagamos un pacto: yo estudio por vos a la noche y vos por mí a la mañana y firmamos con el nombre del otro, ¿qué me decís?”. Lo hicimos y nos salió perfecto. Yo me quedé de año y él eximió en todas… Cosas de chicos de 13 años…”.
O también podemos tomar el testimonio de Liliana Felipe sobre su hermana Ester, psicóloga y militante villamariense desaparecida en 1978 a los 27 años.
“Tenía facilidad para hablar. Los domingos cuando éramos chicas nuestros padres nos invitaban a estar con ellos en la cama grande y Ester se paraba encima y empezaba a declamar con el tono y el gesto exacto de un poema, pero simplemente enumeraba lo que nos rodeaba; la cama, las frazadas, los zapatos, las mesitas… Le gustaba cantar. Le gustaban las iglesias cuando no había misa. Le gustaban las películas de Ingmar Bergman. La última vez que la vi fue en Punta del Este, Uruguay, a fines de 1976”.
Una corbata anudada por última vez hace 40 años, un reloj pulsera detenido en los ´70 o un banderín arrugado hasta el olvido de volver a olvidar; objetos que fueron cotidianos y que hoy son piezas de un museo, memoria de aquellos cuyas vidas fueron arrebatadas y que hoy parecen esperar (con la paciencia de la justicia y la dignidad de la juventud) ser devueltos a sus propietarios, a esa vida en libertad que no debió haberse interrumpido jamás.
Iván Wielikosielek
Agradecimientos
Al finalizar la entrevista, tanto Natalia como Virginia redactaron esta pequeña nota que adjuntamos. “En nombre del equipo de producción de la muestra queremos agradecer al señor intendente municipal, Eduardo Accastello; al secretario de Prevención Comunitaria y Derechos Humanos, doctor Carlos De Falco; al doctor Julio Tabares, a Daniel Massara y a los trabajadores de dicha secretaría. A la directora de la Biblioteca Municipal y Popular Mariano Moreno
A Anabella Gill, por la confianza y la libertad. A las autoridades que nos acompañaron el día de la inauguración, diputada Nora Bedano, diputado Martin Gill, legislador Héctor Muñoz, profesor Elvio Toscano, presidente de la APDH, y a ex-presos políticos. Y, especialmente, a todos y cada uno de los familiares que brindaron sus testimonios, por la generosidad y el cariño con el que nos permitieron compartir sus memorias”.