La frase célebre es “más cordobés que la Cañada”, aunque también se podría usar “más cordobés que las deudas” o “más cordobés que salir a comprar cigarros un domingo a la tarde y llegar un jueves al mediodía”. Pero en fin, que la que realmente se ganó un lugar en el lenguaje popular es la primera. No resulta en vano: la obra que atraviesa el centro de la capital provincial es todo un emblema mediterráneo.
Aunque se cimentó entre 1670 y 1680, cuando los jesuitas delineaban la silueta de Córdoba y todavía no existían mentiras como “te juro que me secuestraron, mi amor”, o “sos la mujer más linda del mundo”, la Cañada recién adquirió su semblante actual en el año 1944. Entonces, el calicanto colocado por los españoles para contener el arroyo que da nombre al lugar se suplantó con piedras y se embelleció toda la zona con puentes y arboledas. Lo que nunca se pudo embellecer es la cara de los gordos que allí te venden choripán a las 3 de la matina.
La construcción se extiende por tres kilómetros, los cuales cobijan al arroyo nacido en la pureza del Valle de Paravachasca (cerca de Alta Gracia) antes de que tope con el río Suquía, y entre los dos cursos de agua se peleen para ver cuál es más mugriento e impresentable. Antes de ello, escolta al afluente una serie de atractivos de lustre, como la plaza de la Independencia, la plaza Italia (famosa por el extraño humo verde que emana en las mañanas, tardes y noches), el Palacio Municipal 6 de Julio, el Palacio de Justicia y el Paseo de las Artes. En este último, uno puede comprar sahumerios de aroma a La Cañada y regalárselos con muchísimo amor y cariño a la suegra.