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30 de Marzo de 2015
Placas conmemorativas de la Villa
Arte de bronce por una memoria de hierro
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F1: Talla de la virgen en la excomuna. F2: Placa ubicada en Mitre esquina Buenos Aires. F3: Los españoles dejaron su recuerdo para el primer centenario de la Nación. F4: Homenaje a monseñor Maciel, en la Catedral

Aunque suelen pasar desapercibidas al paseante cotidiano, las placas conmemorativas de la Villa se nos presentan como fabulosos mojones de la historia, piedras marcadas de memoria, amplias ventanas de metal encuadradas en las paredes de algunos edificios. Cada una de ellas destaca un acontecimiento, un aniversario, un recuerdo que está prohibido olvidar. Por cierto que no son muchas (y de hecho se han dejado de producir en el último medio siglo a raíz de sus altos costos. Pero aquellas que ostentan un valor escultórico, ya son parte de la estatuaria ciudadana alcanzando el estatuto de monumento, como el Rivadavia de plaza Independencia, la Madre de avenida Mitre o el Gaucho del río

 
Escribe:
Iván Wielikosielek
ESPECIAL PARA EL DIARIO
 
Exmunicipio y Colegio San Antonio
 
La primera placa que este cronista debe relevar es, sin dudas, la más antigua. Y no sólo porque es la piedra angular de la cronología villamariense en bronce a la intemperie, sino también por su tamaño e importancia. Enclavada en la pared del exmunicipio (Mendoza 852) y fundida en cobre en un metro de diámetro, destacan las 10 cabezas de la Primera Junta. Debajo, la leyenda: “Los españoles de Villa María a la Nación Argentina en su primer centenario: 25 de mayo de 1910”. De tal modo que la primera pieza fundida refulge opaca como una inmensa moneda de rojo metal envejecido, sol apagado fulgura rodeado de laureles que, desde entonces, aquellos hombres juraron serían eternos.
De vital importancia para la educación y el credo católico en la ciudad, una de las placas más bellas y de diseño más complejo brilla en hierro plateado en la Capilla del Colegio San Antonio (avenida Sabattini 141). Fechada en 1928, la pieza es un homenaje del pueblo villamariense que se suma al cincuentenario de las Hermanas Misioneras en Argentina, las mismas que en 1911 fundaron el colegio. En la imagen, una monja cuida de una enferma bajo el Sol de la Compañía Jesuítica y una niña al pie de la cama pareciera leer los evangelios. Las tres figuras, de fabulosa factura plástica, parecen recordarnos cada día el valor de la misericordia para con aquellos que, por razones de fuerza mayor, han sido excluidos de la salud del mundo por tiempo indeterminado.
De menor formato que las anteriores, pero en impecable bronce dorado, la placa del edificio Zeus en bulevar Mitre y Buenos Aires rinde homenaje al prócer y expresidente de los argentinos. De hecho, su efigie rodeada por una pensativa y romántica Argentina, es el corolario que le da nombre al bulevar y a la línea ferroviaria paralela. Desde esas alturas del año 1921, Mitre brilla aún, fundido por la compañía Gotuzzo de Buenos Aires. 
 
Sociedad Italiana y Catedral
 
En idéntico bronce y altura de Mitre, pero precediendo la entrada lateral al teatro Verdi (Hipólito Yrigoyen esquina Mendoza) una plancha dorada con la efigie de Giuseppe Garibaldi rodeado por un ángel da cuenta de los primeros 50 años de vida de la Sociedad Italiana. “2 de junio de 1882-2 de junio de 1932”.
Levemente separada de la vereda por la arcada y escaleras, el muro ciudadano que ostenta más placas conmemorativas es, sin dudas, el de la Catedral. En su galería de mosaicos rojos bajo los cuales yacen monseñor Pedro Ramón Gottardi y el padre Pablo Colabianchi, se destacan tres planchas de bronce de gran formato y fabuloso valor artístico. La primera, a la izquierda de la puerta principal, data de 1926 y es una donación del pueblo a la Parroquia; la segunda y la tercera son una placa de 1933 con forma pentagonal (que rinde homenaje a “monseñor Bernardino Maciel, deán de la Catedral de Córdoba que durante 18 años fue cura austero y celoso de esta feligresía”) y otra de 2007 (la más reciente de cuantas pude censar) con una figura de la Virgen que da cuenta del primer medio siglo de vida de la Diócesis villamariense.
 
Plegaria para una mujer de dulces ojos de acero
 
Para finalizar esta nota, quisiera volver a la pared del principio, la de la calle Mendoza 852 del exmunicipio. Porque allí, a la derecha de la puerta principal y casi dialogando con la inmensa moneda de cobre de la Primera Junta, se eleva la que quizás sea la figura más plástica y conmovedora de todas: una talla completa de la Virgen en el Año Mariano Universal de 1954. Allí, con su cabeza rodeada por una corona de estrellas, María mira a la ciudad con ojos de una compasión infinita. Esa expresión, de fabuloso valor espiritual y plástico, remite invariablemente a los santos y mártires pintados por El Greco en Toledo. 
Y quiero remarcar este detalle, ya que no es nada fácil conseguir, mediante la dureza del metal, lo que un pintor logra con la docilidad de un pincel. 
Este modelado de la Virgen no tiene una superficie mayor que la página de este diario, pero su mensaje es inmenso y válido para todos los días de la vida. “Homenaje de la Municipalidad y de las Fuerzas Vivas de Villa María a la Virgen Inmaculada en la Solemne Coronación de la Imagen Fundadora y Patrona”, reza la placa en un hierro común.
Pero si esta placa es tan conmovedora para mí, no es por la calidad del metal o su gran tamaño (características de las cuales precisamente adolece), sino porque siempre sentí que si Villa María tuviese un rostro (como el dibujo alegórico de la mujer que representa a la República Argentina) debiera ser esa efigie.
 No sólo por ser el rostro visible de la Patrona de la Ciudad, sino y sobre todo, porque esa mujer de hierro que durante 60 años ha mirado a la ciudad, ha sido una suerte de espejo de la gente que pasaba. 
Y porque desde su mudez de metal fundido transmitió misericordia a los habitantes de Villa María, a los chicos que jugaban en su vereda en algún atardecer perdido, a esa muchacha pobre que al pasar la miró de modo fugaz preocupado y sintió que también era bendito el fruto de su vientre.

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