En el recorrer de los caminos, el viajero habrá pasado varias veces por el mítico puente Carretero de Río Cuarto. Nacida en los despertares del Siglo XX (1912), la obra materializó uno de los grandes hitos de la ingeniería provincial de la época. Lo que llama la atención es que a pesar de su enorme importancia, no hubo ni actos ni corte de cintas oficiales al momento de inaugurarla. “¿Y entonces para que la hicieron?”, se pregunta el político de turno, desorbitado.
A los fines de valorizar su trascendencia histórica, resulta necesario entender el escenario previo a la construcción. Entonces, la zona del sur de Córdoba crecía de forma acelerada a medida que llegaban los inmigrantes y ocupaban los fértiles campos. Tan fértiles eran, que los gringos tiraban semillas de zapallo y les nacían Carlos Bautes a mansalva.
El problema se daba a la hora de llegar o salir del pueblo viniendo o yendo hacia el norte, merced a la presencia colosal del río Cuarto. Mucho tiempo perdían los viajeros, renegando con el caballo, el agua y la arena para poder alcanzar la otra orilla: empezaban la hazaña jóvenes y llenos de esperanzas, y la terminaban con dos divorcios y una hipoteca. Así, el puente Carretero vino a revolucionar el estado de las cosas, convirtiéndose en un verdadero ícono del “Imperio del Sur”.
Con todo, la obra no dice demasiado. Primero, porque nunca fue de hablar y, segundo, porque a la vista puede antojarse apenas como un rejunte de hierros indefensos ante el paso del reloj. Lo que sí despierta mayor interés es la leyenda que lo envuelve: se cuenta que dentro de su acertijo de metal, esconde un remache de oro, que los ingenieros alemanes dejaron adrede en el momento de la construcción. “Yah, yah, tu hermanen”, responden consultados al respecto desde la Embajada germana.